La Reserva Marina de Cabo de Palos, pletórica de peces depredadores

La Reserva Marina de Cabo de Palos-Islas Hormigas -un precioso rincón del sureste de la Región de Murcia (España)- está pletórica de vida y la protección le está sentando muy bien. «La biomasa de peces depredadores en Cabo de Palos es muchísimo mayor que la que se ha encontrado hasta ahora en cualquier otra reserva marina del Mediterráneo occidental» relata la doctora Irene Rojo, retomando una de las conclusiones de su estudio, recién publicado, en el que analiza datos obtenidos a lo largo de 23 años en esta zona protegida. «Sumergirte y ver decenas de meros de 80 centímetros…, eso no pasa en ningún sitio», describe admirada aún por su abundancia.

Rojo, que ha buceado por Tavolara, las Islas Medas y aguas de Palma y Menorca, entre otros destinos, atribuye esta feliz circunstancia en gran parte a la estructura del hábitat, porque «éste es un sitio muy singular, como una pequeña cordillera sumergida. Esos bajos, esos islotes, pueden actuar como referencia visual para especies pelágicas -las que viven en la columna de agua- como lechas o dentones, de manera que los atraen y los mantienen en la zona de la reserva. Es además un territorio con mucha complejidad de hábitats, con muchos huecos y fisuras donde los peces encuentran refugio o se introducen para cazar y alimentarse”.

La laboriosa investigación, que supone una larga revisión de datos desde 1996 -un año después de la creación de la reserva- hasta 2018, se ha centrado en los peces de arrecife, los que viven en esos bajos de roca típicos de este mar templado que es el Mediterráneo. Aquí, primero sobre el papel, y en los últimos años sumándose a las inmersiones de investigación, Rojo ha seguido la pista a lubinas, agujas, sargos, bonitos, corvinas, cabrachos, salpas, bogas, boquerones, chopas o damiselas. Y así, hasta 72 especies de 23 familias. «En total, 268.960 individuos estudiados», recuerda.

RESERVA MARINA DE INTERÉS PESQUERO

Esta zona protegida mediterránea de forma rectangular, de 1.931 hectáreas, se considera una frontera biogeográfica del Mediterráneo que, junto con el Cabo de Gata, segrega el mar de Alborán, de mayor influencia atlántica, del resto del Mediterráneo. De hecho, sus aguas tienen marcadas influencias de las estaciones y de las aguas atlánticas procedentes del Estrecho. Como singularidad, en verano, la temperatura media y la salinidad media de sus primeros 20 metros son las más elevadas del litoral de la Península en aguas libres mediterráneas.

    Se trata de una zona de paso para las especies pelágicas como las seriolas, que acuden en los meses de verano, y un lugar de gran biodiversidad conocido también por albergar colonias de corales. Sus fondos, bien conservados, alternan los sustratos rocosos y arenosos y las praderas de Posidonia oceanica.

    Este espacio natural submarino protegido que se encuentra en Cartagena (Región de Murcia) pertenece al LIC 'Franja Litoral Sumergida de la Región de Murcia', incluido en la Red Natura 2000.

No hay muchas reservas marinas de las que se tengan series de datos tan dilatadas. Ello posibilitaba analizar el efecto de esta protección a tan largo plazo en un mismo lugar, porque «sí se sabe que las reservas tienen efectos beneficiosos sobre las poblaciones de peces, pero la mayoría de las comparaciones se han realizado entre ‘dentro’ y ‘fuera’ de la reserva».

Así, entre las principales conclusiones del trabajo, la investigadora subraya igualmente la eficacia de la protección lograda con la declaración de la Reserva Marina de Interés Pesquero. De hecho, los datos han revelado que las poblaciones de estas especies crecieron exponencialmente en los primeros años de protección, cuando la vigilancia fue muy alta. Pero este crecimiento se detuvo entre los años 2010 y 2014, en los que, por problemas económicos, esta atención disminuyó mucho o incluso desapareció. Fueron años de capturas y extracción de ejemplares. Años en los que las poblaciones no siguieron creciendo, sino al contrario. Así, cuando las condiciones de protección de la reserva decayeron, también lo hicieron las poblaciones piscícolas. «Creemos que el efecto de que la población se haya estabilizado en esos años es debido al furtivismo, y si durante los 23 años hubiera habido, todo el tiempo, una vigilancia efectiva, quizá las poblaciones seguirían creciendo exponencialmente, o se hubieran estabilizado en un punto mayor», concluye.

Con este análisis se quería averiguar también en qué momento este ecosistema llega a la capacidad de carga, que es el máximo tamaño que puede alcanzar una población para mantenerse de una forma sostenible en un ambiente dado. Sirve para dar una idea de la aproximación al estado óptimo del colectivo. El estudio refiere, para toda la comunidad, un lapso necesario de entre 10 y 15 años. Un dato que puede ser esencial a la hora de establecer medidas de protección.

En este sentido, la bióloga ha visto que «para la serie completa, algunas especies sí parece que han alcanzado la capacidad de carga, pero al analizar el primer periodo seguían creciendo exponencialmente. Esto significa que quizá esa capacidad de carga no sea real, y que ello sea efecto del parón de la vigilancia y de los impactos que sufrieron las especies». Por tanto, considera que «es posible que aún no se haya alcanzado la plena capacidad de carga». De hecho, en una simulación realizada en el trabajo, el resultado les da una biomasa tres veces mayor. Es decir: seguramente no se ha llegado al máximo que puede albergar este espacio marino.

Todo ello, insiste: «significa que las reservas marinas funcionan, y eso es evidente; y Cabo de Palos tiene unas características muy especiales que hacen que su protección sea particularmente efectiva».

Según la alimentación

Para el trabajo, Rojo dividió a los peces de roca en función de su alimentación, con el fin de discernir si la protección a largo plazo afectaba de manera distinta a los diferentes grupos.

En lo alto de la red trófica están los piscívoros -que cazan otros peces, cefalópodos y macroinvertebrados-, son los depredadores como el mero, el mero gitano, la lecha, la morena, el abadejo… De este conjunto extrajo, además, un subgrupo para fijarse en las especies bentónicas, que son las que viven más pegadas al fondo. Aquí, de nuevo, ‘el rey’ de los bentónicos es el mero. El motivo de esta distinción es que a menudo en ciencia se ha discutido si el efecto de las reservas marinas se nota más sobre las especies más asociadas al fondo que sobre las que están en la columna de agua, que pueden estar de paso. Este estudio ha concluido que, al menos en este caso, las especies pelágicas también se han beneficiado de la protección, porque la mayoría son especies residentes en el área y forman parte intrínseca de la comunidad de peces

Además, analizó también a los comedores principalmente de macroinvertebrados y a veces pequeños peces; los que se alimentan de invertebrados pequeños; los omnívoros; los herbívoros, que ingieren solamente productores primarios, como macroalgas o fanerógamas marinas; los planctívoros, que únicamente atrapan fitoplancton y zooplancton; y finalmente, los detritívoros, que se ocupan de la importante tarea de dar buena cuenta de la materia orgánica acumulada en el sedimento.

En este sentido, ha constatado que los piscívoros, es decir, los peces depredadores, son los que más han aumentado en estos años, junto con las especies que se alimentan de macroinvertebrados, mientras que los otros grupos tróficos permanecieron constantes o disminuyeron. Este estado sugiere la presencia de los llamados "procesos de arriba hacia abajo", en los que los depredadores son más abundantes y controlan la abundancia de presas, que es lo que se espera que ocurra en un área protegida donde la pesca está limitada.

La protección también ha permitido que los individuos lleguen a adultos, sobre todo en lo que se refiere a especies comerciales, que son habitualmente extraídas por la pesca. Su protección ayuda a que alcancen una talla mayor y se reproduzcan más. De este modo, en áreas protegidas conviven individuos adultos, medianos y juveniles, mientras que en sitios explotados solo hay juveniles. En términos de ciencia, esto se ha verificado en esta reserva al comprobar que si bien, en general, la biomasa de los peces aumentaba según pasaban los años (por así decir: crecía la cantidad de kilogramos de cada especie que hay en la comunidad), la densidad disminuía (es decir, bajaba el número de ejemplares por superficie). Esto se traduce, por tanto, en que los individuos viven el tiempo suficiente como para crecer más, y así se consolida una comunidad desarrollada y bien establecida.

La bióloga los ha visto desplazarse en su medio, de todas las tallas, formas y colores. No en vano, cada verano dedica unos 20 días al buceo a este estudio. En los 23 años de análisis, apunta, esto ha supuesto un enorme trabajo, una gran cantidad de investigadores y un esfuerzo muy grande.

Las inmersiones tienen lugar siempre por la mañana, entre las diez y las tres de la tarde, para mantener las condiciones ambientales constantes y que la luz sea siempre muy parecida. Al amanecer, toca mirar al cielo porque la dependencia del tiempo es grande, lo que unido a la disponibilidad del barco, del patrón o de los compañeros hace que «para conseguir diez días útiles en todo el verano, a lo mejor pasan dos meses». Y es que «en Cabo de Palos, en cuanto sopla un poco de viento se pone feísimo, se levanta mala mar y hay corrientes. Como entre un levante fuerte, ya sabes que por lo menos en ocho días no vas a salir». Además, en las jornadas posteriores el agua está muy revuelta impidiendo la visibilidad.

Cuando por fin se puede, intentan completar dos o tres inmersiones al día. Los censos se suelen hacer por parejas; en los últimos años, ya con ella presente, bajaban generalmente cuatro personas, equipados con sus plantillas para toma de datos y sus útiles de trabajo.

LA INVESTIGACION

El estudio, titulado 'Biomasa de peces de arrecife depredadora excepcionalmente alta pero en crecimiento después de 23 años de protección en un área marina protegida', ha sido publicado en la revista Plos One y está firmado por Rojo y dos autores más, el investigador José Daniel Anadón, que participó en el análisis de la información, y José Antonio García-Charton, líder del Grupo de Investigación Ecología Marina y Conservación, de la Universidad de Murcia, que aportó una ingente cantidad de la serie de datos necesaria para que este trabajo fuera posible, así como el planteamiento sobre cómo afrontarlo.

La idea es cubrir hasta tres transectos aleatorios en cada descenso. En cada una de las localizaciones ya conocidas -las islas Hormiga, Hormigón o el Mosquito, los puntos denominados bajo de fuera, bajo de dentro, piles 1, piles 2, testa… -hay que cubrir una superficie de 50 metros de largo por 5 de ancho. Por eso hay que descender con una cinta métrica. Con ella miden el largo. El ancho es estimado visualmente. Y en un lapso de 40 minutos, diligentemente recuentan los peces que ven, anotando especie, abundancia y talla. No es fácil. Por eso, previamente, se han entrenado en una cala con peces de plástico anclados al fondo para que simulen ser de verdad, y una dinámica que se inventó «porque hay que hacerse el ojo, ser capaz de identificar muy rápido las especies, saber estimar la talla, y contar solo los que están en tu área de estudio, que son 2’5 metros a cada lado de la cinta métrica», ríe. El resultado ha sido bueno, porque el estudio formó parte, finalmente, de su Tesis Doctoral.

En él, cita también hechos conocidos, como que los peces distinguen entre los buceadores de recreo y los pescadores respondiendo con una conducta más tímida y esquiva al aumento de la presión de la pesca submarina, lo que podría explicar que durante los años del furtivismo se refugiaran en áreas profundas alejadas del estudio.

Habla de la presencia de praderas de Posidonia oceánica y de gorgonias, de las montañas marinas y de los fondos arenosos, y de la notable presencia de barracudas todo el año… Un medio que le resulta familiar al pertenecer al Grupo de Ecología Marina y Conservación de la Universidad de Murcia, conformado por un equipo de científicos que se desempeña en el suroeste del Mar Mediterráneo y sus Áreas Marinas Protegidas, dedicado al estudio de la biología y ecología de los peces, seguimiento de gorgonias para evaluar el cambio climático o de briozoos para el impacto del buceo, estudio de la pesca artesanal y de la pesca recreativa, y a proyectos de ciencia ciudadana.

Un trabajo que «sirve para darnos cuenta de que no vale hacer una reserva y proteger una zona durante unos años y luego no hacerle más caso: hay que mantener la protección, y así veremos realmente qué ocurre a más largo plazo. Si no, podría revertir lo conseguido», advierte Irene Rojo a modo de relevante aviso para la salvaguarda de los ecosistemas marinos, como esta Reserva, que el año pasado cumplió su primer cuarto de siglo y que continúa, afortunadamente, pletórica de vida.

NOTA: Todas las imágenes firmadas son de Javier Ferrer. Todas las imágenes, cortesía de Irene Rojo.

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.