La Junquera, un oasis de la agricultura regenerativa
Situada en Caravaca de la Cruz, la finca, de 1.100 Ha, está experimentando los beneficios de apostar por la restauración de ecosistemas degradados y crear la mayor cantidad de conocimiento
Una finca de 1.100 hectáreas en una vetusta pedanía de Caravaca de la Cruz, en la Región de Murcia, está experimentando los beneficios de la agricultura regenerativa, pasando del cultivo cerealista tradicional a la diversificación, mimando al detalle la gestión del agua y velando por la salud del suelo. Con el nuevo enfoque, La Junquera ha conseguido mejorar no sólo el rendimiento económico, sino los beneficios de un ecosistema que reverdece y que vuelve a sentir el palpitar de la vida. Un oasis en medio de la punzante desertificación de la zona. Y todo ello, porque las parcelas estaban “criando piedras” y a su actual dueño, Alfonso Chico de Guzmán, le dolía dejar a las siguientes generaciones un terreno venido a menos. “Meterse en agricultura regenerativa es complicarse la vida”, confiesa. Pero ahí está, bregando, indagando y ensayando nuevas ideas junto a un equipo dinámico, internacional y muy atrevido.
El Campamento, las prácticas más atrevidas
La Junquera es un hervidero de actividad. Su propietario, Alfonso Chico de Guzmán, ha querido reunir en ella a personas interesadas en la restauración de ecosistemas degradados y generosas a la hora de compartir conocimientos. Así, contactó con una fundación holandesa que deseaba hacer prácticas, investigaciones y experimentos de permacultura, agricultura regenerativa y similares, y la ayudó a instalarse en una parcelas de 10 hectáreas para poder empezar. Así surgió el campamento, con voluntarios que ya son autónomos. Suele haber ocho en invierno, que son los que caben en la casa que les alquila (por el precio simbólico de 1 euro), y en primavera y verano, cuando ya se puede dormir en el campamento en sí, rondan las 15-20 personas. Ya han llevado a cabo reforestaciones en diversas fincas, y han llegado a plantar en un monte público de Vélez Blanco 50.000 árboles que el buscador Ecosia donó a la asociación Alvelal, entidad que Chico de Guzmán preside desde hace apenas unos días. Muchas de sus iniciativas son poco conservadoras y muchos agricultores no se atreven a probarlas, o no tienen recursos ni tiempo, pero les resultan muy interesantes. La asociación comenzó con este campamento, ahora ya hay dos y para finales de año aspiran a ser cuatro repartidos por el mundo (México, EEUU y África).
300.000 euros donados por un entusiasta estadounidense que llegó en un Tesla
Curiosamente, un estadounidense montado en un Tesla pasó hace unos meses por un festival suyo, los rumores contaban que era el inventor de las pantallas táctiles. El hombre dijo que el proyecto le había gustado mucho y que iba a donar 300.000 euros. “Nos sonó un poco raro, pero efectivamente, hace poco se lo dio a la fundación, de manera que 50.000 euros al año vendrán a este campamento durante los próximos tres años, y los otros 150.000 van a promocionar la restauración de ecosistemas a gran escala, y eso, claro, ayuda muchísimo a desarrollar todo el proyecto”, cuenta el emprendedor.
Chico de Guzmán vive en la finca desde hace siete años. Cuando llegó, ya se practicaba agricultura ecológica, pero quería ir más allá. “La agricultura orgánica básicamente es no contaminar, no utilizar productos químicos de síntesis; pero no te habla de la fertilidad del suelo, ni la cantidad de materia orgánica, ni la biodiversidad que hay, ni los polinizadores, ni la capa freática, ni si te estás cargando el acuífero”, dice. Hace unos cinco años oyó hablar por primera vez de la agricultura regenerativa, donde “éstos y otros aspectos tampoco se tratan ‘oficialmente’, pero que sí los contempla. Y como queríamos hacer algo más, hemos empezado por aquí, pero seguro que en 10 ó 20 años saldrán otras cosas diferentes”, imagina.
Antes del cambio, dos operarios eran suficientes para sacar adelante el trabajo porque casi todo era cereal “que con la maquinaria da muy pocos jornales”. De hecho, esas dos personas tenían incluso tiempo para ocuparse también de otra finca cercana.
Ahora todo ha cambiado. Los cultivos, el personal, las labores, el trajín diario, la apariencia.
La agricultura regenerativa no tiene una receta. “No hay un manual. Así como en la convencional sí hay reglas y es algo más claro, ésta se adapta mucho a la situación de cada finca”, quiere aclarar el joven empresario. Por ello, sobre todo en los últimos cuatro años no ha parado de experimentar “un cúmulo de técnicas” en los terrenos de la familia.
Los primeros pensamientos se enfocaron en el regadío, haciendo experimentos para diversificar el cereal y tratando de saber si se podrían incluir hortalizas para el mercado local. Ya han pasado de cultivar únicamente la cebada caballar y una avena que se destinaba a piensos para ganado, a recuperar trigos y centenos antiguos que se utilizan para harinas de panadería y para la industria cervecera, así como unas leguminosas. Actualmente hacen una rotación de cuatro cultivos “que es bueno para el suelo. Son, además, variedades que tienen mucha paja, que trituramos y dejamos en el suelo porque le aporta una estructura”, detalla el técnico. A ello se suma que se trata de plantas con raíces muy profundas, por lo que superan mejor la sequía. “En los años de lluvia muy buenos y que vienen perfectos no producen tanto como las otras, pero en los secos, sí. Al final creo que la media sale incluso mejor y la cuestión económica es muy buena porque se utilizan para el consumo humano, en vez de animal, y es más fácil conseguir un mejor precio”, relata animado.
Otro de los cambios ha sido la introducción de muchos almendros y algo de pistachos, y ahora están empezando con las aromáticas.
Igualmente, apuestan por la ganadería. Poseen ya algunas ovejas y están a punto de obtener la licencia para seis vacas levantinas, las típicas murcianas, “de las que sólo quedan unas 15 en el mundo. Y quiero, además, comprar otros ejemplares que algunos ganaderos quieren quitarse de encima. Me gustaría hacer un programa de cría y recuperar la raza. Siempre en extensivo, con un pastor eléctrico e intentando hacer un manejo holístico, que es otra de las técnicas de la agricultura y ganadería regenerativa. Es una técnica que aún estamos aprendiendo aprovechando que por aquí pasaron dos estudiantes que diseñaron la planificación de ese manejo en nuestras distintas parcelas”, cuenta.
Resulta llamativo que, con la nueva gestión, un tercio de la finca se dedica sólo a naturaleza. Lo conforman una zona de monte, áreas adehesadas y colinas de esparto. Algunos de estos espacios se limpian para ayudar a que las plantas crezcan bien y poder luego recolectar leña para las casas, o se hace un pastoreo no agresivo para intentar mejorar el terreno. Además, en estos años han reforestado puntualmente algunos enclaves de montes pelados y barrancos que antes debieron ser bosques de ribera.
Con todo ello, ya están anotándose los primeros logros ecosistémicos. “En la parte del cereal los cambios van muy lentos, tardan bastantes años, pero ya ha mejorado un poco la estructura del suelo y la retención de humedad”. A favor de ello ha jugado también el hecho de que añaden compost de las ovejas de la finca, “eso le da una vitalidad al sustrato que le ayuda a absorber mucho más la humedad, lo que genera mucha más vegetación y más rápido, que a su vez absorbe mejor la lluvia y logra que haya menos erosión”, detalla el joven.
También han aplicado la técnica de hacer zanjas siguiendo las curvas de nivel, con lo que se retiene mucha lluvia cuando cae fuerte; y han practicado presas en lugares por donde corre mucho el agua, bien con la finalidad de parar un poco las avenidas, reprimir la erosión y que el líquido se infiltre en el suelo recargando los acuíferos, bien para que en algunos sitios se formen charcas permanentes, “y en esto sí que hemos visto unos resultados impresionantes, ya que alrededor de esas charcas todo está mucho más verde ¡y la cantidad de bichos que hay ahí que antes no existían!: básicamente son oasis en medio del desierto”.
En la última de estas charcas -“después de muchas que hemos hecho”-, se ha recargado tanto el subsuelo que se ha formado un pequeño manantial que dura unos ocho meses al año. “Sale un hilillo de agua, no podemos llamarle río, pero hace ilusión ver agua correr en el desierto”. “Aquí, donde la tierra seca, no podemos hacer que llueva más o menos o diferente, pero sí estamos intentado que cada gota que caiga se aproveche de la mejor manera posible”, reflexiona el empresario.
Entre las nuevas técnicas no todo funciona a la primera. En este sentido, su principal reto ha sido y sigue siendo mantener las cubiertas vegetales en los cultivos de almendros. La idea es no labrar el suelo y dejar que haya vegetación todo el año, no retirando las malas hierbas y fomentando la presencia de otras especies. “Por la parte de la biodiversidad sería fantástico, y por lo que respecta a la captura de carbono, pero del dicho al hecho…”, deja caer. Lo que ocurre en este aguerrido sureste ibérico es que las hierbas crecen en otoño y en invierno -acaso en verano, si hay lluvias-, pero el resto del año directamente no hay hierbas de ningún tipo, ni malas ni buenas. De este modo, cuando la capa vegetal aparece, lo que suele suceder de agosto a marzo, dejan el terreno sin labrar y así han conseguido tener cubiertas durante los meses de invierno. Pero a partir de ahí la cosa no funciona. En los meses secos no solo no crecen las hierbas, sino que cuando, por alguna lluvia, aparecen, en verano “la competencia entre las hierbas y los almendros es demasiado grande y los árboles directamente se nos secan, se mueren todos”, describe, y se queja: “pensábamos que iba a funcionar muy bien desde el principio y sin embargo esto es con lo que más problemas nos hemos encontrado”. De hecho, aquí es donde están poniendo últimamente más atención y más esfuerzos. “Aún no lo hemos conseguido, pero seguimos practicando y experimentando porque sería una de las acciones que más impacto tendría para la mejora del suelo”, insiste.
Y es que la agricultura regenerativa es así, musita Chico de Guzmán: “de lo que dicen los libros a la experiencia varía mucho; es increíble lo que cambia de una finca a otra, de unos árboles de una edad a otros, y por supuesto de unos climas a otros”.
Por ello, uno de los exponentes de esta gestión es buscar información por todos los lados: “Te juntas con todo el mundo posible para hablar de estos temas”, asegura. Por ejemplo, con los miembros de la asociación Alvelal, de la que acaba de ser nombrado presidente y a la que considera una red de contactos con un valor incalculable. En Alvelal, refiere, hay muchos agricultores que llevan años haciendo mucha cosas interesantes y comparten toda la información de fracasos, éxitos y de lo que va funcionando, “y así nos hemos ahorrado errores gracias a ellos, de la misma manera que otros se los han ahorrado gracias a nosotros”, sonríe.
La academia para estudiantes de Máster, más conocida en Holanda que aquí
Como en la finca hay terreno para experimentar, desde que la conocieron muchos estudiantes han querido venir a desarrollar la Tesis de su Máster, sobre todo alumnos extranjeros. Y al principio los rechazaban continuamente por falta de tiempo. Sin embargo, vieron que ahí había una oportunidad de impulsar los fines en los que se movía La Junquera, de modo que la novia del propietario con una amiga holandesa crearon una academia donde poder recibir a todos esos estudiantes y que investigaran en la finca o en terrenos de miembros de la asociación Alvelal. Así, han ido pasando jóvenes estudiantes que han indagado en aspectos tan variados como las charcas, las zanjas, las cubiertas vegetales, las mezclas de cultivo, el compostaje, el pastoreo, la erosión, la fertilidad de suelo… todos tremas bastantes prácticos y dispuestos a compartir conocimientos… En una estancia de unos cuatro meses hacen unas prácticas y una investigación. “Estamos viendo que tiene mucho éxito entre la gente extranjera pero entre los españoles es muy difícil. Los estudiantes de Murcia no tienen ni idea de que esto está aquí y en cambio en Amsterdam muchísima gente sí lo conoce. Esto no tiene mucho sentido, nos gustaría que esto tuviera un impacto local más grande”, anima Chico de Guzmán.
En este capítulo, el empresario ha sabido nutrir la finca con “gente que comparte el objetivo común de ayudar a restaurar ecosistemas degradados y crear la mayor cantidad de conocimiento y de ejemplos prácticos posibles”. Así, La Junquera es el centro neurálgico de un fecundo campamento de ideas, donde jóvenes voluntarios de todo el mundo se reúnen a lo largo de todo el año para poner en práctica técnicas novedosas, innovadoras y atrevidas, que a los agricultores les cuesta probar, pero que les son de gran utilidad.
A ello se une la academia, surgida al calor del interés de los alumnos de Máster de universidades europeas en hacer prácticas in situ. Son, de nuevo, experimentos pegados a la realidad, tanto que el futuro laboreo con las vacas murcianas en la finca se basará en uno de estos trabajos.
Y aún quedan otros proyectos incubándose, que verán la luz en cosa de un año. Porque La Junquera va creciendo rápido. Por eso le gusta el futuro que adivina “con el máximo emprendimiento posible, con mucha gente”. Pero lo suyo, dice, es que se vaya creando una red grande de proyectos en esta línea en distintas fincas, procesando los productos en la zona, que el pan se coma cerca de donde se cocine, y las almendras -las suyas las comercializa con el nombre de ‘pepitas de oro’ de La Almendrehesa-, los pistachos, los aceites esenciales… “Que las fincas vuelvan a ser centros productivos, no sólo de un monocultivo que se carga en los camiones y se va a una fábrica, sino que sean sus propios centros de procesado, que tengan vida, que sean un círculo lo más cerrado posible. La agricultura regenerativa podría calar poco a poco, veo que está creciendo y que va a bastante bien ritmo. Mucha gente que conocí los primeros tiempos van aumentando cada año las ventas en la zona, y el número de agricultores a los que les va interesando son muchísimos más. Sigue siendo una minoría, pero creo que va bien”, anima.
El cortijo de la Junquera llegó a tener unas 120 personas en la época de la España poblada. Después, cuando sobrevino la mecanización del campo en los 60, 70 y 80, la gente marchó a las ciudades y pasó a quedarse en cero habitantes. Cuando Chico de Guzmán llegó a la finca, hace siete años, sólo había dos personas viviendo en el pueblo, en los terrenos de la otra familia con la que comparten la propiedad de la breve pedanía. Pero ahora, se felicita, “por nuestra parte estamos ya unas 20 personas, entre trabajadores, estudiantes, voluntarios, personal del campamento o de la academia…”.
Ahora, el día a día “es un ‘caos’, no hay ningún día que se parezca a otro. Ves un montón de gente joven de un montón de países distintos, todos en movimiento, yendo de un lado para otro en las bicis, los coches, a caballo, con las azadas, y haciendo diferentes cosas, que es alucinante. Y cada uno con su proyecto. Las personas de la finca en gran parte están con los tractores y la maquinaria, con los cereales, o los almendros, las aromáticas o los pistachos. Y yo, que soy el más caótico, que me organizo fatal, estoy aquí o haciendo papeles en Murcia o en Caravaca, o de reuniones con Alvelal, o con la academia, atendiendo a visitantes, o quitando hierba a las verduras y a las aromáticas, o voy a comprar, a llevar repuestos de algo que se ha roto… y eso que empecé más con las manos en la tierra con los tomates… pero ahora es más de coche, teléfono, oficina y reuniones, pero siempre que puedo vuelvo a los animales y a la huerta”, recuerda Chico de Guzmán, conocido como 'el marqués hippie' en algunos lugares en referencia a su ascendencia noble.
“Cuando yo era pequeño, mi padre me decía que en las parcelas había cada vez más piedras. Y que por mucho que las quitaban, parecía que la tierra estaba criando piedras. Yo le preguntaba qué solución tenía, porque si cada vez había más piedras y menos tierra, eso iba a ser un problema, y a lo mejor mis hijos o nietos ya no iban a poder vivir de la finca como había sido nuestro caso durante muchas generaciones. Mi padre siempre nos decía que él había heredado la tierra pero que no se veía con el derecho de venderla, era algo que se había mantenido durante mucho tiempo y él era sólo un gestor, y su obligación era pasársela los siguientes de la mejor manera posible. Nos inculcó a todos esa idea, que era un poco contradictoria con la situación del momento, así que no podíamos pasarles a los siguientes un bancal de piedra”. Y ese fue, recuerda Alfonso Chico de Guzmán, el resorte que, hace ahora cuatro años, más o menos, le hizo dejar el cultivo tradicional en la longeva finca de La Junquera, en el noroeste murciano, para sumergirse en esta aventura.
“Meterse en agricultura regenerativa es complicarse la vida”, confiesa. “Es más sencillo tener solo un cereal convencional y ya está. Pero la idea es que el suelo, en vez de ir estropeándose, en lugar de ir perdiendo fertilidad, potencial y valor, fuera mejorando, y que se lo pasemos a las siguientes generaciones al menos igual o mejor que como lo hemos recibido”, concluye.