Protocolos que salvan vidas a los anfibios

Prácticas pioneras en Andalucía dirigidas tanto a visitantes de puntos de agua como a técnicos y agentes ambientales


Uno de los carteles avisando de las precauciones que deben tomarse para observar anfibios. Abajo, la importantísima desinfección de botas. Imágenes: Junta de Andalucía.

Los anfibios, un grupo animal extremadamente frágil, están sometidos desde hace unos años al imparable avance de un hongo que les causa una enfermedad mortal en la piel, la quitridiomicosis. El patógeno se ha extendido ya por los cinco continentes. Es muy infeccioso y capaz de llevar a una especie a la extinción. En Andalucía lo saben, y desde hace varios años aplican sistemáticamente un protocolo de detección precoz, un paso imprescindible para alejar al ecosistema de la catástrofe. Además de los técnicos y los agentes ambientales, que los visitantes de los espacios protegidos conozcan y apliquen el protocolo puede ser vital para estas especies tan significativas.

El protocolo empezó a aplicarse de una forma sistematizada a partir de 2016, con los primeros indicios serios, incorporando ya a los agentes medioambientales además de los técnicos de cada Parque Natural. En 2010 se habían conocido los primeros casos en la Comunidad en localizaciones de Granada, Málaga y la Sierra de Cazorla, y en los años siguientes fueron apareciendo otros puntuales. «En 2012 asumimos la importancia que tenía la detección precoz de la enfermedad. Y para eso planteamos este protocolo, que se basa en alertar a los agentes de medioambiente y establecer un programa de inspección en los momentos críticos», recuerda Jesús del Río, coordinador regional del Programa de Conservación de Anfibios.

El plan de actuación comienza a finales de septiembre, que coincide con uno de esos momentos críticos, la metamorfosis, cuando los animales son más sensibles, relata Del Río. En esas fechas, los agentes se echan al monte a inspeccionar los puntos de reproducción de los anfibios que previamente han sido seleccionados. La lista contiene en torno a unos 150 enclaves, especialmente aquéllos habitados por las especies delicadas: la salamandra y el sapo partero bético, y que los técnicos han localizado en Granada, Almería, Málaga y Jaén. Las visitas de inspección inciden mucho en los lugares donde hay sapo partero bético, que es la especie más sensible y el endemismo más importante de Andalucía oriental. Cuidadosamente, los agentes revisan charcas, abrevaderos, albercas, fuentes… para detectar una posible mortandad. Buscan ejemplares muertos en la lámina de agua o en los alrededores -por ejemplo, debajo de las piedras-, o individuos moribundos. En caso de que así ocurra, se toman muestras del cadáver, se remiten a las Delegaciones Territoriales, y desde aquí se envían a un laboratorio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid, donde un análisis genético detecta la presencia de los genes, el ADN, del hongo que causa la quitridiomicosis (Batrachochytrium dendrobatidis). Ése es el dato que determina si hay una infección o no.

Esta detección genética es importante, ya que la enfermedad no produce síntomas externos claros. Uno de los rasgos que más se tiene en cuenta, detalla Del Río, es que la víctima sea un metamórfico. «Si encontramos un adulto muerto, probablemente no sea de quitridiomicosis», advierte. Esto se debe a que el hongo se alimenta de queratina, que en las larvas sólo está presente en la boca. Al principio, como la queratina está poco extendida, el hongo sólo afecta a los tejidos de la boca y no mata a su hospedador. Como estos animales, según las especies, pueden permanecer casi un año en estado larvario dentro de la lámina de agua, durante ese tiempo se van cargando con el patógeno. Al hacer la metamorfosis, la larva pasa a individuo juvenil, y ahí es cuando la piel se rodea de queratina, que se extiende por el cuerpo, y con ella el hongo, con las consiguientes afecciones a la piel que los termina matando rápidamente.

Por contra, en su fase de adultos muchos anfibios visitan la lámina de agua sólo puntualmente. Así ocurre con el sapo partero, uno de los que más sucumbe a la enfermedad, que únicamente se acerca para liberar a los huevos a punto de eclosionar. Como enseguida vuelven a tierra y se les deseca la piel, esa posible contaminación no les va a causar problemas, porque afortunadamente las esporas de este hongo no soportan la sequía. «Así que los adultos nos generan menos sospechas porque es muy rara la muerte por quitridiomicosis según nos indica la comunidad científica», sostiene el experto

De modo que las larvas son su gran objetivo. De hecho, en periodo reproductivo muchas veces las muertes de adultos obedecen a ahogamiento o a la presencia de un contaminante químico… Así que se puede dar mortandades de anfibios, pero si el análisis no encuentra al hongo, el fallecimiento se achacará a otras causas.

En todo caso, las actuaciones no terminan con la inspección en busca de metamórficos muertos, ni mucho menos. Después de cada visita se impone hacer un protocolo de desinfección, porque si los agentes medioambientales visitan una media de cuatro puntos de reproducción de anfibios en un día y el hongo está activo en alguna de ellas, podrían estar transportando el patógeno de un punto a otro. Así que se tienen que desinfectar todos los medios que hayan usado en la visita, como la manga para extraer cadáveres y hasta las botas. Para ello, se rocía estos elementos con un producto comercial biocida, aunque en su defecto la lejía sería igualmente válida, aclara Del Río. El kit del que disponen los agentes y técnicos de un Parque Natural contiene guantes de látex, mangas, bandejas, desinfectantes, botes y una hoja de instrucciones.

Las botas son una pieza clave, porque en los alrededores, en el suelo encharcado y lleno de barro, ahí podría permanecer aún el hongo, aprovechando la humedad existente, así que el calzado se tiene que limpiar y desinfectar minuciosamente, «lo que se hace de forma sistemática», asegura el también asesor técnico de Biodiversidad de la Junta de Andalucía.

Efectivamente, los animales del ecosistema pueden estar también trasladando este hongo. «Las ovejas, un pájaro… cuando van de una fuente a otra probablemente constituyan una de las vías más importantes de la posible propagación del hongo», reconoce Del Río. Pero con esta medida, que se hace extensiva a cualquier visitante de estos puntos de agua, al menos se elimina la posible transmisión por causa humana (técnicos, investigadores, naturalistas…). Primordial, por tanto, no introducir objetos dentro de la lámina de agua, desinfectarlos si se mojan, no meterse en la charca, no molestar a los anfibios, si se ha de tocar algo, siempre con guantes, y no olvidar desinfectar también el calzado.

Para apoyar estas actuaciones, en los puntos en los que ya se sabe que hay prevalencia de la enfermedad y que son muy visitados están instalando un vallado, con la finalidad de que los visitantes no se aproximen. A ello se añade un programa de señalización de las localizaciones más importantes, con cartelería que invita a respetar a los anfibios y que incluye algunas normas (no introducir objetos, no acercarse y no perturbar).

Todas estas acciones pueden resultar vitales para la supervivencia de los anfibios principalmente en enclaves de mayor altitud, como en las visitadas cimas del PN de Cazorla, Segura y las Villas o las bellísimas cumbres de Sierra Nevada, donde «el hongo tiene mucha importancia por una peculiaridad: trabaja mejor a baja temperatura, mientras que a partir de los 25-26 ºC se desactiva y puede llegar a morir. Sin embargo, es muy activo con el agua a 10-12-15ºC, que es la temperatura de muchos de las masas de agua en las que se reproduce el sapo partero bético en las montañas andaluzas. Es decir, este agente infeccioso es mucho más activo en la montaña que en las zonas litorales, donde posiblemente, en verano aumenta la temperatura de las láminas de agua y termina muriendo. Por tanto, en las montañas, el hongo tiene mayor potencial de actuación porque el agua está a la temperatura a la que es más activo».

Y, por otro lado, no todas las especies son igual de susceptibles. Las ranas, el sapo común o muchos urodelos aparentemente no se ven perjudicados. «De hecho, he visto puntos afectados por la enfermedad donde las ranas estaban tan a gusto, como si con ellas no fuera la enfermedad», revela, para advertir que «parece que las especies con mortandad masiva son salamandra común y sapo partero y especialmente el sapo partero bético, éste porque es un animal muy exclusivo de los manantiales de montaña, el lugar idóneo para el hongo».

Por fortuna, el mal no parece aún muy extendido. De los varios centenares de puntos de reproducción de anfibios que se siguen, la mayoría no están infectados, si bien es cierto que se sitúan en zonas geográficamente dispersas. Pero «la enfermedad está muy contenida» y en Andalucía cuentan con poca incidencia. «Si se hubiera extendido estaríamos perdidos», reconoce Del Río.

Ensayos novedosos

Y aún quedan más medidas. Para acabar con el hongo, ahora están probando dos nuevos tratamientos, siguiendo los consejos del CSIC y de la mano de uno de los máximos expertos de la enfermedad. Uno consiste en el secado y desinfección del punto de agua. Los terrenos por un lado y el agua por otro -que luego se elimina- se desinfectan con un producto químico para matar restos de esporas y hongos. Igualmente, se trata también a las larvas, que antes de devolverlas ya limpias al agua nueva pasan una estancia aproximada de un mes en un laboratorio -el 1 de julio devolvieron el primer contingente-. Transcurrido un año habrá que capturar las larvas que se hubieran reproducido y se les practicará un frotis de boca para hacer un análisis genético, con el objetivo de saber si el hongo continúa allí o asegurarse de que con la actuación realizada ya ha desaparecido. El segundo tipo de tratamiento, que arrancó en diciembre del año pasado, conlleva la aplicación de un fungicida directamente en el agua, que no altera a las larvas pero mata al hongo. Es más cómodo y más rápido, y están a la espera de que funcione. Por ahora, los ensayos va dando buenos datos, pero los resultados se verán a la larga.

«Todo esto es muy novedoso. Estamos en fase de experimentación», asegura el técnico, quien recuerda que el único método de desecación y desinfección en España se llevó a cabo con un sapo partero endémico de Mallorca, y consiguió eliminar el hongo en unos puntos muy concretos. «Siguiendo esa experiencia, lo vamos a intentar aquí, ya que son muy pocos los puntos que tenemos en Andalucía, en torno a 20 ó 25» comenta, repasando a media voz los seis de Granada, cuatro en Málaga…, otros tantos en Jaén, y agrega animado: «porque, a lo mejor, con estas intervenciones casi podríamos tener controlada su posible expansión, o al menos diezmar su población para que no continúe creciendo…».

«¿En el futuro?, no sabemos qué pasará» dice, y razona que en estos temas de las enfermedades emergentes, las tendencias evolutivas puede ser varias. Así, en algunos casos los nuevos patógenos han llegado a extinguir una población afectada. Pero también se podrían mantener con una prevalencia pequeña y afectar de forma puntual a un 5 ó 10% de los puntos de agua. O, con el tiempo, podrían aparecer formas de resistencia de los anfibios. O incluso que en la propia ecología de las láminas de agua surgieran enemigos naturales del hongo, como microorganismos que pudiesen alimentarse del él y controlasen de forma natural sus poblaciones. «Éste es el caso que se está investigando ahora y que nos hemos planteado para el Parque Natural de Cazorla, porque hemos detectado que en algunas fuentes había prevalencia del hongo y sin embargo no había enfermedad ¿por qué? Porque a lo mejor había algún otro elemento que estuviera depredando el hongo que, aunque estuviese presente, su densidad fuera tan poca que no resultara suficiente para provocar la aparición de la enfermedad en los anfibios. Hay ahora algunos grupos de investigación que están estudiando esta línea porque, de ser así, quizá una forma de lucha no sería desinfectando la charca sino propiciar los enemigos naturales del hongo», avanza Del Río.

Mientras tanto, continuarán aplicando entre sus profesionales y difundiendo a los visitantes el protocolo de detección precoz que puede salvar las valiosas poblaciones de anfibios de los espacios naturales andaluces y de los parajes cercanos y, en realidad, de todo el planeta, al que embellecen con su original banda sonora y donde aportan calidad a los ecosistemas.

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A la izquierda, los agentes medioambientales se forman en el protocolo precoz. A la derecha, kit con todo el equipo de desinfección de quitridiomicosis.

 
A la izquierda, salamandra muerta por la infección. A la derecha, un técnico supervisa el estado de las larvas de anfibios, limpias, en el laboratorio.

De arriba a abajo: un juvenil de sapo partero muerto por quitridiomicosis -los agentes siempre utilizan guantes-, un sapo partero adulto, desinfección de una manga, otros dos sapos parteros juveniles muertos en una alberca, y larvas limpiándose en el laboratorio. Imágenes: Junta de Andalucía.

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.