Los tristes zorros mendigando comida en un parque natural
Arriba, un zorro acostado esperando la llegada de los coches. Abajo, tres ejemplos de espera y acercamiento a la ventanilla del vehículo.
Para los que nos gusta, pasar varios días en contacto con la naturaleza salvaje es un placer que no tiene comparación. Disfrutas, renuevas fuerzas, te oxigenas, haces un buen ejercicio y te deleitas durante horas contemplando esas maravillas de la Tierra expresadas en su flora, su fauna y su geología. O eso es lo que esperas. Porque estas vacaciones nos hemos dado de bruces con otra realidad: la triste estampa de los animales silvestres mendigando comida al borde del camino. En el corazón de un parque natural mediterráneo caluroso y agreste, con todo por ofrecer, cuatro zorros durante el ascenso y hasta seis en el descenso estaban apostados, jalonando la pista forestal, esperando la llegada de los automóviles desde cuya ventana, sin duda, les habían ofrecido repetidas veces ese alimento fácil, que más que un regalo es una ofensa a su condición.
Sumisos, tranquilos, súper acostumbrados a la presencia humana, los diez animales, pequeños en comparación con otros congéneres que hemos conocido, habían aprendido la postura amable de cara al visitante humano. Cola entre las piernas, mirada aquí y allá que de pronto clavan en tus mismos ojos, se tumban, se detienen frente a la ventanilla, se mueven lentamente, bajan las orejas... Conocen bien su trabajo. Tú te detienes, primero asombrado, luego entristecido, bajas el cristal de tu ventana, se acercan, te miran, sacas fotos, se te quitan las ganas de seguir sacando -ya no es el encuentro excitante con la fauna emboscada que te acelera el corazón-, subes el cristal, te vas, y ellos se quedan acostados esperando al siguiente vehículo. Estos animales, con aspecto triste y apático, ya no parecen ni salvajes ni naturaleza, y no pueden esquivar el sustantivo de zorro porque va en sus genes, que si no habría que bautizarlos de otra manera. ¿Qué queda del fabuloso animal que tradicionalmente ha huido del ser humano? ¿Dónde está su agilidad y sus pizpiretos saltos para cazar roedores, o sus artimañas para conseguir un saltamontes; irán a buscar frutas y bayas al bosque, o todo se ha reducido al postureo de la mendicidad?
Dan lástima, mucha lástima, y lo saben. Así consiguen unas migajas. Pero es algo que no debe hacerse y para lo que, además, no hay excusas: un cartel a la entrada del camino lo anuncia bien grande: "Prohibido dar comida a los animales silvestres. Te pueden morder, pueden producir accidentes al invadir al calzada y es perjudicial para su salud".
"Creo que la gente que alimenta la fauna silvestre lo hace sin maldad. La búsqueda de una foto bonita para las redes sociales, las ganas de ver más de cerca a ese bichito que se asoma entre la vegetación pueden ser la razón de un gesto que, de todas formas, es erróneo y que trae consecuencias que las personas muchas veces ignoramos.", explica el veterinario Alessandro di Marzio, consultor científico en el Zoo de Riga (Letonia) y con una larga experiencia en la gestión de la fauna salvaje.
Entre estas consecuencias, Di Marzio destaca el riesgo de trasmisión de zoonosis, como rabia o borreliosis entre otras. "Obviamente podemos contraer una zoonosis independientemente de alimentar la fauna silvestre, pero está claro que aumentando el contacto con los animales silvestres aumentan también las probabilidades. Además, estos animales, acercándose a los seres humanos, pueden transmitir enfermedades (o recibirlas) de las mascotas".
El problema es serio y se está extendiendo. En Costa Rica, por ejemplo, han prohibido hacer fotografías o grabaciones alimentando a la fauna silvestre
Alimentar la fauna silvestre crea muchos problemas para los animales también, continúa el experto, "porque estamos alterando los equilibrios naturales. En muchos casos los animales que se acercan a comer son jóvenes o enfermos, dos grupos que normalmente presentan una alta tasa de mortalidad. Nuestra acción proporciona una fácil y asequible fuente de alimento para ellos, permitiéndoles subsistir. Esto genera animales incapaces de sobrevivir autónomamente en un entorno natural, que como consecuencia buscarán a los humanos para que les proporcionen comida. En el caso de los zorros de Cazorla, estos animales no tendrán problemas en conseguir alimento en temporada alta, pero cuando los turistas escaseen se verán obligados a acercarse a las viviendas, generando conflictos con las personas, o serán condenados a morir muy lentamente de hambre", detalla en relación a nuestra concreta experiencia.
El turismo responsable y sostenible incluye no alimentar animales silvestres y respetar al máximo fauna, flora y geología
En este sentido, ahonda en que el aumentado contacto con los seres humanos puede crear conflicto. "Especialmente las personas que viven más cerca de estos animales pueden llegar a percibirlos como una amenaza y, para defenderse, pueden emplear técnicas que acaban perjudicando a estos animales y a veces a mucho más". Y perder el miedo al ser humano puede tener dos consecuencias más: los hace asimismo más vulnerables a la caza y captura por los furtivos, y conlleva actitudes más agresivas hacia las personas, pudiendo tener reacciones peligrosas.
Al episodio de los zorros de Cazorla añade varios casos de su país natal, Italia, donde hubo osos pardos que de pequeños se acercaban a los pueblos en búsqueda de comida y eran considerados un atractivo turístico. "Una vez adultos, su gestión se complica y se llega en muchos casos a tener que abatir el animal porque representa un problema para la seguridad humana", recalca Di Marzio. En España, sin ir más lejos, hace unos días un joven fue multado por alimentar a un oso.
Di Marzio, que ha sido también coordinador de un programa de conservación de la naturaleza para la creación de espacios naturales protegidos, apunta que "para animales acostumbrados a recibir comida desde los coches aumentará el riesgo de atropello", algo nada desdeñable vista la velocidad que, en algunos casos y pese a la ausencia de firme, alcanzaban algunos vehículos.
"Los dominios vitales de los zorros suelen ser, en general, exclusivos y con límites no solapados" y diversos trabajos en la península Ibérica con el seguimiento de ejemplares con collares radioemisores "han mostrado unos valores medios que oscilan entre 73 y más de 3.000 ha", según se detalla en el documento sobre la especie de la Enciclopedia Virtual de los Vertebrados Españoles del Museo Nacional de Ciencias Naturales. En este sentido, facilitar comida a una especie puede hacer que aumente su densidad en una zona y se dispare el número de peleas entre los individuos. Pero, a la vez, puede conllevar una reducción de su área de distribución, llevando a los ejemplares a reproducirse entre ellos.
Y a todo ello se une que la comida que proporcionamos "puede no ser saludable para ellos", advierte Di Marzio. En una sociedad en la que nos cuestionamos si nuestros alimentos son aptos para nosotros mismos, poniendo en suspenso cantidades ocultas de sal y azúcar o la presencia de aditivos diversos, por ejemplo, cuánto menos es hacerse esta misma pregunta de cara a una fauna que no puede defenderse. Los alimentos procesados no son lo suyo. Ya bastante tienen con haber introducido la basura humana en su dieta con toda naturalidad, como poco a poco van haciendo otras especies (jabalíes, gaviotas, osos...).
Y la ruptura de su papel ecológico: cada animal cumple su función en el bosque. El zorro, entre otras cuestiones, esparce semillas de numerosas especies de plantas, pudiendo transportarlas a una distancia superior a los dos kilómetros.
"Alimentar a la fauna silvestre es innecesario y peligroso y aunque pensemos que estamos ayudando a un dulce cachorro a sobrevivir, en muchos casos lo estamos condenando a muerte. La mejor manera de disfrutar de la fauna silvestre sigue siendo la observación de estos animales en su entorno, procurando molestar e interferir lo menos posible", concluye el el veterinario.
Uno de los zorros estaba tuerto. Puede ser por las peleas en la zona, o bien porque los animales débiles, que no sobrevivirían en la naturaleza, buscan más la ayuda del hombre.