El secreto de las grullas
Vocingleras y hermanadas, enfundadas en un esponjoso plumaje gris y negro, y cincelando en el cielo su inconfundible escuadra en V, las grullas cruzan Europa anunciando la llegada del último tramo del año. Viejas conocidas del paisaje español, es ahora, sin embargo, cuando están desvelando sus secretos gracias a continuas investigaciones y a un renovado esfuerzo en el uso de radiomarcadores. Entre los descubrimientos más sorprendentes destaca la fuerza de una ruta migratoria que cruza por el norte de Italia, sobrevuela largamente el Mediterráneo y alcanza España, un trayecto que hace apenas 20 años se creía muy minoritario y que a la luz de los actuales estudios ha cobrado importancia. Para respaldarlo por completo, los científicos solicitan con entusiasmo la atención de los aficionados en estos días claves. Y hay más revelaciones.
Arkadiusz Broniarek es, desde hace casi dos décadas, coordinador del estudio de la migración en el Grupo de Trabajo Eurpeo sobre la Grulla (The European Crane Working Group –ECWG-), que reúne a representantes de todo el continente. Afincado con antigüedad en Tarifa, donde lo han rebautizado más sencillamente como Arcadio, es aficionado a las aves «desde chico», mucho antes de su primer contacto serio con ellas en un anillamiento de cigüeñas blancas en su Polonia natal, con 16 años. De eso hace ya casi 40. «Me pasé a las grullas entre otros motivos porque por aquél entonces era un pájaro como secreto, del que no se sabía casi nada», recuerda. El tiempo le ha dado la razón: ha resultado aún más reservado de lo que parecía.
Broniarek maneja infinidad de información sobre las grullas (Grus grus). Todos los avistamientos de anillas y los datos que reportan los GPS pasan por su ordenador. «Solamente viendo cuántos emails recibo cada día con lecturas de anillas ya puedo saber que ha empezado la migración en el Este, porque durante el año me llegan uno o dos mensajes a la semana, y en los últimos días ya me están entrando entre 15 y 20 diarios», relata.
GPS EN EVOLUCIÓN
El GPS se ha convertido en una herramienta fundamental para estudiar cualquier especie. Los modernos pueden ofrecer infinidad de datos más allá de la posición o la ruta, como la altura, la velocidad, la temperatura y presión del aire y la temperatura del animal, que sirve para calcular el desgaste energético del ejemplar que lo lleva, «pero para eso hay que conocer la especie muy bien», advierte Broniarek. Actualmente se trabaja para que los nuevos GPS incluyan también el ritmo cardiaco del ave, adelanta.
Los 97 GPS que tiene ahora en funcionamiento el Grupo de Trabajo Europeo sobre la Grulla son principalmente de Alemania, y también hay de Suecia, Finlandia, Lituania, Estonia, Polonia y República Checa, donde han nacido los pollos. La mayoría duran unos cinco años -los que más perduran son muy caros-. Afortunadamente, el más antiguo que sigue funcionando cumplió siete años en junio.
«Gracias a los transmisores de GPS estamos descubriendo un montón de cosas totalmente nuevas. Con estos datos, que yo llamo “verdaderos” porque son contrastados y no teóricos, estamos viendo que la mayoría de las teorías que se publicaban hace 20 años no son correctas del todo. El cambio en el comportamiento, sobre todo en el migratorio, o la utilización de otras zonas de invernada en estos años aportan nuevas ideas. Son descubrimientos inesperados», cuenta. Hasta el momento, con el ECWG han implantado nada menos que 97 dispositivos. Esta nueva tecnología ha rendido uno de los hallazgos que más asombra al experto: la potencia de la ruta italiana de migración. «Hace 20 años se conocía una gran senda de migración de grullas por el centro de Europa (por Alemania y Francia), mientras que apenas se hablaba de unas pocas observaciones por el norte de Italia, y no se le daba importancia. Y así ha permanecido hasta que se marcaron numerosas grullas con transmisores y resulta que ésta es una ruta tan fuerte como la otra. Discurre por el sur de los Alpes y es muy importante, con unas cifras de ejemplares parecidas. Pero hace 20 años había menos gente en el campo, menos aficionados, y menos aún en Italia. Las aves vuelan por allí, pero no lo sabíamos».
En Alemania hay dos rutas fuertes, la norte y la centro, que se juntan en la frontera Este de Francia, en una gran laguna que atrae a muchísima concentración durante la migración. Después, los animales bajan por el centro del país galo hasta el norte de Pirineos, porque la mayoría de grullas que entran a España lo hacen por Navarra. Pero otro contingente va por el norte de Italia, sigue la costa francesa por mar y entra por el Sur de los Pirineos, por Cataluña, por dos valles distintos. Luego se juntan en Gallocanta (Aragón) y la mayoría se dirigen a Extremadura o Portugal, mientras que otras alcanzan el sur (Doñana, La Janda, Fuente de Piedra…).
Esta ruta italiana se prolonga también por la costa este española, pero Broniarek aún tiene pocos datos que la constaten recopilados hasta el momento por Tarragona, Murcia este año, Málaga, Almería… Son, en general, pequeñas agrupaciones de 20-30-50-80 individuos, y por ahora no están confirmados con GPS. Además, coincide que se trata siempre de observaciones tempranas, de principios de septiembre, fechas en las que todo empieza en los lugares de origen.
Y es que con los últimos coletazos septembrinos, las hermosas damas grises responden a sus instintos y comienzan a concentrarse, inquietas, en los campos de Alemania, Polonia, Suecia... En sus áreas preferidas se llegan a congregar 5.000, 6.000, 8.000 individuos, que, en grupos de 200-300, se levantan a las 06:00 ó 06:30 de la mañana, con una puntualidad británica, y se trasladan a los campos próximos a alimentarse hasta las 10:00 ó 10:30 h, cumpliendo siempre este horario. Sólo después de 'desayunar' arranca el gran viaje. La mayoría de las bandadas hace entre 350 y 500 kilómetros al día, llegando a las seis de la tarde a los mismos sitios que conocen desde años inmemoriales. Siempre humedales, que significan seguridad para ellas: duermen rodeadas de agua («hasta el culo», describe Broniarek) sabiendo que allí no entrarán depredadores o animales molestos como el zorro o el jabalí. Descansan por la noche, y al amanecer hacen exactamente lo mismo: son las 06:00 ó 06:30 horas y comienza el bullicio.
El grueso de la migración está a punto de irrumpir en nuestros cielos, habitualmente a mediados de octubre, y las podremos ver viajando tranquilamente hasta finales del mes. Por eso Broniarek apela a los aficionados, observadores y birdwatchers a «que estén atentos a la costa, lo que en realidad incluye una franja de unos 100 kilómetros hacia el interior», por si las ven pasar y tengan a bien hacerle llegar los datos.
Y al igual que del levante, al técnico le gustaría asimismo recibir avistamientos de toda España y sumarlos a las observaciones que ya ha ido reuniendo de lugares como Salamanca o Huesca. Son números que traslada a un grupo de investigadores y observadores de grullas que han creado entre España y Portugal, Ibergrus, con casi 300 miembros y coordinado por Grus Extremadura (a donde se pueden enviar los datos). Con ellos hacen dos censos cada año, en diciembre y enero.
RÉCORDS Y CURIOSIDADES
La colocación de los GPS europeos ha dado buenos resultados. Así, han visto que la mayor distancia recorrida sin detenerse, desde que una grulla empieza el vuelo y hasta que termina, ha sido de 2.100 kilómetros, en una jornada que le llevó a un ejemplar lituano 28 horas en ir de Serbia a Gallocanta cruzando sobre el Mar Adriatico y Mediteráneo. Lo normal son unos 500-600 kilómetros por día.
El tiempo máximo de vuelo lo ha marcado recientemente una grulla de Estonia, que ha hecho 31 horas seguidas, pero recorrió poca distancia, unos 1.400 kilómetros, porque no iba muy alta.
También han registrado la velocidad récord, que ha resultado ser de 154 km/h. Fue una grulla sueca cruzando los Pirineos. Durante el desplazamiento migratorio vuelan a una media de 75-80 km/h, mientras que durante la cría o en la invernada vuelan a 40-50 km/h.
Al naturalista le ha gustado igualmente conocer detalles impresionantes, como que esta especie sobrevuela tranquilamente el mar durante unos 300-400 kilómetros sin mayores problemas, y que si las condiciones metereológicas les han impedido acabar antes la etapa, pueden volar durante toda la noche exhibiendo una gran destreza para orientarse en la oscuridad. Curiosamente, para ello se valen de las luces humanas, reconociendo centrales nucleares «como las de Francia, que se ven desde 50 o más kilómetros en la distancia; y se aprecia perfectamente que van directas a ese punto y cuando lo alcanzan, giran y siguen hacia otra luz, escogiendo por ejemplo una autopista iluminada que sobrevuelan casi por encima», describe el investigador.
Esto es muy relevante, porque otro hallazgo brindado por los GPS es que las grullas cada vez emigran menos a África. «Hace como 15 años, con los primeros GPS, las vimos por el Chad, Sudán, centro de África…, no muchas, pero iban. Pero cada año se veían menos, y menos, y menos… incluso con más GPS puestos. Hasta que el año pasado solamente pasaron el invierno en África dos ejemplares de los cerca de 90 radiomarcados. Y se quedaron en Túnez. Sabemos por otros observadores (como la Fundación Migres) que algunas alcanzan Marruecos, pero también cada vez menos. Hace años había allí unas 600-700 invernando y el año pasado no llegaban ni a 200. Cada vez hay más grullas que en invierno se quedan en Alemania y en Polonia, cosa que hace 20 años era impensable. El año pasado había más de 1.200 grullas invernando en Polonia. Quizá sea por el Cambio Climático. Esto otorga una nueva responsabilidad a estos países y puede generar posibles conflictos por su presencia», sopesa.
Esta circunstancia también afecta a nuestro país, que en la época invernal llega a recibir 250.000 grullas. «Y cada año vienen más. Están buscando nuevos sitios, porque no caben todas en Extremadura, por eso se producen observaciones más septentrionales en España. Hace diez años no había avistamientos al norte de Madrid y ahora sí, o en El Hondo de Alicante, desde donde el año pasado me mandaron un mensaje… Buscan sitios nuevos y hay que estar en el campo y atentos».
Este ingeniero en Telecomunicaciones ya jubilado habla con desparpajo, feliz y con indisimulada jovialidad de sus aves preferidas. Lleva desde hace unos tres años especialmente centrado en el anillamiento y el radiomarcaje con GPS en Polonia, donde ya marcó personalmente dos grullas y dispone de los permisos para poner el año próximo diez transmisores más. Después, su intención es colocar cada año otros diez dispositivos en diferentes localidades.
Marcar una grulla no es fácil, con ese porte y esa fuerza. Para ello se capturan los pollos cuando aún no vuelan pero están a punto, con unas cuatro o cinco semanas. En ese momento ya son grandes y resistentes. También ha podido capturar once adultos en una semana: «es para una medalla, te lo aseguro, soy el primero en la lista de Europa; el segundo tiene nueve», bromea. Cada tres años, la grulla hace la muda completa de las plumas de vuelo y durante más o menos un mes no puede volar. Por eso, normalmente se esconden en bosques con agua cerca -la grulla siempre se relaciona con agua, repite varias veces el experto-. Primero hay que localizarla en su escondite, luego colocar unas redes especiales, que sirven también para patos, gansos y similares, y entonces, con la colaboración de unas 20 personas, hay que ahuyentarlas para que escapen hacia la red, «pero hay que correr muy rápido detrás de ellas para cogerlas, porque sino saltan y se escapan». Broniarek lo consiguió en junio en Polonia. Ese año no tenía GPS porque sólo contaba con uno y ya se lo había puesto a un pollo bautizado como 'Arcadio', que ya es casi adulto porque ha cumplido los tres años. El ejercicio próximo, si todo sale bien, además de poner transmisores a los pollos, quiere capturar más adultos.
La duración de un viaje migratorio depende del origen y destino. Para la grulla 'Arcadio', que sólo se traslada desde el oeste de Polonia al este de Francia, son 1.200 kilómetros, «que hace tranquilamente en dos días». Pero una del este Finlandia, que tiene que pasar por Rusia y los países Bálticos, Polonia, Alemania, y Francia y va a Portugal, igual atraviesa 3.000 kilómetros, que puede hacer en unos cinco días. De modo que la experiencia de la migración es bastante distinta en una y otra ave.
Los bandos de grullas no pueden esconderse. Su sonoro trompeteo las delata. Los investigadores van tras ellas contándolas y anotando los lugares de descanso, esos valiosos humedales que les dan la vida. Ésa es, precisamente, una de las finalidades de estos estudios: conocer qué zonas de reposo eligen con el objetivo de que las organizaciones del país puedan presionar para protegerlas en estas épocas, como se hace ya en Alemania o Francia.
«Me enamoré de las grullas, era un animal desconocido, como un poco escondido», suspira el polaco. Empezó a conocerlas, a saber que forman parejas para toda la vida, «aprendes aspectos nuevos… y cuando crees que no pueden sorprenderte más, al año siguiente te salen dos o tres sorpresas», recuerda Arkadiusz Broniarek. Les ha dedicado muchas horas incluso cuando ejercía de vigilante medioambiental en los molinos: «estaba 12 horas en el trabajo y directamente me iba a la Janda a hacer censos dos veces a la semana. Me daba alegría en cuanto llegaba allí y ya se escuchaba a las grullas». Fue a verlas a Gallocanta el año en que se pudo contar la cifra más alta registrada en la laguna, 114.000 ejemplares, «era un 14 de febrero y fui con mi novia», ríe. Habla con mucho cariño de ellas «quizá también un poco por nostalgia, porque me gusta pensar que son bichos del Este, de mi país, que aquí vienen a alimentarse», dice, mientras calcula cuándo será la próxima salida a ver grullas. «Ahora es buena época para mirar al cielo y a cualquier charco» y hallar un corro de damas grises alborotadas, cuello erguido y mullido penacho terminal. Hay que aprovechar, porque nos dejarán en el mes de febrero, volviendo al norte a criar, llevándose consigo, de nuevo, los secretos de las grullas.
Mapa con las principales rutas migratorias de la grulla europea. Cortesía de Arkadiusz Broniarek.