Los abuelos del bosque: madera muerta, ecosistema vivo


El Abuelo, el viejo pino declarado árbol singular que emerge altivo y que tan bien se divisa desde el mirador de Los Poyos de la Mesa.

En el corazón de la curtida sierra de Cazorla, agreste, montuosa, los pinos se enseñorean sobre una variada flora y, de cuando en cuando, entre ellos emergen desnudos, de un llamativo blanco grisáceo, retorcidos y como quejicosos, los viejos troncos de los árboles muertos. Se distinguen en la lejanía, envarados, incluso arrogantes. Y en el Parque Natural, orgullosos de su presencia, los dejan estar. Son los abuelos del bosque, madera muerta que impulsa la vida en el ecosistema vivo.

«El bosque maduro, el bosque viejo, en este caso de pino blanco, o laricio, o salgareño (Pinus nigra Salzmannii) -en cada sitio le llaman de una manera- es muy normal en esta sierra porque es el árbol más longevo. De hecho aquí, varios pinos tienen más de mil años, y además están catalogados, se encuentran en el interior de un área de gestión integral en la cual no se produce ninguna intervención humana, todo se deja a su evolución natural», saca pecho Valentín Badillo Valle, asesor técnico del Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas.

Los árboles muertos ya no se quitan. Hace años sí, en una medida de actuación que se denominaba ‘En vientos y nieves’. Cuando los pies se morían por viejos o a causa de temporales, muchas veces se retiraban del monte para que no supusieran un riesgo, una enfermedad o una plaga. Ahora, dice Badillo, «se valora más el servicio que prestan al ecosistema. Y también, que son un reservorio genético. Y que no tienen utilidad real como materia prima renovable, así que ¿para qué los vas a quitar? Déjalos en el monte donde cumplen su función». Todos los árboles viejos suelen tener muérdago, una fuente de alimentación para las aves, recuerda. Bajo ellos, sobre el terreno regenerado, detectan el cameo de algunos animales, como jabalíes, o ciervos, que hacen ahí sus camas; además, albergan nidos de murciélagos, son visitados por mariposas, actúan como refugios de fauna… Su muerte conlleva una asociación de hongos que repercute luego en un aporte de alimento para unos animales; e igualmente la propia madera muerta es comida por otros muchos organismos cuyas larvas, a su vez, sirven de sustento, por ejemplo, para los pícidos -entre ellos, pájaros carpinteros, pitos, picos, picamaderos, picapinos o torcecuellos-, cuyos rotos en la madera buscando estas presas se aprecian muy rápidamente, e incluso se les ve haciendo nido. «Esta práctica de dejar los árboles muertos la llevamos haciendo mucho tiempo», reivindica Badillo.

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Dejando el dominio de los pinos, en otros puntos de este extenso y variado espacio situado en Jaén (España) hay hueco para quejigos, rebollos, arces, encinas, cornicabras, praderas, roquedos, y especies endémicas y aromáticas. Y para el olivar.

El blanco grisáceo de los abuelos del bosque contrasta con el verde oscuro de las copas de los pinos salgareños. Grandes. Altivos. Veteranos también. Hay un rincón en la sierra, el mirador de los Poyos de la Mesa, en el que un ejemplar en concreto destaca contra la fronda y al que el cartel informativo homenajea. Él es el Pino El Abuelo, según reza el texto, es un árbol catalogado como singular y se eleva unos 38 metros en la espesura.

«Aquí, árboles de 200, 300 ó 400 años puedes encontrarlos donde quieras», anima el experto. Para Badillo, esa longevidad apenas se refleja en variaciones de fauna, salvo quizá por la presencia de murciélagos que anidan en los pinos porque necesitan árboles grandes con cortezas rotas para hacer el nido. Y en estas tierras disponen de buena cantidad de ellas, «porque aquí viven ejemplares de más de 600 años sin ningún problema. Más de eso ya no, pero hay muchos. De hecho, es la zona de montaña en España -no sé si de Europa- con la mayor extensión de árboles maduros», recalca.

Un «bosque maduro o viejo en el que, cuando un tronco tiene 70 centímetros, no se corta si no es un riesgo para las personas y las cosas; y si tiene más de 50 centímetros, ha de haber un motivo. Hoy se tala, principalmente, cuando se alcanzan los 25 centímetros y por debajo de 50».

Por eso, el bosque de Cazorla es hoy un reservorio de árbol extramaduro que, todo hay que decirlo, también tiene su uso económico como madera estructural de edificios históricos. La Catedral de Jaén está hecha con madera de pino laricio de esta sierra, «si un día hubiera que arreglarla, se podrían obtener las mismas maderas de unos pinos muy parecidos, algunos de ellos nacidos antes de construida la Catedral, y ahí están».

El bosque va cambiando con el tiempo. «Siempre digo una cosa, que cuando se hizo la primera ordenación de este monte -porque hablamos de ordenaciones históricas: estos montes llevan 125 años ordenados-, ocupaba 600.000 metros cúbicos y tendría un millón de árboles. Ahora mismo hay dos millones y medio de árboles y casi un millón de metros cúbicos, esto significa que el bosque es más joven», recuerda el ingeniero técnico forestal. Pero aún así, calcula que en aquel periodo había 200.000 árboles de 50 centímetros de diámetro o más y ahora sigue habiendo los mismos. Esto se debe, explica, a que la gestión que se llevó a cabo después de la guerra se dirigía a extraer un producto necesario para fabricar las famosas traviesas de Renfe, y había árboles que se quitaban y salían 20 traviesas de un solo árbol. Esto cambió con las nuevas tecnologías de la serrería, por lo que ahora se buscan diámetros pequeños, más manejables.

Ahora se pueden ver especímenes gruesos, de porte considerable. Las raíces, a centímetros de la piedra caliza, en la alta montaña, soportando las rachas de viento nevado, los calores del brevísimo verano, la escasez de lluvias. Más bajos se dispersan el pino negro y el carrasco. Toda la gestión maderera en el Parque Natural está certificada por la Forest Stewardship Council (FSC), que reconoce una gestión forestal responsable, y por el Programe for the Endorsement of forest Certification (PEFC). Parte de las actuales indicaciones de esta certificación y ciertos cambios que ha experimentado la gestión sostenible de bosques «fue a consecuencias de lo que aquí se hacía, porque fuimos los primeros en hacer una gestión forestal sostenible en el sur». Hace ya 20 años de eso. Y ahora, son ejemplo de cómo los viejos troncos, los abuelos del bosque, tienen su sitio en espesura impulsando un ecosistema vivo.

 
En medio del texto, a la derecha, Valentín Badillo, asesor técnico del Parque Natural. Arriba, varias imágenes de otros 'abuelos'. 


Panorámica del Parque desde el mirador de Mirabueno, en la que se ven el bosque y las praderas, el agua abajo -el Guadalquivir- y los roquedos en altura.

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.