Los desconocidos milpiés, entre la aversión y la intriga

Capaces de despertar sensaciones a medio camino entre la aversión y la intriga, a nuestro alrededor hay muchos más milpiés de los que imaginamos. Uno de los más frecuentes, el de la imagen, se está dejando ver estos días tras las lluvias, en los que un amable sol entibia el suelo y las paredes. Es lo habitual, y sin embargo, no está muy claro por qué abandona su escondite justo ahora, pero nos brinda la ocasión de contemplar a un animal de atractivo brillo metálico y sinuoso andar, responsable de reciclar buena parte de la hojarasca recién caída. El biólogo José Domingo Gilgado es uno de los pocos expertos en milpiés del país. Al terminar su Tesis Doctoral optó a un trabajo de investigador en la Universidad de Basilea, y su experiencia en estos animales fue precisamente lo que le dio ventaja sobre los otros candidatos: "parece ser que en Suiza tampoco hay, ni ha habido en los últimos 20 años, especialistas en milpiés en activo, así que ésta fue una característica de mi perfil que pensaron que podría 'llenar un vacío' existente", detalla. Y ahora que los estudia aquí y allá no deja de pedir respeto para ellos porque "llevan millones de años aquí, cada uno nos cuenta una historia, son tremendamente hermosos, y forman parte de nuestro patrimonio natural".

Los milpiés suelen ser animales nocturnos que durante el día permanecen al resguardo de la hojarasca, troncos o piedras, metidos en cavidades o enterrados en el suelo. Pero en días como estos, podemos verlos si miramos a nuestros pies. No todas las especies (hay unas 12.000) salen de su escondite tras la lluvia, pero parece ser que es común para el milpiés de la imagen superior, que lleva el complicado nombre de Ommatoiulus rutilans. ¿Por qué? "¡Pues no lo sé! Se me ocurren muchas hipótesis, pero no sabría decir cuál puede ser la acertada. Podría ser el mejor momento para aparearse y poner huevos sin que se deshidraten con el calor, podría ser el momento en que es más fácil alimentarse de la hojas caídas de la vegetación mediterránea (por lo general bastante seca), podría ser la mejor circunstancia para buscar nuevos escondites ya que el suelo está más blando y se puede cavar más fácilmente… o podría ser otra cosa", deja Gilgado el suspense en el aire.

Gilgado, que está estudiando la fauna del suelo de diferentes jardines, cuenta que en una ocasión al enseñarle a la propietaria de uno de los terrenos los milpiés que había encontrado (decenas de ellos, y seguramente siempre habían estado ahí) "me dijo sorprendida que nunca los había visto. Si uno no va buscándolos, es más probable que no los encuentre, pero sí, hay más de los que la gente se imagina", sostiene.

Nuestro protagonista, el Ommatoiulus rutilans, es una especie que parece relativamente generalista en cuanto a su hábitat y bastante abundante en la Europa mediterránea, normalmente en zonas relativamente secas.

Pero cada especie puede tener una época de actividad diferente a lo largo del año, de modo que si unos prefieren el otoño, otros se decantan por el invierno, por ejemplo. Por lo general son detritívoros y suelen alimentarse de materia vegetal en descomposición (principalmente hojarasca, frutos y similares), pero dependiendo de la especie pueden degustar también de hongos, líquenes… "y hasta donde yo sé, sólo hay dos especies que se pueden alimentar de materia de origen animal, principalmente lombrices y babosas muertas. Además de reciclar la materia orgánica, ayudan a remover el suelo. La verdad es que con los números delante, podría decirse que juegan un 'papel secundario' detrás de otros detritívoros más abundantes (ácaros, colémbolos, etc.), pero aun así se estima que en algunos bosques pueden encargarse del reciclaje de hasta un 15% de la hojarasca. No está nada mal. En cualquier caso, a mí me gusta más pedirle a la gente que respete a todos los artrópodos (insectos, arácnidos, miriápodos, etc.) independientemente de su papel en el ecosistema", recalca el doctor.

Y, si uno los mira bien, son hasta simpáticos. Con ese avanzar lento, ondulante e hipnótico, y de un tamaño nada amenazante en la Península, aunque hay especies tropicales que pueden llegar a medir más de 35 centímetros. De hecho, su longitud puede dar cierta información sobre su edad. Y es que los milpiés nacen con tres pares de patas y en cada muda, según van creciendo, van añadiendo segmentos. "No obstante, suele ser más de uno por muda. El patrón de crecimiento suele ser característico de cada especie, por lo que si sabes que un ejemplar es de una especie, y tiene un determinado número de anillos así como cierto grosor, podrías aproximarte a su edad (en número de veces que ha mudado). Pero no es un sistema perfecto, ya que adultos de la misma especie, por ejemplo, pueden tener un número ligeramente distinto de segmentos. Por ejemplo, en el caso de O. rutilans, si tiene unos cuatro centímetros de longitud, es probable que se trate de un adulto", determina el biólogo. 

Al respecto, el milpiés con un mayor número de patas es Illacme plenipes, endémico de California, que llega a tener hasta 750. Gilgado aclara que "esa especie pertenece a un grupo de milpiés diferente al O. rutilans, cuyo máximo de patas debe de rondar en torno a las 200".

Además son, en general, inofensivos. "Es cierto que, la mayoría, cuando se sienten atacados pueden segregar una serie de compuestos químicos que son tóxicos -diferentes según las familias- y de mal sabor, con el fin de que les dejen en paz. No sabría decirte cuántos milpiés vivos tendrías que ingerir para que esto supusiera un problema -bromea- pero no conozco ningún caso de nadie al que le haya pasado algo así. Al contacto con la piel, eso sí, pueden dejarte impregnado un olor característico que puede durar unos minutos, o algo más", advierte. Y como la naturaleza todo lo aprovecha, el profesor añade que "se ha visto que algunos lémures se frotan el pelaje con milpiés, y así estas sustancias químicas les ayudan a deshacerse de los parásitos que puedan tener".

Otra curiosidad de estos animales tiene que ver son el sexo y la edad, y más en concreto en especies de la tribu Ommatoiulini, a la que pertenece O. rutilans. "Si en una determinada población hay muchas más hembras que machos, un macho adulto puede 'dejar de envejecer', y prolongar su vida durante algo más de tiempo. Para ello, realiza una muda en la que su nueva apariencia tiene caracteres 'más juveniles'. Y tiempo después vuelve a mudar para volver a su fase de adulto. Así, digamos, 'retrocede las manillas de su reloj vital', pudiendo prolongar su vida entre dos y cuatro años más. Este proceso se llama periodomorfosis, y a esos machos con caracteres algo más 'juveniles' se les llama machos intercalares", apunta.

"Distinguir un milpiés de otro no es tarea fácil. El único carácter que te da una certeza de la identidad del ejemplar es el órgano reproductor masculino. Se puede decir que los entomólogos, y miriapodólogos, pasamos una buena parte de nuestro tiempo mirando 'penes' de bichos a la lupa"

Conocidos con el nombre muy general de 'cardador', distinguir una milpiés de otro no es tarea fácil. Ni siquiera el de la fotografía superior. Hay varias decenas de especies del género Ommatoiulus en la península Ibérica. Para Gilgado, "el único carácter que te da una certeza de la identidad del ejemplar es el órgano reproductor masculino, los gonópodos (patas modificadas, convertidas en órgano reproductor) que son diferentes en cada especie. Mientras que algunas especies son fáciles de distinguir de sus parientes cercanos por su coloración, la morfología externa, etc., hay otras tantas especies que, si no le miras los gonópodos, no puedes saber qué son. Esto no es algo exclusivo de los milpiés, sucede lo mismo con muchos grupos de insectos, en los que hay que mirar la genitalia masculina (en insectos se llama edeago) para poder saber de qué especie se trata. Se puede decir que los entomólogos, y miriapodólogos, pasamos una buena parte de nuestro tiempo mirando “penes” de bichos a la lupa", ríe el experto.

Gilgado, que ha pasado un par de veces por la Región de Murcia, realizó la Tesis Doctoral en la Universidad de Alcalá sobre comunidades faunísticas de ecosistemas subterráneos. "Para identificar los diversos grupos que encontrábamos, necesitábamos la ayuda de expertos. Uno de ellos, el Profesor Henrik Enghoff, me propuso hacer una pequeña estancia con él para estudiar los milpiés de mis muestras. Ahí pude iniciarme en el grupo y me di cuenta del potencial que tenía. Encontramos varias especies nuevas para la ciencia y además había muy poca gente estudiándolos, por lo que eran un grupo muy interesante para seguir con ellos". De hecho, ahora mismo está centrado en dos proyectos, uno sobre biodiversidad en jardines en Basilea y otro sobre los milpiés de los Alpes, que compagina con algunas labores docentes en la Universidad, mientras sigue trabajando en los milpiés ibéricos, tanto de superficie como subterráneos.

Por eso le da lástima que "en general, la mayoría de la gente desconoce bastante los insectos, arácnidos y miriápodos de nuestra fauna. ¡A saber lo que pensarán cuando ven un bicho así! Cada vez que le enseño y le nombro uno a alguien ajeno a la entomología casi siempre me miran extrañados y me preguntan '¿milpiés o ciempiés?'. Los ciempiés pertenecen a la cultura popular, pero los milpiés son menos conocidos", lamenta, y concluye: "¡Y a mí me apasionan!".

 
Arriba, José Domingo Gilgado escrutando el suelo. Abajo, dos milpiés que no viven en España, un Polydesmus angustus de Suiza, y un Blaniulus guttulatus.

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.