La Bastida, ciudad insólita
El yacimiento argárico de Totana revela una Prehistoria no imaginada y un futuro alentador para la arqueología, si los sedimentos y el olvido no lo vuelven a enterrar
2200 aC. Amanece en la sierra de La Tercia. El sol ilumina la ladera de una seca colina que se precipita pendiente abajo y una imponente muralla de unos 300 metros de longitud que rasga la falda del cerro. Cerca de 1.000 personas, apretadas sus casas contra la del vecino, se protegen tras esta mole de piedra, sujetada por sólidas torres. ¿A qué formidable enemigo esperan para arracimarse y levantar semejante fortificación? No es el único misterio. El yacimiento arqueológico de La Bastida, situado en Totana, se empeña en romper con lo establecido y revelarse como una ciudad insólita.
Insólita es, para empezar, su muralla. Su presencia convierte a La Bastida en el único asentamiento amurallado del mundo argárico, que se desarrolló en el Sureste español en la Edad de Bronce. Por ahora, sólo en otro poblado ha aparecido una pequeña torre, posterior a las de esta muralla e incapaz de competir con ellas. Además, la muralla de La Bastida, hoy medio levantada, medio derruida, es inusualmente grande, “una obra de ingeniería única”, según la califica Vicente Lull, uno de los directores de la excavación. Hay que hacer un pequeño esfuerzo de imaginación para volver a verla en su esplendor, con sus siete metros de altura en las torres y hasta tres metros de ancho, y en algunos tramos con un trazado doble. La entrada podía detener hasta en cuatro ocasiones al enemigo. Imaginemos: la pared es resbaladiza y no se puede trepar; la defensa, desde lo alto, lanza proyectiles y agua hirviendo; la abertura es un estrecho pasadizo que solo se atraviesa en fila de a uno; y, si aun y todo, alguien la franquea, existe una pequeña puerta, escondida, a la izquierda, por la que los defensores salen sin avisar, sorprendiendo por la espalda a un enemigo desprevenido. Parece no haber escapatoria para el invasor... Y entre los datos más intrigantes está el hecho de saber que esta muralla estaba ahí desde el principio. “El poblado es de nueva planta, los habitantes de La Bastida llegan aquí y lo primero que hacen es la muralla... ¿por qué?”, se pregunta el investigador.
Y hasta la misma portezuela escondida, la de la izquierda, contiene otro misterio: se trata de un arco, que los expertos denominan 'apuntado' y que, según sostienen, es único en la Europa de este periodo. Se ha conservado completo y es insólito de nuevo: antes de La Bastida, los historiadores retrasaban su aparición hasta una fecha situada entre unos 400 a 800 años más tarde.
Ambos hechos han desconcertado a los expertos. Constituyen rasgos constructivos impropios en esta longitud a esa fecha, pero tienen analogías con los sistemas de fortificación militar del Próximo Oriente de la época. Por eso, algunos ya la llaman 'La Troya de Occidente'. Pero, en realidad, éste no es el único camino: ¿qué fue antes, quién llegó de dónde? Y, ciñéndose solo a España, donde la cultura argárica se distribuye por Murcia, Almería, Jaén, Granada y Alicante, ¿qué poblado fue primero? Lull no termina de decantarse: “Ahora va a resultar que Murcia va a ser el origen de lo demás... ¿por qué no?, todo puede ser. Dentro de 30 años la Historia pondrá todo en su lugar”, deja caer.
La Bastida, este posible “origen de lo demás”, brota hoy en la ladera sureste de la colina en forma de muros inacabados, piedras sobre piedras, piedras sueltas, pisos aterrazados y algunas tinajas por el suelo. Al entrar, otra construcción singular da una pista de su antigua dimensión: una inmensa cisterna. Tiene una capacidad de casi 400.000 litros, necesaria para cubrir las demandas de una gran población. Una presa de unos 20 metros, también inédita, asegura la estructura. Pero el visitante no sabe lo que ve y hace falta una explicación: “Estamos ante la mayor obra hidráulica de la prehistoria europea”, dice Lull. Está aquí, escondida en este promontorio, en tierras de Totana, y no tiene parangón.
El agua acumulada era necesaria para la subsistencia, porque La Bastida, que nació como un conjunto de cabañas, cambió la madera por la piedra y creció hasta tener cuatro hectáreas y media de superficie, siendo una de las ciudades más extensas y pobladas de su cultura. La conformaban decenas de casas que se apoyaban unas en otras y cubrieron todo el suelo, desde la muralla hasta la cima “sin solución de continuidad”, apunta el también catedrático de Prehistoria de la Universitat Autònoma de Barcelona. Aún hoy están siendo excavadas. Sólo se ha sacado a la luz el 10% de lo que fue. Quedan por desenterrar la mayoría de ellas, ocultas por los sedimentos, a la derecha del poblado ya destapado.
En el área descubierta, ya musealizada, se aprecia cómo todas las viviendas son iguales en su estructura: diáfanas, apiñadas unas contra otras y dispuestas en dirección norte-sur sobre un suelo alisado. El visitante las ve hoy pared con pared, habitáculo contra habitáculo, despojadas, obviamente, de su techo. Entre todos los hogares, solo hay dos estancias públicas. Y, en medio, una encrucijada de calles estrechas, pequeñas plazas, entradas y salidas. Pero la excavación ha revelado otro hecho insólito: había casas de varios tipos y dimensiones; las hubo pequeñas, recogidas, para los habitantes más humildes; casas de tipo medio, y grandes moradas, espaciosas y bien situadas en la zona alta. Esto es: todo apunta a la existencia de clases sociales, algo que no se esperaba en esta fecha.
La división de clases también desconcierta a los estudiosos. Se aprecia no sólo en las viviendas, sino también en los enterramientos, que aparecen con profusión en este yacimiento -hecho que llevó a su descubridor, Rogelio de Inchaurrandieta, a definirlo como necrópolis-. No hay que olvidar que en la etapa justo anterior de la Historia, la costumbre era realizar enterramientos colectivos a las afueras de los poblados. En La Bastida, por contra, los cuerpos sin vida se enterraban individualmente o por parejas en el subsuelo de las casas, aunque todavía está por descifrar quién merecía este honor. La cuestión es que los antepasados argáricos descansan bien en fosas, en covachas, en cistas (cuatro losas y una más a modo de cubierta) o bien dentro de curiosas urnas hechas con tinajas. Las que el visitante ha visto tumbadas por el suelo. En todas ellas, las posturas son forzadas y los cuerpos yacen encajados. Es curioso comprobar cómo en la mayoría de las tumbas dobles, el primer enterramiento corresponde a una señora, la abuela, y su acompañante es un varón dos generaciones más joven, probablemente el nieto. Esto indica que hay un proyecto en cada tumba, una programación y una decisión de los vivos sobre los muertos. Y que aquí se inaugura la distinción en el acceso a los objetos mortuorios. En las sepulturas se han encontrado, en distinta abundancia según rango social, adornos y utensilios para las mujeres, como pendientes y brazaletes, punzones, ollas o cuencos; algunas herramientas compartidas en los ajuares de ambos sexos, como los puñales; y armas para ellos.
Todo son misterios en La Bastida: su sociedad violenta, la lejanía a las tierras fértiles, la creación del concepto de Estado, que se suponía mucho más reciente...
La presencia del metal y de las armas, junto a otros indicios sirven, de hecho, para descubrir que la vida en el interior de La Bastida también resulta, como ya habrán adivinado, insólita: en esta poderosa ciudad, los vecinos fueron testigos y parte, al parecer, de una sociedad no solo clasista, sino también violenta. El rastro de la violencia puede seguirse en los cuchillos, hachas, puñales o espadas habitualmente hallados en las tumbas, y en otro hallazgo arqueológico menos usual: la alabarda. Un arma singular: “El primer útil hecho para matar”, asegura Lull, a quien gusta de describir su uso certero. Se ha encontrado una, pero por escritos de anteriores trabajos de campo en el lugar, conocen de la existencia de dos más. Su posesión se relaciona con los habitantes de alto rango, en una de cuyas sepulturas aparece. Cuando esto ocurre, cuenta Lull, el metal suele situarse en la base del poder. Así, todo apunta a que una de las dos estancias públicas fuera un taller con producción metalúrgica, en cuyo caso sería una estancia respetada de donde saldría el armamento y la zona de control de este metal.
Pero aún queda un misterio más. A los estudiosos les intriga enfrentarse a una ciudad grande, escondida y vigilada, que crece, que tiene alimentos, armas y un ejército que ha sabido construir una gran muralla, pero que se halla lejos de las tierras fértiles. Todo indica que los alimentos y la materia prima para la metalurgia y otros productos debían venir de fuera. Ello les lleva a concluir que sus dirigentes ejercían la fuerza y el poder para someter a otros poblados y conseguir las necesarias materias para subsistir. Es decir, les lleva a hablar de organización, de orden... de Estado, de nuevo adelantándose en el tiempo. “Te obliga a repensar todo lo establecido, pero, ¿qué hace sino todo esto aquí, en el año 2200 aC?” se plantea de nuevo Lull.
Eso es lo que tratan de aclarar en el incipiente museo adyacente al yacimiento. Allí desembalan las tinajas, los huesos y sus ajuares, que sirven de explicación a los visitantes; allí se estudian las losas, las copas, los botones, las cazoletas... y con gusto recibirían algún día los materiales enajenados al poblado dispersos por Europa y España, víctimas de más de cien años de visitas sin control. Parte de esto ya lo han logrado y, así, poseen los diarios originales de los arqueólogos que excavaron antes en la zona y parte del material que salió del yacimiento y que estaba sin catalogar.
Y tienen largo trabajo, porque queda aún mucho por aclarar sobre qué fue La Bastida. Fue, seguramente, una imponente capital. Inmensa para la época, vigorosa. Con sus fachadas coloreadas de un amarillo suave, su fortificación con pigmentos azulados, sus jerarquías, sus guerreros y su concepción del más allá. Sus calles, sus estructuras, sus tumbas y su muralla cuentan “una historia militar y una historia humana”, apunta Lull. La Bastida pervivió durante siete siglos y luego desapareció. Sus gentes se fueron, sus casas se cubrieron de tierra y permaneció abandonada cientos de años hasta que fue redescubierta en 1869. Había estado oculta por el polvo y el tiempo. Ahora, toda ruinas, se erige como una gran oportunidad de recuperar un pasado no imaginado y de dibujar un futuro alentador para la arqueología. “Esta muralla es única en el mundo y hay que asegurar su consolidación”, reclama el experto. Por ello, advierte, La Bastida, esta ciudad insólita, “precisa mucho cuidado” para no volver a ser soterrada por la dejadez y el olvido.