Garbancillo de Tallante: una semilla entre el volcán y el agua

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Pertenece a esa clase de seres vivos pequeños, discretos y escasos, cuya importancia, y hasta presencia, pasa apenas inadvertida. Surge sobre suelos de origen volcánico y se aferra al agua caída que lo invite a florecer en primavera, su época de mayor esplendor dentro de su mesura. Hablamos del garbancillo de Tallante (Astragalus nitidiflorus), un vegetal que habita solo en Cartagena, y solamente en cuatro rincones, y que convierte a la Región en el hogar de una planta única en el mundo.

Al haber permanecido tan oculta, se la llegó a calificar como extinta hasta el año 2004. Pero quizá no ocurrió así. “Creemos que, más que extinta, es que es muy escasa y ningún botánico tuvo la suerte de tropezarse con ella. Sin embargo, el hecho de que algunos bancales abandonados se hayan laborado menos puede haber permitido que unos grupos mínimos se hayan recuperado”, sopesa Juan José Martínez Sánchez, catedrático de Producción Vegetal del Departamento de Producción Vegetal de la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT).

Por todo ello, esta planta guarda muchos secretos que los científicos tratan de arrebatarle, como el propio Martínez y su equipo de investigación, quienes indagan, para empezar, en el mismo modo de vida de este ser. “No conocemos del todo lo que necesita para vivir, pero sí sabemos con seguridad que todos los núcleos de población los tenemos siempre sobre suelos volcánicos, no se salen de ahí. No sabemos si es que éste es el óptimo para la especie o es el lugar menos malo, donde les dejan vivir otras competidoras, que en otros terrenos mejores son más fuertes y las expulsan”, relata Martínez, quien añade que se trata asimismo de sustratos ricos en potasio, pero no necesariamente en nitrógeno. No precisan tanto de este elemento porque el garbancillo es una leguminosa, y estas plantas tienen la facultad de asociarse a unas bacterias -los rizobium- y generar unas estructuras -los nódulos- capaces de fijar el nitrógeno del aire y dirigirlo hacia el suelo. Así que los suelos en los que crece son, habitualmente, pobres en materia orgánica, con poco nitrógeno y de poca profundidad. Es decir, son suelos de origen volcánico diferente a los que aparecen en otros sitios de la Región -no están relacionados con los volcanes de El Carmolí, las islas del Mar Menor u otros- mientras que, en lo que a composición mineralógica se refiere, se emparentan más bien con los suelos que aparecen por Olot y el Cabo de Gata.

“Es una planta difícil de encontrar”, reconoce el experto, y recomienda: “hay que buscar por la parte baja del cabezo, donde el suelo es algo mejor porque se acumularon cenizas y otros materiales, y no la lava”. Son suelos donde se aprovecha para cultivar de modo que, cuando han laboreado, la raíz puede llegar más abajo hasta el agua. Aquí, el garbancillo aparece mucho en los márgenes de cultivos, como los almendros, o incluso dentro del propio terreno de cultivo.

Pero hasta ahora, las inspecciones oculares sobre el terreno han descubierto únicamente cuatro lugares de crecimiento de esta especie, que distan entre sí solo unos dos kilómetros en línea recta. Todos se localizan en los alrededores de la autopista Cartagena–Vera. Dos están al sur, llamados Los Pérez Bajos, que alberga tres o cuatro pequeños núcleos de dos a cinco ejemplares cada uno; y el Cabezo Negro de Tallante, que este año sólo ha rendido tres ejemplares. Y los otros dos se sitúan al norte de la citada vía, con unos 200 a 300 individuos en total este año, en lugares conocidos como el Cabezo Negro de Los Pérez y el Cabezo Blanco. 

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Y es que “es complicado dar con una gran mancha, aunque a veces hay varios cientos de individuos; pero lo normal son de tres a cinco ejemplares o en grupos pequeños”, enumera Martínez, que es también el responsable del proyecto LIFE dirigido a la conservación de esta especie. Por ello, una de las líneas de trabajo de este proyecto es el refuerzo de las poblaciones más débiles. Porque la relevancia de esta planta “no es solo que ésta sea su única población en todo el mundo, es que hay además muy pocos ejemplares”, insiste -no por causalidad está catalogada 'En Peligro Crítico de Desaparición' por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN)-. Este refuerzo se inicia con la recolección de las semillas, que se llevan al vivero; se obtienen las plántulas y, de aquí, de vuelta al terreno, donde se riegan a la espera de que agarren de forma natural. Hoy, en los invernaderos de la UPCT, en la Finca Tomás Ferro de La Palma cartagenera, hay unas mil plántulas listas para la primera implantación oficial en campo que, si todo va bien, tendrá lugar el próximo otoño. Para asegurar la viabilidad de este plan, hace unos tres años ya se realizó una plantación experimental con ANSE que revelaba la bondad de la técnica escogida.

Pero no acaban aquí los esfuerzos, ya que también aspiran a crear nuevos núcleos de población. Estos territorios tienen en común que son cabezos volcánicos, así que los suelos que buscan son de este tipo, “donde quizá en su día hubo garbancillo, o quizá no, pero el suelo y el hábitat son óptimos para la planta”, apunta Martínez. Y como el proyecto nace con tan pocas plantas sobre el terreno, “la ambición es mucha y el objetivo se sitúa alrededor de aumentar el 300 por cien la población inicial. Una buena cifra sería conseguir de dos a cuatro núcleos nuevos, cada uno con unos cien individuos adultos, para lo cual habrá que plantar unos 500 jóvenes, teniendo en cuenta su mortandad”, calcula el experto. Y, después, atender a su seguimiento, con el etiquetado, monitorización, estudio de las flores, anotación del número de semillas que emiten y cuantos datos sean necesarios para el estudio, hasta obtener las conclusiones que requiere un proyecto LIFE que llegará a su fin dentro de cuatro años.

PARA VERLA, MEJOR A PARTIR DE OTOÑO Y EN PRIMAVERA

 

En verano, las plantas del garbancillo de Tallante ya están secas. “La mejor época para verlo es a partir del otoño-invierno”, aconseja Juan José Martínez Sánchez, catedrático de Producción Vegetal del Departamento de Producción Vegetal de la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT). Es cuando ya se ven las hojas verdes que han brotado en septiembre u octubre. Pero quizá, apura, cuando más bonita está es a finales de marzo y abril, época en que aparecen pies de hasta un metro diámetro y brotan sus flores mínimas pero de un amarillo brillante y alegre, que duran los meses de mayo y junio.

      Si uno no la conoce bien, puede pasar desapercibida, admite el experto, pero añade que aunque hay algunas plantas parecidas, “una vez vista en fotos, es fácilmente reconocible. La gente observadora la identifica sin problemas”. Eso sí, su esplendor dependerá mucho de la lluvia, porque esta planta, para su desarrollo, precisa tanto un suelo volcánico a sus pies como un mínimo de lluvia que le caiga del cielo. Así, este año ha habido un buen otoño, pero el invierno e inicio de primavera fueron muy secos. “Afortunadamente, llovió a finales de abril y consiguió fructificar, pero no con demasiado vigor. Si llega a haber lluvias normales, como suele ocurrir en invierno, hubiera sido espectacular”, imagina Martínez. Ahora, nos toca esperar a ver qué lluvias nos trae este otoño, para acercarnos a una de las especies más desconocidas de la Región.

Pero Martínez y su equipo aprovecharán este plazo para indagar en otro aspectos en el que también están intrigados: la estrategia que despliega la planta para superar las sequías de este sureste español. Saben que, cada ciclo, su vigor depende mucho de las precipitaciones, pero también su supervivencia. Para aclarar cómo la planta supera estas estaciones críticas, vigilan en concreto las semillas del garbancillo de Tallante, donde parece estar la clave. “Si no tuvieran sistemas para defenderse, la planta habría desaparecido hace ya tiempo debido los años malos que hemos pasado. De hecho, la concatenación de dos o tres años secos la puede poner al borde de la extinción. Su defensa ante la sequía es producir semillas que no germinan a la vez. Si germinan todas y viene la sequía, se mueren; pero si germinan solo unas cuantas el primer año, queda una reserva. Así, lo que hacen es regular su germinación durante los tres a cuatro años siguientes. Aun y todo, si hay dos o tres años malos, pueden ser nefastos porque hay muy pocos ejemplares”, advierte Martínez. Una de las características de estas semillas es que son duras, y “unos años germinan entre un cinco y un 30 por ciento, y otros más. Nos preguntamos por qué pasaba eso, y tenemos varias ideas. Por un lado, vemos que las plantas más jóvenes dan semillas más duras; y, por otro, que el clima de primavera también afecta a la dureza de la semilla. Por ahora, son hipótesis de trabajo que forman una parte del proyecto LIFE”, avanza.

Un proyecto LIFE que arrancó el año pasado y que tiene también otros objetivos, entre los que se encuentra la divulgación y la búsqueda de apoyos para este vegetal. Y aquí se encuadra una acción que Martínez califica como el alma mater del proyecto y que no es otra que la custodia del territorio para el garbancillo de Tallante. La custodia del territorio es un método de gestión de terrenos con valores naturales, paisajísticos o históricos en el que se asesora a los propietarios para poder explotar estos valores de forma responsable con el entorno, y que ha rendido resultados interesantes. Su adecuación a este proyecto radica precisamente en el hecho de que todos los núcleos de aparición del garbancillo están en terrenos privados. “Son tierras de agricultores particulares a quienes se les prohibe su arranque, o se les dice que labren una vez, y no tres; pero en realidad estamos indefensos a lo que pueda ocurrir. De hecho, hemos visto que el cultivo del almendro ha resultado ser una práctica buena; y si, por ejemplo, cambia a regadío sería malo para nosotros”, sostiene Martínez. Así que es prioritario implicarles en esto y “que vean que el garbancillo no les va a traer ningún perjuicio, sino que atrae a visitantes a las casas rurales, al turismo activo, a probar la gastronomía del lugar..., y que trabajamos para defender que parte del beneficio vaya al agricultor. En esto es en lo que estamos ahora”, ahonda.

Así, señala que la custodia del territorio es una acción innovadora del proyecto y, en su caso, ha tomado la forma de una asociación sin ánimo de lucro que se ha conformado entre socios interesados. Ser socio es gratuito y abierto a cualquier persona convencida de la necesidad de conservar la especie, desde propietarios de terrenos a responsables de empresas de ecoturismo, pasando por los senderistas, por ejemplo, “siempre que sea gente comprometida con los objetivos”, recalca. Y, para su difusión, avanza que en octubre realizarán una primera jornada gastronómica donde bien podrían estar presentes productos locales como el queso de cabra de San Isidro (Caprilac), o el de la Yerbera, fabricado con leche de ovejas de Tallante en una cooperativa de Pozo Estrecho, o la variedad de almendra mollar, por empezar a abrir boca.

Así que el próximo octubre parece una buena fecha para acercarse al garbancillo de Tallante, bien por esta jornada gastronómica, bien por la primera plantación de las plántulas del vivero en el exterior, como hemos contado más arriba, o bien porque es una estación crucial para su desarrollo, ya que “la lluvia otoñal es muy importante para el rebrote de las plantas viejas y la germinación de las semillas en el suelo”, explica el catedrático. Esperemos, pues, que este otoño venga con buenas lluvias y buenas perspectivas para una de esas especies que, como el fartet o el caballito de mar del Mar Menor, bien podrían conformar el elenco de formas de vida que identifican a esta Región de Murcia.

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.