Los petroglifos de Malnombre: una geometría perfecta única en el mundo
Hace más de 4.000 años, un pequeño grupo humano habitó un poblado en lo alto de una elevación, lo suficientemente cerca de la fértil vega del río como para recoger sus frutos, lo suficientemente alejado como para saberse a salvo de las riadas. Frente a ellos, otro fabuloso promontorio los contemplaba, casi inexpugnable, y en la planicie impecable de su cima hallaron el lugar idóneo donde dejar sus inscripciones. Una serie de intencionadas concavidades, aún de significado oculto, reposan desde entonces trabajosamente talladas en la piedra. Es el Cabezo Malnombre, el segundo mayor yacimiento de petroglifos de la Región de Murcia en número de dibujos, y que alberga un diseño geométrico único en el mundo.
Los petroglifos de Malnombre, en el municipio de Santomera (Región de Murcia), son numerosos y diversos, pero de entre ellos, dos grupos destacan por su parecido y por su disposición, según cuenta Miguel Pallarés, presidente de la Asociación Patrimonio Santomera, entidad descubridora del yacimiento y encargada de su prospección. En ambos casos, se trata de dos líneas paralelas de cuatro de cazoletas muy pegadas longitudinalmente o en su caso unidas por unos breves y estrechos canalillos. Este dibujo queda inscrito dentro de un imaginario triángulo isósceles delimitado por otras tres cazoletas de tamaño semejante, una en cada vértice del triángulo, cuyo extremo más alejado queda al frente de las dos filas de cazoletas. Este hecho es singular y desconocido hasta el momento en este tipo de grabados en todo el planeta. «En uno de los grupos falta la punta del triángulo, «pero el otro conjunto es perfecto. Las figuras siguen un orden manual, una distancia y exhiben una simetría que le da un tinte de originalidad al sitio. Esa forma geométrica por el momento no se ha documentado en otra estación de la Región ni, que sepamos por ahora, en otro lugar del mundo», asegura Pallarés.
EL DESCUBRIMIENTO
A pesar de la extrema dificultad de acceso a la cima del Cabezo Malnombre, lo cierto es que ha sido un lugar visitado con asiduidad por los vecinos de Santomera, situada a tres kilómetros del cerro. El calderón central era un elemento conocido por niños y mayores que subían a merendar y se sabía de alguna concavidad. Pero nunca se les dio una interpretación científica.
Conocedor de ello, un miembro de la Asociación Patrimonio Santomera, Norman, ascendió para una primera revisión con su mirada de arqueólogo, y tras detectar lo que había y las posibilidades que ofrecía, propuso a la Asociación una prospección más profunda. El propio Norman y Alfonso Simó elevaron un dron y escudriñaron la cima del Cabezo desde una nueva perspectiva que les permitió identificar mejor los sospechados petroglifos. Ello dio pie a un estudio in situ, una visita de un equipo de 14 personas para tomar medidas y documentar lo que hubiera, y elaborar la primera descripción de lo que ya denominaron como campo de insculturas. «Estábamos allí ‘alucinando’, tanto que subimos hacia las 9 de la mañana y bajamos a eso de las 5 de la tarde», recuerda Pallarés, que dirige la prospección junto a Cristina González Gómez.
De esa subida a Malnombre, Pallarés recuerda sentir «felicidad por saber que teníamos algo así. Luego se fue normalizando porque a cada salida íbamos encontrando más cosas y sabíamos que nos quedaba mucho». «Cada descubrimiento supone para mí un día de felicidad, mucha alegría. Es la satisfacción de seguir la intuición y saber que estás haciendo el trabajo que tenías que hacer. Y es, sobre todo, el amor por la Historia, la Humanidad, que nos lleva a los arqueólogos a estar más cerca de nuestro pasado», agrega.
La Asociación, apunta su presidente, está haciendo una labor sin compensación económica, «por amor a la tierra, para ponerla en valor y por disfrutar con ello. Tenemos el cabezo enfrente, yo subo mínimo una vez al mes. Veo el atardecer y me siento tranquilo y en paz de estar en un sitio que ha pisado el hombre desde hace tanto tiempo».
A ello se une que ambos conjuntos están en línea, pero con distinto derrotero. Y, curiosamente, trazando la recta de unión entre uno y otro a través de su eje de simetría se atraviesa por el centro de un gran calderón que, ubicado en mitad de la planicie, actúa como punto de recogida de agua. Nada de esto parece casual.
Los dibujos hieren la piedra como apuntando a un lugar concreto. De hecho, han analizado la orientación de uno de los grupos, al que le falta una cazoleta exterior, cuyo extremo señala pendiente abajo. Apunta a los 240º suroeste y coincide con la puesta del sol en el solsticio de invierno. El pasado septiembre, miembros de la Asociación Patrimonio Santomera estudiaron el segundo grupo. Todo indica que está orientado con los equinoccios, si bien en este caso la conjunción no es total ya que se desvía algunos días. Para Pallarés, esto no es un problema. «Hay que pensar que nosotros empleamos un calendario y unas fechas exactas, pero no sabemos si ellos lo tenían, quizá no usaban esta forma de categorizar el tiempo. Entendemos que podría servir para señalar el cambio estacional que se da cerca de esta fecha y no tanto un día en concreto. Por ejemplo, indicar el inicio de un ciclo agropecuario, la extremización del invierno, o el momento a partir del cual las plantas empiezan a dar sus frutos», detalla, si bien asume que aún habría que profundizar en la investigación arqueoastronómica para llegar a mayores conclusiones. Todo ello se suma a la belleza plástica de los grabados y añadiría una dimensión simbólica al yacimiento. Pero, aún y todo, no dejarían de ser hipótesis.
En la cima amesetada de Malnombre el campo de insculturas contiene más trazos tallados, hasta 58. Alguien grabó un grupo de cazoletas desordenadas de diferentes tamaños, destacando alguno de hasta 15 cm de diámetro, y todos bastante someros; sobre una roca plana aparece otro conjunto de ocho grandes oquedades, las mayores del lugar, de 25 cm de diámetro y hasta 36 cm de profundidad -quizá ampliadas por la acción del agua y el tiempo-, totalmente diferentes a cualquier otra que se pueda encontrar en el cabezo; mientras que por la zona se dispersan algunos cacillos sueltos. Y, en el centro, ese gran calderón esférico de tres metros de diámetro y casi dos de profundidad, con un origen semiartificial, aprovechado para recoger el agua de la pendiente de la cima. Además, en la base de la peña hay algunas insculturas más, aisladas, documentadas desde tiempo atrás.
Una peña de difícil acceso, de subida empinada, de camino arriesgado. Hay que conocer la senda de entrada, por la cara norte. Entonces, «¿por qué lo eligieron? Ésa es la pregunta, que nos lleva a pensar que este sitio tenía para sus autores algo especial», concluye el arqueólogo.
El yacimiento del Cabezo Malnombre está inexorablemente unido al de su vecino, el yacimiento de Cabezo de La Mina, donde se encontró el poblado, a solo 700 metros de distancia. Sus habitantes, inmersos en la cultura argárica, que en la Región se inscribe en el Bronce Pleno, dibujaron en ambos lugares petroglifos similares. El conjunto tiene unas 100 cazoletas. Podrían aparecer más. En la misma cima de Malnombre -de unos 70 metros de longitud máxima por una anchura media de 15 metros- hay zonas cubiertas por tierra, con un pequeño estrato de capa superficial, y en el poblado de La Mina ocurre igual. Los siglos han ido tapando las insculturas, que habían quedado ocultas por los sedimentos y la vegetación. «Por mucho que se haga una prospección muy intensiva, es muy difícil peinar dos cabezos de esas dimensiones», apunta Pallarés.
Los dos yacimientos, que comparten estos vestigios de la época argárica, albergan más hallazgos. En Malnombre hallaron además Calcolítico -Edad del Cobre-, algo de tardorromano y árabe, y en La Mina, romano. En Malnombre hay un taller de sílex antiguo y, dispersas por toda la zona, abrigos que pudieron usarse como enterramiento en la Edad del Cobre. La ausencia de Calcolítico en La Mina podría deberse «a la falta de prospección», sopesa el también Profesor de Geografía e Historia. La cuestión es que la zona, con su imponente peñón calizo de 215 metros de altura, sus firmes paredes verticales y su privilegiada situación, ha ejercido una gran atracción para el hombre.
PROTECCIÓN
La Asociación Patrimonio Santomera trabaja para que ambos yacimientos se cataloguen como Bien de Interés Cultural (BIC). Mientras, la entidad continúa con su investigación, con el apoyo del Ayuntamiento y de la Dirección General de Bienes Culturales de la Región de Murcia.
La vida sería esforzada pero fructífera para los duros habitantes del cerca del medio centenar de viviendas del poblado de La Mina. En aquellas ciudades incipientes y aterrazadas del Argárico la diferenciación de clases y la organización social comenzaba a hacerse notar. Habría seguramente agricultores para sus huertos y ganaderos para sus corrales, pero también su grupo cazador que controlaba desde la ladera todo el tránsito por el valle y, siendo como eran grandes conocedores del entorno, tendrían recolectores de materias primas y recursos naturales de fauna y flora de la entonces generosa Sierra de Orihuela. Probablemente había una surgencia de agua, de donde provendría la antigua denominación de Cabezo de La Fuente, y aún no se sabe si trabajaban aquí el metal, pero el lugar es, sin duda, abundante en cobre, ahí está aún la mina que da nombre al Cabezo y que fue explotada desde finales del XVIII hasta el XX -y que curiosamente fue la obra que secó la fuente-. Con toda probabilidad tendrían sus mercaderes para el intercambio comercial con otros poblados -quizá supeditados a la hegemonía de dos conocidos yacimientos argáricos en la Región: el tándem de La Bastida y La Almoloya-, su chamán, cómo no, y alguien, entre ellos, además, sería también el responsable de tallar las insculturas.
Sobre la piedra caliza día tras día, piqueteando el duro suelo con algún elemento romo, un poblador del Bronce Pleno fue liberando de la roca madre las cazoletas, canalillos y los dibujos geométricos que hoy quedan, aún para el estudio, en la solana de una sierra de la Cordillera Bética. Una localización singular toda vez que en la Región de Murcia, este tipo de insculturas se concentran en el área del Altiplano (noreste), y sólo en mucha menor medida hay ejemplos en otras áreas de la Comunidad. Un llamativo conjunto que «por la forma, el contexto, los materiales y la situación estratégica sobre el cruce de caminos del valle del Segura, es de una total originalidad», resume Pallarés. Y, como defienden desde la Asociación, «un hallazgo fundamental tanto para nuestro patrimonio como para el mundo arqueológico a nivel regional y nacional».
Todas las fotografías son de Blas Rubio, miembro muy activo de la Asociación Patromonio Santomera. Se ve el Cabezo Malnombre -en la pequeña, con los investigadores en la cima-, las insculturas o petroglifos, una vista en altura del yacimiento de La Mina, miembros de la Asociación analizando los grabados, y los trabajos con dron -detrás del operario, se asoma Pallarés-.