El humedal tradicional de las orillas mar Menor recupera su espacio entre el carrizo


Imagen del criptohumedal hipersalino antes de ver terminado completamente su acondicionamiento. Fotografía: EEA.

Una nueva laguna acaba de nacer en la marina del Carmolí, a las orillas del mar Menor. Es rectangular, generosa en tamaño, está encastrada en el terreno y alberga dos pequeños islotes en el centro. En sus márgenes, la vegetación novel pugna por encontrar su hueco y más allá, el carrizo campa a sus anchas homogeneizando el resto del terreno. Se trata de una charca de reciente creación surgida al amparo del proyecto de 'Recuperación de criptohumedal hipersalino y especies en Peligro de Extinción', de Ecologistas en Acción (EEA), y, a parte de ser bonita, va a cumplir una función esencial en el ecosistema: la de devolver al entorno el tradicional paisaje que identificaba la zona treinta años atrás, donde las balsas exhibían su agua henchida de sal y la confluencia de pequeños espacios disparaba la biodiversidad.

Antes de que el carrizo se adueñara del entorno, toda la orilla del mar Menor estaba salpicada por estos humedales de alta salinidad, que es uno de los parámetros originales de una zona donde las precipitaciones son muy bajas y la evaporación muy alta. Estos criptohumedales se forman por las aguas de escorrentía o bien por la que entra del mar Menor durante el temporal de levante y que se queda aislada por efecto de la formación de una barrera de arena (llamada berma). Se caracterizan por poseer una dinámica muy variable y ser muy diversas. Y ello generaba una gran biodiversidad con distintas especies vegetales, aves limícolas o peces como el emblemático fartet.

En este delicioso ecosistema "cada charca tenía su personalidad. Cada una exhibía una salinidad distinta y unas condiciones diferentes en función del tipo de suelo y del tipo de vegetación. Unas eran más salinas, con tapices bacterianos y microalgas (de donde se pueden obtener fármacos, por ejemplo), y en otra, a solo diez metros, aparecía la Ruppia y el fartet... Pero ahora son cada vez más escasas”, lamenta Juan Carlos Blanco, geógrafo y experto en manejo de humedales de EEA, y uno de los dos coordinadores del proyecto, junto a Brígida Aránega.

EL FARTET, UN ENDEMISMO BENEFICIADO POR EL PROYECTO

 

En el contexto del proyecto de 'Recuperación de criptohumedal hipersalino y especies en Peligro de Extinción', de Ecologistas en Acción (EEA), el fartet es una especie más de las que se van a ver beneficiadas por la recuperación de un ecosistema, pero es cierto que “está en serio peligro, y la población del Carmolí, diferenciada por estudios genéticos, está especialmente mermada”, advierte Brígida Aránega, una de las coordinadoras del proyecto.

   La protección de este singular pez ha estado presente desde el principio de los trabajos. No en vano, en una de las acciones del pasado verano rescataron más de 300 fartets de una charca de Lo Poyo que se estaba secando, donde calculan que ya habrían muerto más de 100. Para ello, practicaron a mano un canal con el fin de que pudieran acceder al mar Menor.

   Lo ideal para el equipo sería reintroducir al animal en la laguna de EEA este mismo año, una vez que se haya completado la renaturalización de la charca, es decir: cuando se hayan aumentado los parámetros de salinidad y la vegetación esté en orden; y todo ello, siguiendo los pasos que indique un informe científico.

   La idea inicial es tomar ejemplares de la zona -los hay, por ejemplo, en desembocadura de la rambla de Miranda, en la zona del Carmolí- e intentar una traslocación directa. El problema aquí radica en saber si hay una cantidad suficiente de individuos en la población natural, dato que se conocerá después de la época de reproducción del pez.

   Si la población natural resulta ser demasiado pequeña, habrá que seguir un protocolo, ya conocido, para recuperar individuos, criarlos, respetar la cuarentena y otros requerimientos, y soltarlos en la nueva charca.Los adultos reproductores crían entre mayo y junio, pero la liberación de los alevines ha de posponerse hasta que sean viables, y ello podría suponer retrasar la cautividad hasta septiembre u octubre.

   Una vez liberados, a los técnicos no les preocupa en exceso la predación en la laguna. “Al fartet lo que más daño le hacen son los pesticidas, los productos químicos”, sentencia el otro coordinador, Juan Carlos Blanco, y defiende que si la orilla tiene una vegetación adecuada, estarán a salvo: “el fartet se esconde en las orillas de las charcas, donde las raíces se quedan sin tierra. Los charrancitos no se meten debajo de las raíces de la salicornia a comerse el fartet”, aclara, y añade además que el objetivo es repoblar “con individuos resistentes, que sepan sobrevivir”.

Ahora, la homogeneización del espacio, invadido por extensas masas de carrizo, ha provocado la pérdida de estos humedales y de la biodiversidad asociada. La homogeneización se ha debido por un lado a la mediterranización del mar Menor, con reducción de su salinidad y unificación de la temperatura del agua, y por otro, al gran aporte de aguas continentales procedentes del regadío. Con todo ello ha desaparecido el gradiente de salinidad característico de la zona. Y ése es, precisamente “el mosaico de biodiversidad que queremos recuperar”, reivindica Blanco.

La nueva laguna tiene unos 1.000 metros cuadrados. Se sitúa al lado de un antiguo camino bordeado de especies protegidas (Asparragus, cambrón...) y tiene una profundidad de unos 80 centímetros para disuadir al carrizal. Con la renaturalización, el agua está adquiriendo un hermoso tono verde-azulado. Cerca puede verse una pequeña lámina de agua, como diez veces menor, donde aún habita una población de fartet, y aún otra más, con otras formas y colores, las tres situadas dentro del Paisaje Protegido de los Espacios Abiertos e Islas del Mar Menor.

Los cálculos les alientan a pensar que, en su nueva charca, en julio se evaporarán en torno a 7-10 litros de agua por metro cuadrado al día, y que conseguirán concentrar la salinidad “para que de una manera manejada consigamos unos parámetros que permitan la reintroducción de especies que han desaparecido en la zona”.

Y es que éste es uno de los objetivos del proyecto, que hace alusión específica a la recuperación de especies en Peligro de Extinción. Entre ellas, destaca el endémico fartet, pero beneficia también a otras especies significativas, como pueden ser los invertebrados tipo Artemia salina, “que casi no hay fuera de las salinas”, insectos como el gusano rojo del agua o microalgas. También a vegetales que colonizarán el nuevo espacio, como el Limonium y otros que aguanten la salinidad, que están en recesión por los carrizales. Hasta aspiran a introducir Ruppia dentro del agua, aunque les suene un tanto ambicioso para este primer año. Y cómo no, al menos a cinco especies de aves. El charrancito, por ejemplo, que antes se reproducía en la zona. “Ahora, los únicos charrancitos que crían en toda la Región están en San Pedro. Son especies muy difíciles de recuperar que vienen exclusivamente a criar, y si no tienen sitio para hacerlo, dejan de venir”, sentencia. También el chorlitejo patinegro o la avoceta, que criaban hace 25-30 años y que ya no lo hacen porque el espacio se ha cubierto de carrizo y ya no encuentran las 'calvas' que precisan entre la vegetación”, añora Blanco.

La salinidad en los humedales hipersalinos oscila entre los 50 y 280 gramos de sal por litro, “que es lo que posibilita una mayor diversidad tanto de fauna superior como de tapices bacterianos o halobacterias que son también muy interesantes para la biodiversidad”, apunta el experto. Alcanzar estos niveles es difícil en este entorno donde hay aporte de aguas dulces. Ahora, la charca de EEA tiene una conductividad muy baja, en torno a 4 ó 5 gr/L. Así que, para que aumente, durante un tiempo hará falta una labor de manejo, y barajan la idea de bombear agua del mar Menor. También hay que controlar la evaporación y otros parámetros. Y los tiempos. Saber que en verano habrá evaporación y que se diluirá en otoño. Puede ser, incluso, que la hipersalinidad no se consiga hasta el segundo año y eso si no llueve mucho.

Para llevarlo todo controlado, al nuevo humedal de Bocarrambla hay que hacerle un seguimiento cada 15 días, aproximadamente. Estas visitas les han permitido saber, entre otras cosas, que ya es atractivo para ciertas aves. “La avifauna ya acude, las aves pasan y se posan. El nuevo punto de agua les llama mucho la atención”, se alegra Brígida Aránega, que es Agrónomo por la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT), y que confía en que críen el año próximo, cuando toda la vegetación se haya asentado y las dos islas pequeñas estén completamente terminadas. Porque aún hay que aportarles un sustrato parecido al de la orilla del mar Menor, que contiene trozos de conchas, berberechos y arena, ya que es el que le gusta al chorlitejo patinegro y donde hace el nido con piedras.

El proyecto acabará en julio, tras superar muchos contratiempos. De hecho, es casi un proyecto 'superviviente', ya que primero se enfrentó a una riada que impedía meter las máquinas, luego a un gran incendio y finalmente a un cambio de ubicación cuando ya todos los planos y documentación estaban elaborados. Pero los ánimos no han decaído y el equipo muestra tal ilusión que asegura que, fuera del proyecto oficial, continuará el seguimiento, los censos, la observación de la colonización de las especies y la toma de otros datos de interés. Y también se acompañará de un proyecto de voluntariado, que ya ha comenzado -de hecho, los voluntarios ya han participado en el acondicionamiento de uno de los dos islotes, donde han fabricando señuelos con yeso, para que las aves lo reconozcan como apetecible-, se ha iniciado la instalación de un oteadero para observar aves sin ser vistos, al tiempo que habrá una sensibilización al público de la zona para que valoricen estas charcas, “ya que, en general, los humedales no se aprecian salvo ornitólogos y similares”, detalla Aránega.

Un esfuerzo importante que va dando sus frutos impulsado por los valores naturales de la zona y también por la memoria. “Yo llevo desde los diez años viendo pájaros por toda la ribera del mar Menor y gracias a ello he observado cómo ha cambiado todo. Antes todo era como muy áspero, muy duro, pero más diverso; el paisaje era muy extremo, menos verde... recuerdo zonas como rojas de la salicornia, con costras de sal entre medio, de la intensiva salinidad que había... totalmente distinto a lo que hay ahora, es un paisaje desaparecido. Acaso queda en la zona del Carmolí, donde hay mucha evaporación y sin carrizo. El propio olor de aquellos paisajes es lo que me empuja a recuperar lo que se perdió, de cuando veía aquellas aves criando. Ahora ves miles de gaviotas de Audouin, antes había poquísimas..., el lagunero no criaba y ahora sí. Pero hemos perdido otras especies, que creo que son compatibles con las que han llegado. Se ha perdido la biodiversidad y de ahí, la necesidad de recuperar estos espacios que había aquí antiguamente”, defiende Blanco. Y Aránega, que también creció en la salina y las dunas, coincide en que ha visto “unos cambios drásticos en el paisaje: no poder llegar a la orilla del mar, el caballito de mar que se ha perdido... una serie de cosas que yo sí toqué cuando aprendí a nadar en la orilla del mar Menor”, al tiempo que desea “que siga surgiendo personal en las nuevas generaciones con esa capacidad de ver la belleza e importancia de estos sitios”.

 
Los técnicos y voluntarios, el fin de semana pasado acondicionando uno de los dos islotes y levantando el oteadero para observar aves. Imagen: EEA.
Arriba a la derecha, vista del camino que bordea el humedal y parte del carrizo que invade la zona. Imágenes: EEA.

 

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.