One Health: Un planeta, una salud. Cuando nuestra supervivencia depende del bienestar del resto de especies

La salud del ser humano sólo se puede mantener si se gestiona en equilibrio con los propios ecosistemas naturales. Esta visión integradora del mundo y sus habitantes forma parte del concepto One Health, del inglés ‘Una salud’, una estrategia mundial que busca aumentar la colaboración interdisciplinar de los expertos en el cuidado de la salud de las personas, los animales y el medioambiente, entendiendo que todas estas realidades están ligadas entre sí. Una visión que defiende y en la que trabaja desde hace dos décadas la doctora Emma Martínez López, toxicóloga en la Universidad de Murcia y secretaria general de la Asociación Española de Toxicología.

Después de visitar más de 50 países por todos los continentes, Martínez llegó a la conclusión de que «en cualquier parte del mundo hay una premisa clara, y es que la supervivencia del hombre depende única y exclusivamente del bienestar de otras especies y también de la disponibilidad de aire, agua y alimentos que estén limpios».

Asimismo, razona que, por contra, «al final, todos aquellos productos químicos liberados al medioambiente tienen la posibilidad de desarrollar unos efectos adversos sobre todos los organismos vivos y los procesos ecológicos».

En estas circunstancias, Martínez considera que la Tierra «es un ecosistema perfecto» que asemeja a nuestro propio organismo, y que a pesar de todas las agresiones ejercidas por una serie de actividades antropogénicas, «tiene la capacidad para adaptarse y sobrevivir: de alguna manera, posee los mecanismos adecuados para absorber todos esos efectos que nosotros estamos provocando por el ingreso de ese tipo de sustancias que no cumplen ningún tipo de función en la naturaleza».

«Pero cuando la agresión es exacerbada, ese equilibrio perfecto que ocurre de manera natural se rompe, y ya no se permite la adaptación del propio ecosistema, y es cuando tenemos el proceso de enfermedad, en paralelismo con lo que ocurre con nuestro organismo». Ahí es cuando asistimos a lo que se denomina “los efectos degradativos y degenerativos a nivel global”, entre los que incluye la desertificación provocada por un aumento de una extraordinaria liberación de contaminantes al medio ambiente (no la desertización, que es natural y que se produce en un ciclo normal ecológico), el calentamiento global, la destrucción de la capa de ozono, el efecto invernadero o las lluvias ácidas, y también la pérdida de biodiversidad, es decir, la pérdida de determinadas especies, que puede ser trascendental también para la supervivencia del hombre. Y todo eso ocurre mientras el concepto One Health, insiste, recuerda que nuestra superviviencia depende del bienestar del resto de especies.

NACIMIENTO DE ONE HEALTH

La Junta Ejecutiva de la American Veterinary Medicine Association creó la Iniciativa de la Salud Única ('One Health Initiative Task Force', OHITF) para superar el concepto de 'Una Medicina' lanzado en los años 70 del siglo pasado, según recuerda Pablo Zunino en su trabajo 'Historia y perspectivas del enfoque Una Salud'. El propósito era estudiar la viabilidad de facilitar la colaboración entre las profesiones, instituciones, agencias y el sector productivo privado para la prevención y el tratamiento de enfermedades humanas y animales. Su primera tarea fue proponer el concepto de Una Salud y proveer recomendaciones y líneas estratégicas para expandirlo. Apenas dos meses después, la American Medical Association se sumó de forma unánime. En la evolución hacia el concepto integrador de Una Salud resultó crucial la incorporación de las dimensiones ecológica y ambiental con el fin de abordar los complejos problemas contemporáneos sanitarios a través de un enfoque sistémico que incluyera el bienestar de animales, de seres humanos y de los ecosistemas que ellos habitan. En 2008, la OMS, FAO y OIE tomaron formalmente el concepto “Una Salud” con el objetivo de abordar los problemas sanitarios en la interfaz hombre-animal-ambiente (“A Tripartite Concept Note”, Hanoi, Vietnam, 19 al 21 abril de 2010). Las tres organizaciones formalizaron un acuerdo para trabajar estrechamente y desarrollar acciones y estrategias comunes con el fin afrontar los nuevos desafíos en salud a nivel global.

«La humanidad es una parte de la naturaleza y no algo separada de ella. Tanto la salud humana como animal están vinculadas a los ecosistemas en los cuales coexisten, y su cuidado y protección son absolutamente necesarios», recalca la veterinaria, quien añade que «los seres humanos convivimos en una relación compleja e interdependiente con nuestros iguales, los animales silvestres y domésticos, así como con el entorno en el que vivimos y trabajamos, del que dependemos para nuestra comida, sustento y bienestar». Y aunque todavía seguimos teniendo una visión principalmente antropocéntrica, «siento que ésta ha ido perdiendo fuerza en los últimos años, favorecida por los aportes científicos y sociales que constatan cómo la acción del hombre está afectando directamente al medio ambiente y ésta a su vez a la salud de todas las especies, incluida la humana».

Como contribuciones científicas, apunta que muchas consecuencias de estos efectos globales están absolutamente comprobadas. «Por los fenómenos de las lluvias ácidas o por la disminución de la capa de ozono se producen ciertas patologías que afectan a todos los organismos vivos, incluyendo las plantas y, por supuesto, los animales. El efecto invernadero implica la descongelación de los casquetes polares y el aumento del nivel del mar con todo lo que eso puede traer como consecuencia». Pero sobre todo, «en los últimos 30 años hemos asistido a un cambio en el patrón de las enfermedades que estamos sufriendo. Ahora son mucho más importantes enfermedades de tipo crónico, como las respiratorias, el cáncer, dolores de cabeza, migrañas, los efectos teratogénicos (malformaciones en el feto) o alteraciones reproductivas. Este cambio en los patrones de enfermedades que se ha producido en los últimos años nos ha hecho pensar». Y como consecuencia, «en las últimas décadas hemos entendido ya, por fin, que la salud medioambiental tiene una consecuencia directa sobre la salud humana».

Porque «la especie humana no deja de ser una especie más dentro de este equilibrio del ecosistema», subraya la también secretaria general de la Asociación Española de Toxicología. De manera que esos contaminantes que estamos liberando constantemente al medioambiente pueden llegar al ser humano por distintas vías: los campos de cultivo y los alimentos, las escorrentías, las aguas depuradoras de empresas y ciudades… «El océano se ha convertido en el fregadero de todos, son muchos los contaminantes que se vierten al él como si se tratase de un recurso infinito», lamenta. Y ya se sabe que muchos de estos compuestos son capaces de provocar alteraciones reproductivas, inmunitarias, de inducir cáncer y de provocar problemas de neurotoxicidad y de comportamiento. Solo en España, en 2010, se vertió más de una tonelada de alquilofenoles proveniente de la industria textil, un agente que provoca el cambio de sexo en peces, la estrogenización. El agravante es que este contaminante llegaba desde plantas de aguas residuales, es decir, de aguas que ya habían sido depuradas.

Rapaces y, sobre todo, mamíferos marinos. Especies centinela

En sus estudios -Martínez López es investigadora del grupo de Toxicología de la UMU y de Toxicología y Evaluación de Riesgos (IMIB-UMU)- ya ha constatado en varias ocasiones la relación directa entre la salud de los animales y las poblaciones humanas. Las especies a las que se recurre para hacer estos estudios se denominan “especies centinela”: capaces de alertarnos de situaciones de riesgo para la especie humana. Las especies que pueden usarse como centinelas tienen que cumplir una serie de requisitos, y de todos los animales aptos es precisamente la fauna silvestre la que mejor nos ha alertado de situaciones de riesgo para la especie humana, detalla. Algo complicado, porque hay que tener muchísimo cuidado al trabajar con la fauna ya que no se puede extrapolar directamente toda la información. Requiere hacer previamente un estudio profundo para conocer perfectamente a estas especies y entender sus propias características.

En su caso, ha profundizado en rapaces como el buitre leonado y el búho real, en las que analizó la presencia de plomo, de una enzima y de compuestos organoclorados aplicados en agricultura, cuyo uso ya está prohibido pero que se bioacumulan en los organismos.

Pero sobre todo se ha centrado en los mamíferos marinos. En ellos se dan todas las premisas para ser buenos centinelas: están en la posición alta de la cadena trófica, son súper predadores; poseen una capa de grasa que los rodea en la que se pueden bioacumular muchos contaminantes, además de en otros tejidos; y presentan una muy alta esperanza de vida que permite poder observar los efectos crónicos. Además, tienen la posibilidad de transferir los compuestos a través de la leche materna. Y a ello se une que organismos internacionales como la International Whaling Commission -de la que España es miembro-, dicen que es prioritario investigar cuáles son los efectos de todo este tipo de contaminantes en los mamíferos marinos. No en vano, muchas de las especies marinas están en peligro de extinción y la contaminación del agua podría considerarse una de las principales razones de esta situación.

El reto es enorme, porque básicamente se trata de minimizar la incertidumbre, ya que no se conoce qué efectos se están produciendo, en qué medida se pueden estar produciendo y si tienen algún impacto sobre la dinámica de la población. Todo ello con animales varados y métodos in vitro, ya que no utilizan animales vivos.

Y ella y su equipo se han metido de lleno en el asunto «con mucha valentía», dice, e incluso «planteando trabajos con una envergadura que son únicos en el mundo». Y lo han enfocado en dos estrategias. Una, para saber qué contaminantes han interiorizado los mamíferos marinos en el Mediterráneo, un mar semicerrado con unas características concretas que lo diferencian de otros, como una renovación de agua bastante lenta, rodeado de países altamente industrializados, con sobrecarga de población y alta presión turística. Y otra, en un mar de características similares: el Mar Báltico -en colaboración con la Universidad de Aarhus y zoológico de Riga, en Letonia-. Se trata también de un mar semiabierto que alberga algunas especies diferentes, como marsopas y focas, pero también delfines. Aquí y allá van a analizar contaminantes prioritarios en los ecosistemas marinos: plaguicidas, industriales, fitosanitario y metales… y van a evaluar los efectos neurotóxicos porque son de los que menos se conocen.

En el Báltico, como quien dice, acaban de empezar. Tienen la colección de muestras recogidas el año pasado y han podido manejar también especímenes de 1980, más de 350 individuos y más de 1.500 muestras. De la Región de Murcia ya poseen diez años de muestras que han rendido información interesante y tendencias temporales de cómo se han ido moviendo estos contaminantes. Como resultado, han detectado contaminantes en delfines como el mercurio, cadmio, plomo, arsénico y selenio, compuestos organoclorados, así como plásticos PCB y PFAs, cuyos valores se encuentran dentro de los rangos lógicos según otros estudios del Mediterráneo.

Sin embargo, algunas de las concentraciones detectadas estarían dentro del rango que provoca daños en los órganos, esto es, podrían tener efecto patológico, y además «hemos observado que los mecanismos de estas especies para compensar esa entrada de esos compuestos tóxicos, que llamamos “mecanismos de desintoxicación”, podrían estar sobrecargados y de alguna manera verse comprometida la salud de algunos de los individuos. Por tanto no podemos subestimar el riesgo toxicológico que puede suponer este tipo de compuestos en estas especies».

Igualmente, se sabe que los delfines del Mediterráneo han desarrollado mecanismos específicos de desintoxicación contra la neurotoxicidad del mercurio. Resultó que, comparados con poblaciones humanas y con otros animales, precisamente eran los cetáceos los que presentaban concentraciones más altas de contaminantes neurotóxicos, pero también los que mejor utilizaban esos mecanismos de desintoxicación. Esto llama la atención de todo el equipo investigador: ¿qué está pasando, cómo lo están haciendo ellos y qué podemos aprender? «Esto es muy importante porque si llegamos a conocer estos mecanismos se podrían trasladar y ayudar a la población humana a utilizarlos». Es el “camino de ida y vuelta” de la visión One Health, un planeta, una salud. Entre los grandes logros del equipo de Martínez López, han sido capaces de recuperar, conservar y estudiar encéfalos de delfines e incluso han creado el primer banco de células primarias de delfín del mundo. Pasos de gigante que abordaremos en otros reportajes.

«Siempre lo he creído, defendido y transmitido la visión One Health en todos los espacios que he tenido la oportunidad de intervenir, incluyendo por su puesto en mi entorno más cercano. En los últimos años estoy focalizada en investigar, educar, y comunicar los conocimientos sobre los impactos de contaminantes ambientales a diferentes niveles y hacerlo desde esta perspectiva. Somos los ciudadanos los que debemos comprender y creer en la perspectiva “Una sola Salud” », anima Emma Martínez López.

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.