Los agricultores que amaban a las canasteras

La canastera común es pequeña, plumosa, con el cuello engolado en crema y un característico contraste en negro que se orilla hasta el rabillo interior del ojo, y tiene más aspecto de golondrina que de ave que rebusca en el limo. Olvidada y denostada durante mucho tiempo, ahora cada vez hay más gente que la defiende: las canasteras tienen quien las ame, y entre ellos están los agricultores del entorno del Mar Menor.

La naturalista y anilladora Irene María Arnaldos lleva ocho años al frente de un programa de seguimiento de la especie en la Región de Murcia, auspiciado por la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE). Ella es testigo, cada primavera, de la llegada de estas singulares aves durante su visita reproductora, y observa cómo escogen las tierras de cultivo del Campo de Cartagena para sacar adelante a su preciosa nidada. El desconocimiento de este hecho conlleva que determinadas prácticas, como el laboreo de parcelas agrícolas o el pisoteo del ganado ovino, destruyan las colonias. El objetivo del Proyecto Canastera, que ella coordina, es compatibilizar esta agricultura intensiva con su conservación. Su día a día consiste en contarlas, anillarlas, anotar las lecturas, identificar grupos, seguir sus movimientos y costumbres, y vigilar que la población evolucione bien. Y, cómo no, concienciar.

En este tiempo ha vivido un cambio en la actitud del colectivo agrícola. No en vano, "año tras año se da prioridad a que la colonia críe de manera segura y, con ello, al trabajo con los agricultores dueños de los terrenos donde se instala la especie”, recalca. “Al comenzar, me costaba mucho más llegar a ellos", recuerda, mientras que ahora algunos ya conocen el proyecto o han oído hablar de él antes de que ella les llame para decirles que, ese año, el ave ha escogido sus parcelas. "Y, si bien es cierto que aún nos queda mucho trabajo en cuanto a la difusión, aquí juega un papel primordial la implicación de agricultores”, reconoce.

Por ejemplo, dice Arnaldos, “gracias a Santiago hemos podido llegar de una forma más cercana al sector y compartir experiencias muy positivas que han beneficiado directamente a la cría de la canastera”. Se refiere a Santiago Pérez Blaya, involucrado desde 2014. Con el proyecto, la visión de este agricultor sobre el ave “ha cambiado muchísimo. En un primer momento creíamos que perdíamos los derechos, que iban a ocupar las parcelas medio año… Pero luego vas conociendo que solo están dos meses y que no afecta demasiado”. Sabe que llegan, en general hacia Semana Santa, dependiendo del año, y para entonces ya les reservan ‘en blanco’ alguna de las parcelas: “En cuanto vemos que las canasteras intentan hacer bandos y empiezan los cortejos, sabiendo de su querencia por una zona de nuestras fincas, esa zona se intenta respetar”.

SE EXTINGUIÓ EN LA REGIÓN EN LOS 80

La canastera común (Glareola pratincola) se distribuye por Extremadura, Andalucía, Castilla La Mancha, Comunidad Valenciana y Región de Murcia. Aquí se extinguió en la década de los 80, en las Salinas de San Pedro del Pinatar, debido a las modificaciones del hábitat en la zona norte. En 2002 y 2003 se confirmó la reproducción de al menos 8 parejas en entornos cercanos al Mar Menor. Tras la destrucción de la colonia en 2003 casi en su totalidad por maquinaria agrícola, ANSE decide iniciar el Proyecto Canastera, que pretende la compatibilización de la agricultura intensiva del Campo de Cartagena con la conservación de esta especie.

     En la Región, la canastera ocupa zonas agrícolas de regadío cercanas a la laguna, donde cría y se alimenta. En general, es un ave asociada a marismas y otras zonas húmedas que frecuentemente instala sus colonias en zonas agrícolas próximas a los humedales.

     Las principales amenazas para el éxito reproductor de la canastera son el arado y el paso de ganado ovino, a las que se suman las molestias por parte del ser humano, como recolectores, viandantes con perros, ornitólogos poco respetuosos, vehículos y ciclistas, entre otros.

Pérez Blaya constituye la tercera generación de agricultores de su familia. Sus padres fueron, además, pastores “porque entonces las explotaciones eran más pequeñas ya que no había agua, y la economía se apoyaba en una muy pequeña ganadería, de pocas cabezas, en este caso ovejas y cabras”. Él lleva laborando desde hace unos 20 años en la empresa familiar, sacando adelante unas 50 hectáreas. Allí atiende principalmente cultivos de invierno: lechuga que rota con patata, y que destinan mayoritariamente a exportación.

El núcleo principal de su terreno está en la zona de La Marina. En 2015 compraron más tierras en Lo Vallejo, y ya las canasteras estaban criando en una finca vecina. A partir de unas ampliaciones, accedieron a terrenos del gusto del ave. Entonces "vino Irene a explicarnos el tema y fuimos conociendo a la gente del equipo. Y a veces anillando unos, y otras veces otros, notamos que cada vez se van viendo algunos ejemplares más de canasteras”, se alegra.

Puesto que conoce bien a sus colegas, su ‘misión’ ha sido principalmente hablar con ellos. Explica el proyecto, sus implicaciones y sus beneficios, como que se alimentan, entre otros, de insectos como la palomilla, que afecta a la patata, así como de mosquitos o larvas. “En la zona donde viven se nota que no hay tantas capturas en las trampas, donde sin ellas suelen caer bastantes insectos. Desde esta parte, estamos muy agradecidos y entendemos que el esfuerzo merece la pena”, resuelve.

Entre los agricultores con los que Pérez Blaya ha contactado este año, y por tanto nueva incorporación al proyecto, se encuentra Ainhoa Otón, de Emmett Murcia Agricultura, que “alguna cosa había leído en prensa” pero poco más sabía de estos esfuerzos. Hasta que “nos comentó que en una de nuestras parcelas se habían avistado canasteras. A partir de ahí, nos informamos”. Así supo que se trataba de una especie vulnerable. “Y no dudamos en unirnos a éste bonito proyecto", recuerda, ya que en la empresa "estamos comprometidos con la mejora continua de la agricultura y el medio ambiente para el beneficio mutuo de agricultores, consumidores, fauna y flora y medio rural, y por ello pasamos estrictos protocolos medioambientales", agrega.

Las acciones a emprender no parecían complejas. Su empresa cultiva brotes tiernos de espinaca y una col rizada llamada Kale. Cada campaña van rotando las fincas con otros agricultores para favorecer la mejora de la estructura del suelo y el aumento de la materia orgánica. Los ciclos productivos terminan en mayo-junio, que coincide con la época de anidación de esta ave, por lo que a priori no se ven afectados. Por ello, Otón asegura que “realmente no ha habido ningún aspecto que nos haya resultado difícil, únicamente reorganizamos nuestros trabajos de preparación de tierras dejando para el final las fincas donde se encontraban las canasteras”.

“Aquí, en el Campo de Cartagena, somos muchos y cada vez más los agricultores que creemos en una agricultura sostenible, en un equilibrio entre ambas partes, porque un aumento en la biodiversidad llevará consigo una disminución de los efectos del cambio climático”, defiende Otón. Apunta, además, que las nuevas tecnologías en la agricultura favorecen la producción mientras se mantiene el respeto por el planeta: “Debemos preocuparnos por el cuidado de nuestro entorno para la conservación de los recursos y también evitar perder superficie cultivable. Este tipo de actuaciones van en línea con la mejora y las buenas prácticas agrícolas, que es el objetivo que debemos marcarnos. La agricultura y el medioambiente deben de ir en la misma dirección porque así podremos conseguir grandes cosas”, reivindica.

Entre los aspectos más satisfactorios destaca cómo Arnaldos los ha mantenido constantemente informados sobre el estado de las aves y el crecimiento de los pollos, “enviándonos multitud de fotos e indicándonos los días que estaban anillando, para que la empresa se sintiera en todo momento partícipe del proyecto. Es una gran sensación cuando te dicen que ha sido un éxito y que han podido anillar un gran número de canasteras, te das cuenta de lo mucho que podemos hacer con pequeños gestos como retrasar la preparación de tierras”.

Algo más de tiempo, concretamente desde 2014, lleva unido al proyecto Víctor Fernández Cegarra, que cultiva una cosecha anual de brócoli en una empresa de tradición familiar. Con las atenciones a la canastera, sabe que no puede llevar a cabo el habitual laboreo en el periodo de nidificación, y que “los cultivos son parte importante para la supervivencia de la avifauna, aunque algunos preferirían que en el Mar Menor no hubiera agricultura de ningún tipo”, se le escapa un lamento. Fernández Cegarra, que es escueto, anima a otros colegas a “que participen en estos proyectos, a pesar del descontento que hay por culpabilizarnos del deterioro del Mar Menor” -insiste- y reconoce que se siente “bien por participar en el fomento de la biodiversidad y dar ejemplo a mis hijos”.

Un impulso a la biodiversidad que no cae en saco roto, porque parece que en este rincón, las canasteras se sienten bien. Arnaldos sabe de un ejemplar concreto, anillado en 2014, que se deja ver casi todos los años aquí o en zonas próximas, junto a diversos jóvenes y adultos de otros años que vuelven en primavera o en verano.

En 2022, la zona ha recibido 28 parejas aproximadamente, mientras que el año pasado hubo 25, por lo que la cifra ha aumentado ligeramente, aunque la naturalista precisa que la especie presenta variación interanual. En líneas generales, cuenta, la población de canastera ha sufrido una disminución a nivel nacional, mientras que en la Región el número de parejas se ha ido manteniendo más o menos estable.

La Región, modelo para Hungría

EXTENSIBLE A OTRAS AVES

Para Santiago Pérez Balaya, la canastera “es una parte esencial del ecosistema”, y el trabajo que se hace con ella es extensible a otras aves. Así, apunta que en los huertos se puede poner nidos artificiales para mochuelo, lechuzas y otras rapaces que controlen roedores, que dañan las mangas provocando un desperdicio de agua, por lo que su control “es un valor añadido tanto para los clientes como para el ecosistema donde producimos”. Añade al listado a las rapaces pequeñas como los cernícalos, al chotacabras y pájaros que comen plagas. “Es positivo que la gente vea lo que la fauna nos aporta; eso es muy interesante aprovecharlo y no cuesta dinero”, anima.

El proyecto ha sumado en este tiempo otras alegrías, como cuando recibió hace años la visita de colegas húngaros que trabajan con la canastera en su país. “Este encuentro les supuso un punto de inflexión, ya que mejoraron el trabajo con la especie en su zona. Allí tenían problemas parecidos a los nuestros, y gracias a la visita que nos hicieron y a nuestra experiencia en el proyecto, pudieron aplicar una serie de medidas, favoreciendo a las canasteras de su zona”, se alegra la coordinadora murciana.

Arnaldos detalla que en el proyecto han participado una gran cantidad de voluntarios y algunos agricultores del Campo de Cartagena. “En la actualidad formamos un diverso equipo que se complementa y cada uno aporta sus conocimientos para facilitar la cría de ésta y otras especies, como el alcaraván común, la cigüeñuela común, el chorlitejo, la perdiz roja, la terrera y otras. Antonio Fernández- Caro, que lleva desde el inicio del proyecto con la especie, ha sido clave en muchos momentos, junto con otros compañeros como Ángel Sallent o Jorge Sánchez. Al final, para que el proyecto se lleve a cabo de manera exitosa, tenemos que trabajar todos a una”, y para todos tiene un agradecimiento.

Todos ellos esperan la llegada de las pequeñas aves el próximo año, y estarán atentos a ver dónde se asientan. A veces crían de forma más dispersa, mientras que en otras ocasiones se distribuyen de manera más agrupada. Este año, por ejemplo, han escogido una zona diferente a la del año pasado debido a que aquella se encontraba inundada, y han ‘aterrizado’ cerca de donde criaron en 2014. Eso conlleva que también cada año varía el número de agricultores implicados, ya que participan más activamente aquéllos cuyos terrenos han sido escogidos por las canasteras para criar. Arnaldos y su equipo esperan que concedan una oportunidad a este proyecto y se sumen a los agricultores que aman a las canasteras.

   

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.