Es tiempo de ver mudas de chicharras

Las chicharras volverán a sonar. Ha llovido, nos ha pasado una gota fría por encima, pero no importa. Estamos en la Región de Murcia y aquí el verano aprieta. El calor se condensa por las esquinas y las chicharras se vienen arriba enseguida. Están en su mejor momento. En cuanto sale el sol, los machos, agrupados en la arboleda, no paran de llamar ‘a gritos’ a las hembras, ansiosos por perpetuar la especie. En el ímpetu del apretón sexual, se han dejado tronco arriba las mudas, ese cascarón quitinoso en el que estuvieron protegidas en su última etapa como juvenil y que ya no les es útil. O quizá el viento y la lluvia, o la gravedad misma, los hayan amontonado sobre las raíces de la planta. La cosa es que una vez que se desprenden de ese abrigo, los nuevos adultos tienen las alas preparadas para volar, el cuerpo adaptado para sonar, y el aparato reproductor listo para el apareamiento. Y a ello se entregan.

Y las mudas quedan olvidadas, pegadas aquí y allá a la madera, salpicando los troncos. Al principio, en una mirada desoficiada, parecen un escuadrón de artrópodos que asciende lento pero inexorable. Tienen un tono amarillo, como de ácaro, y un gesto amenazante que te quita las ganas de abrazar árboles. Una observación más detenida revela que no se mueven, y entonces recuerdan a traslúcidos espíritus de insectos.

Pero son preciosas. Para empezar, revelan la forma del juvenil, parecido al adulto, pero en tamaño menguado. En realidad es la séptima y última muda de la especie. Las ninfas -juveniles-, experimentaron bajo tierra durante varios años las seis anteriores, que las fueron acercando a su aspecto final. Por el camino, por ejemplo, las patas delanteras han perdido su fuerte forma y poderío que las hacía magníficas excavadoras.

La quitina, el material que confiere resistencia a este exoesqueleto, es al principio más blanco, hasta que se seca, se endurece y adquiere la transparencia propia del adulto. El animal la sintetiza a partir de glucosa -para ello, ninfas y adultos sobreviven succionando la savia de las plantas, donde encuentran los azúcares, bien en las raíces, bien en el tronco-, y producen esta sustancia altamente insoluble en agua y en solventes orgánicos. Y que es una buenísima protección para la vida, hasta que le llega su hora. En ese momento, el ya adulto la rasga por el medio, por donde estaría una columna vertebral si no fueran invertebrados, y sale hacia atrás, como un alien o como un buceador cuando se echa al océano. La fisura se aprecia espléndidamente bien en estas camisas abandonadas.

Una vez fuera, al adulto le ocupan dos acciones vitales: comer y aparearse. Esto le lleva apenas unas semanas. Dicen, o decían, que las chicharras, también llamadas cigarras, 'cantan' principalmente por la mañana y al anochecer, pero cualquiera que las tenga por vecinas sabe de su obstinación sonora cuando hace calor, ahí sean las cuatro de la tarde.

Hay varias formas en que los insectos producen sonidos en la naturaleza: friccionando las patas, las alas, o partes del abdomen. El de las chicharras es con éste último, y puesto que no utilizan la boca, la acción no se denomina 'cantar', sino que científicamente se llama 'estridular' -técnicamente: emitir un sonido estridente-. Para ello, estiran y aflojan unas láminas haciéndolas vibrar y contando con unos sacos abdominales para asegurar la resonancia y enviar su sonido lo suficientemente lejos. Hay quien cree que los machos pueden llegar a morir debido a la diferencia de presión producida por su aparato estridulatorio, para otros es una leyenda producto del hallazgo, precisamente, de la muda.

Dicen que es bastante difícil detectar a las chicharras en los troncos de los árboles debido al mimetismo de sus colores -su librea críptica-. Les dejo un truco: ahora que hay arbolado exótico de jardinería, miren ahí, su coloración es distinta y se distinguen mejor -no están adaptadas a estos colores y resultan menos crípticas, aprovéchenlo-; y otra forma: no duden en usar prismáticos, tanto los adultos como las mudas se aprecian perfectamente, tanto que al retirar los prismáticos se preguntarán cómo es que no las han visto a simple vista.

Hay algunos lugares donde llaman cigarras y/o chicharras a otros insectos, como a los saltamontes de antenas largas -y patas traseras saltadoras-. Aquí, además de esta diferencia, y de su color más verde, el macho produce su sonido frotando sus alas entre sí o con las patas, no con el abdomen.

La hembra fecundadada depositará los huevos en las fisuras del árbol. Macho y hembra terminarán su ciclo succionando la savia de la planta y morirán. Los huevos eclosionarán y las nuevas criaturas caerán a tierra, excavarán su guarida, quedarán enterradas un número determinado de años, diferente según la especie (de dos a 17) y, cuando la naturaleza ponga en acción su inapelable llamada, volverán a excavar hacia arriba para emerger, ascender a un tronco o una rama de arbusto, terminar de metamorfosearse -dejando su muda o exuvia- y darse a la reproducción.

Las cigarras, aunque machaconas, no muerden ni pican. En la península Ibérica conviven varias especies, entre las cuales la más común es la Cicada orni. Y a pesar de poder contar todo esto que hemos contado, aún se trata de insectos muy poco estudiados, que merecen la atención una vez pasados los calores del verano, al abrigo y el impulso de la poco valorada y muy necesaria curiosidad científica.

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.