por la restauración de los ecosistemas (nuevo Decenio de las Naciones Unidas)
Solares urbanos durmientes: el maravilloso abandono
Un gorrión, un mirlo y un verderón, disfrutando de la misma morera en un solar de la ciudad de Murcia.
«El retorno de la vida silvestre a los espacios públicos con tan solo cortar menos el pasto o las plantas hace que se atraigan insectos, aves, mariposas e incluso algunos mamíferos de vuelta a la ciudad», reza el Manual de Restauración de los Ecosistemas desarrollado por la ONU para el Día Mundial del Medio Ambiente, fecha que se celebraba ayer y con la que arranca también el Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030).
Al igual que los parques y jardines, los solares más olvidados, aquéllos que permanecen durmientes a la espera de futuros planes de urbanización, pueden jugar un importante papel en la renaturalización de la ciudad y servir de inspiración de cara a futuros modelos de crecimiento. Mientras les llega la hora del cementado, estos espacios ofrecen, generosos, un maravilloso y fértil abandono cada vez más valorado.
Pedro Sánchez Gómez, científico del Departamento de Biología Vegetal de la Universidad de Murcia, cree que la jardinería geométrica está desapareciendo y que «cada vez más se están dejando crecer las mal llamadas malas hierbas». Los jardines, explica, comienzan a verse como una naturaleza artificial «primero por un argumento estético: se intenta que se parezcan más a la naturaleza que a un cultivo que excluye otra vida; y después, porque el hecho de que haya más biodiversidad vegetal hace que haya muchísima más biodiversidad animal». Ahora mismo, apunta, «en algunas ciudades, en jardines amplios con zonas arboladas donde hay posibilidad de que haya un grado de naturalización, cada vez hay más tendencia a dejar que las hierbas campen por sus anchas, y que todo lo que salga se deje estar». Algo similar puede ocurrir con los solares urbanos, donde, augura, «el abandono aparente se va a terminar imponiendo».
FILOSOFÍA DEL REPOR
La idea de abordar la importancia de los solares en aparente abandono -y de una nueva jardinería- surge de la necesidad de hacer visible la presencia de la biodiversidad urbana, los beneficios que aporta y el respeto que merece. Es un objetivo que se alinea con los postulados del Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas, que comenzó ayer.
Renaturalizar las ciudades es, además, una necesidad toda vez que puede ayudar a elevar la sensibilidad de los ciudadanos por su patrimonio natural haciendo que sus visitas a los espacios naturales protegidos sean, a su vez, más respetuosos de lo que han sido durante la pandemia. En la ciudad se puede aprender a convivir con la naturaleza.
Hay que acercar la naturaleza a la ciudad para que el ciudadano sepa después acercarse a la naturaleza.
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Para el profesor de Gestión y Conservación de Flora y Fauna, esta práctica del abandono aparente es indicada en solares relativamente amplios y algo alejados de las viviendas. «Hasta que les llegue su hora, soy partidario de que se les deje que haya vida, porque la diversidad es lo más importante», defiende.
Los problemas pueden surgir cuando estos espacios se sitúan muy cerca de viviendas y si la vegetación que los ocupa es muy densa y de ciclo anual. Con este clima mediterráneo, en verano esa vegetación se agosta, pudiendo acarrear riesgo de incendios, principalmente de la mano de algún desaprensivo -que está igualmente dispuesto a quemar un contenedor-. Éste suele ser uno de los argumentos para su limpieza, junto al miedo de que se conviertan en nido de ratas que, posteriormente, alcancen las viviendas. En todo caso, se trata de solares «aparentemente abandonados». Un adecuado mantenimiento de la zona, evitando los acúmulos de basura y el estancamiento de aguas, ayudará mucho a la desaparición de los roedores. Que los solares estén en reposo no significa que no requieran de un mantenimiento, pero sí se puede aprovechar para que ese cuidado sea más liviano y permita un respiro a más formas de vida.
Los solares, reservorios de plantas endémicas
Y lo bueno es que son una fuente de biodiversidad y suponen una manera de naturalizar la ciudad.
Lo habitual es que alberguen muchas plantas de ciclo corto, a veces algunas gramíneas de tipo más perenne y, dependiendo de la zona, también exóticas invasoras como el gandul (Nicotiana glauca), o en la costa, la acacia. Pero en un solar -o un jardín-, dice Sánchez Gómez, también puede haber ejemplares muy interesantes. Así, «paradójicamente, una planta que estamos estudiando con el Grupo de Investigación de la Universidad, la esparraguera del Mar Menor, un endemismo que sólo está en el entorno de la laguna costera, posee curiosamente una parte importante de su población en solares, porque su área natural se convirtió en zona urbana. Así que estos solares son ahora un reservorio», detalla el científico. Además, todo apunta a que la especie se va a declarar En Peligro de Extinción, quedando protegida a nivel nacional, lo que puede generar un conflicto de tipo jurídico que habrá que resolver.
Otra cosa muy distinta es un solar de Murcia, que se expande a partir de la huerta que se va abandonando, y van quedando restos de cultivos de cítricos, o de acequias, o donde se han echado escombros y aparecen plantas nitrófilas -las malas hierbas-. Su interés, recalca Sánchez Gómez, está en la fauna que conllevan, como «los insectos polinizadores a los cuales no se les ha dado hasta ahora mucha importancia pero que está clarísimo que tienen un papel importantísimo en la buena conservación de la naturaleza».
Es una idea que comparte con Chema Catarineu, biólgo y presidente de la Asociación de Naturalistas del Sureste ANSE, para quien «los solares urbanos sin construir pueden tener un gran valor para la conservación de la biodiversidad si se gestionan bien. Con frecuencia, la presencia de plantas silvestres se ve como un problema que hay que eliminar con plaguicidas, roturaciones o incluso mediante incendios. Sin embargo, sobre todo tras las lluvias de primavera, estos espacios se llenan de vida y permiten la presencia de numerosas especies de plantas y pequeños animales».
Catarineu, que posee un doctorado tras el estudio de las comunidades de hormigas en la cuenca del río Segura, agrega que muchos de los habitantes de estos ambientes son beneficiosos para los intereses de los agricultores. Es el caso, dice, de los polinizadores que contribuyen a la fecundación de las plantas, tanto cultivadas como silvestres. La más popular es la abeja doméstica (Apis mellifera), pero existen cientos de otras especies de abejas silvestres, muchas de las cuales frecuentan esas praderas urbanas. La mayoría de ellas son solitarias y no forman colonias, sino que cada hembra excava un nido en el suelo o utiliza alguna cavidad para acumular néctar y polen que permitan salir adelante a la siguiente generación. Y no sólo las abejas polinizan las flores, sino también otros muchos insectos como escarabajos, mariposas o los vistosos sírfidos, también conocidos como moscas-cernícalo por su costumbre de pararse en el aire y que tienen unos colores llamativos parecidos a los de abejas y avispas. Esta coloración que hace similares en apariencia a ambas especies, explica el científico, es una adaptación evolutiva que les salva de muchos depredadores que los consideran peligrosos, cuando en realidad son totalmente inofensivos; un fenómeno que se conoce en Biología como mimetismo batesiano.
Otros invertebrados de gran utilidad son los depredadores, que controlan las poblaciones de especies que podrían causar daños en nuestros cultivos. Entre estos depredadores podemos observar diversas especies de arañas, mantis religiosas o las conocidas mariquitas de siete puntos (Coccinela septempunctata), unos pequeños escarabajos inconfundibles que tienen élitros de color rojo con siete puntos negros y que son el terror de los pulgones.
«Todo un microcosmos repleto de especies con comportamientos muy interesantes que cazan, escapan, compiten, excavan nidos, preparan trampas, o defienden territorios…, intentando sobrevivir y reproducirse. Un microcosmos del que puede disfrutar cualquier persona, niños o adultos, siempre que tenga un instinto que todos tenemos en mayor o menor grado: la curiosidad. Y todo a unos pocos metros de nuestras casas», recomienda el experto.
Unos minutos de contemplación
De una forma parecida e igualmente vehemente se expresa Sarah Díaz, ambientóloga y miembro de la activa asociación Ulula. Para ella, la importancia de los solares abandonados desde un punto de vista ecológico reside en la gran cantidad de especies de fauna y flora que son capaces de albergar, así como en las innumerables interacciones que ocurren entre ellas. «Cuando pasamos apresurados junto a solares abandonados no somos capaces de percibir la vida que hay en ellos. Sin embargo, si cualquiera de nosotros o nosotras nos tomásemos, apenas cinco o diez minutos de descanso para contemplar, con tranquilidad, cualquier terreno de este tipo que tengamos a nuestro alrededor, nos quedaríamos sorprendidos de lo que ocurre en ellos», anima.
Así, «si nuestro oído y vista están atentos, seremos capaces de ver y escuchar muchas especies de aves. El papamoscas hará honor a su nombre junto con el pequeño mosquitero, de apenas siete gramos de peso, que revoloteará a la caza de mosquitos. Al mismo tiempo, una curruca, quizás una cabecinegra o capirotada, se moverá entre los arbustos en busca de frutos sin que apenas consigamos verla. Si tenemos suerte, podríamos incluso verlas pegándose un festín de polen y coloreando de amarillo sus mejillas. Pardillos, verdecillos, jilgueros y verderones son también unos visitantes frecuentes de estas parcelas que ponen un toque de color en ellas mientras buscan semillas de las que alimentarse en estas pequeñas plantas que tapizan los solares», relata la joven investigadora, que ha trabajado precisamente en la dispersión de semillas protagonizada por la curruca cabecinegra.
Si, tras estos minutos de contemplación, nos damos un paseo por el terreno, agrega, podríamos tener la suerte de encontrar alguna egagrópila de rapaz. Las egagrópilas son unas bolitas, similares a las que expulsan los gatos, con los restos que algunas aves no pueden digerir y tienen regurgitar. De modo que en ellas tendremos restos no digeridos de sus presas: exoesqueletos de artrópodos, pequeños huesos de micromamíferos, pelo y toda una serie de pistas que nos permitirán saber lo que han comido.
Díaz, que es Máster en Biología de la Conservación y Biodiversidad de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla en colaboración con la Estación Biológica de Doñana y que trabaja actualmente como técnica de campo, recuerda que dentro de las rapaces diurnas, el cernícalo vulgar es el que más uso suele hacer de estas zonas, ya que tolera bien la presencia humana y ha sabido encontrar lugares donde criar, como pequeños recovecos en casas abandonadas o en árboles, así como zonas en las que alimentarse de pequeños invertebrados dentro de las ciudades. La también anilladora experta del grupo de anillamiento de ANSE detalla que durante la noche, son las rapaces nocturnas las encargadas de controlar las poblaciones de roedores que viven cerca de los entornos urbanos. Y concluye: «Lechuzas, mochuelos o incluso búhos chicos podrán ser nuestros apreciados vecinos si contamos con estas pequeñas islas de biodiversidad que, afortunadamente, aún se resisten a formar parte de un mar de cemento y hormigón».
Al igual que Díaz, Catarineu también añade a su lista aves y reptiles y pequeños mamíferos que se alimentan y se reproducen en estas praderas urbanas y la mayoría de ellos forman parte de lo que se denomina la fauna útil: como las cogujadas, lagartijas o musarañas… Además, la presencia de estos espacios permite la captación del CO2 atmosférico contribuyendo por tanto a mitigar el principal problema al que se enfrenta la humanidad: la crisis climática. Y, por supuesto, la presencia de estos hábitats urbanos nos permite disfrutar de la naturaleza muy cerca de nuestras casas mejorando nuestra calidad de vida.
Mejor con planificación
La planificación urbana que apuesta por el medioambiente se deja sentir en la calidad de vida de la ciudadanía. Así lo refleja la ONU cuando asegura que «los ecosistemas urbanos funcionales ayudan a limpiar el aire que respiramos y el agua que consumimos, contrarrestan el efecto de isla térmica y contribuyen a nuestro bienestar al protegernos de las amenazas y darnos oportunidades de descanso y ocio. También pueden albergar una cantidad sorprendente de biodiversidad».
Por el contrario, señala, «una planificación deficiente sella los suelos, lo que deja poco espacio para la vegetación entre las viviendas, carreteras y fábricas. Los desechos y las emisiones derivadas de la industria, el tráfico y los hogares generan contaminación del suelo, hídrica y atmosférica. El crecimiento urbano incontrolado engulle cada vez más hábitats naturales y tierras agrícolas fértiles».
En este sentido, el profesor Pedro Sánchez Gómez apunta que «Murcia es una ciudad muy apretada, con un diseño un poco atropellado y no tiene grandes zonas verdes como ocurre en Europa o América, donde hay auténticos bosques y auténticas reservas en la propia ciudad. Aquí no tenemos esas posibilidades. Aquí aún está muy mal visto que en una zona con arbolado se acumule la hierba». Pero en otras ciudades -Valencia o Santander- «lo empiezan a tener muy claro y la gente se va ya mentalizando. Se están haciendo grandes zonas ajardinadas donde se deje que la naturaleza lo invada todo, que el ambiente no parezca tan artificial, sino que sea cada vez más natural. Creo que se va a terminar imponiendo este abandono aparente», concluye el experto en Botánica.
Un solar que, previsiblemente, será urbanizado en unos años. Arriba, en vertical, otro solar urbanizable.
RELACIÓN DE IMÁGENES
+ INSECTOS: 1. Anthophora leucophaea (himenóptero, abeja grande de trompa larga, de vuelo rápido, largo y directo). 2- Andrena sp. (de movimiento lento y poco ágil). / Autor de ambas: Chema Catarineu.
+ AVE: Cernícalo (la rapaz diurna que más uso hace de las zonas urbanas). Crédito: Pixabay.