Del plato al jardín: “Compostar mal es difícil si sabes lo que tienes que echar”
Hemos hablado con Pedro Ugartemendia, que participa en la Red de Compostaje Doméstico de Gipuzkoa, para imaginar cómo se podría implantar este sistema en otras provincias españolas
“Compostar mal es difícil si sabes lo que tienes que echar”, asegura Pedro Ugartemendia, director gerente de la Mancomunidad de San Marcos, entidad que participa de la Red de Compostaje Doméstico de Gipuzkoa y con quien elclickverde ha hablado buscando información para tratar de imaginar cómo sería el compostaje en las viviendas con terreno de otras prvincias españolas. La idea, ya saben, es llevar la materia orgánica del plato al jardín, donde se instala la compostera, en la que también se introducen todos los restos de jardinería, reduciendo costes y volúmenes de la recogida urbana y obteniendo un material de uso propio para la mejora de los suelos, el compost.
La Red de Compostaje Doméstico de Gipuzkoa lleva en funcionamiento once años, además de los que se invirtieron en la experiencia piloto. Desde 2005, la Diputación Foral de Gipuzkoa, que lidera el sistema, ha repartido unos 18.000 compostadores, más los que hayan entregado las ocho mancomunidades participantes, alguna de las cuales ha sumado otras 2.000 unidades. Por comparar, Guipuzcoa tenía 717.832 habitantes en 2016 y la Región de Murcia, que no dispone de este sistema, contabilizaba prácticamente el doble, según el Instituto Nacional de Estadística, mientras que Zaragoza contaba con 950.507 o Valladolid con 523.679.
El sistema parece bastante “maduro”, comentan desde la experiencia guipuzcoana. En la capital los datos apuntan a que se está llegando a que una de cada diez viviendas que puede compostar, lo hace. “Son cifras pequeñas, aunque importantes en cuanto al número de gente que está ya compostando”, estima Ugartemendia, quien añade que hay un goteo: “la gente se va concienciando. En algún pueblo pequeño igual se ha llegado a la mitad de quienes podrían compostar, pero por lo general todavía estamos en una octava o una décima parte”. Y aunque el potencial es pequeño porque hay que tener un mínimo jardín y los residentes en pisos o apartamentos no pueden adherirse, considera que “todavía hay mucho por hacer, aunque nunca se hizo una política con el objetivo de llegar a un número determinado de personas” y, eso sí, “siempre se ha apostado en general por la voluntariedad, y en algunos casos hasta se ha ido puerta por puerta a ofrecerlo”.
Y es que los requisitos son bien breves: “basta con tener un terreno en el que quepa el compostador”, detalla el experto.
Una vez instalado, teniendo cuidado de que esté en contacto con la tierra, “el secreto del compostaje es que haya una mezcla homogénea y de todo un poco”, revela Ugartemendia. Al principio, en la Mancomunidad de San Marcos era obligatorio pasar por un curso de formación antes de que te dieran el compostador, pero este gerente cambió el criterio hace cinco años, y ahora, junto al compostador, entregan el manual “porque el cursillo te puede aportar, pero compostar mal es difícil si sabes lo que tienes que echar y lo que no. Podrás compostar mejor o peor, pero con el manual te es suficiente”, sostiene.
La cosa consiste en ensayo y error. Cada cierto tiempo, según las características de uso (frecuencia, orientación, tipo de alimentación…), el usuario debe abrir la parte baja del compostador, que es como una trampilla, y observar el estado de la materia. Cuando se vea negruzca más que marrón, está en su punto.
Todo dependerá de si la compostadora está orientada al Norte o al Sur, de la humedad que haya tenido, del número de miembros en la familia, de la materia vertida... Normalmente, basta con extraerla una vez al año, aunque va en función de lo que se genere. Así, puedes tener abono ya en cosa de cuatro meses -en el verano guipuzcoano- o en seis -en el invierno-. Para una familia típica de cuatro miembros, lo generado anualmente puede dar para esparcir por un pequeño jardín, calcula Ugartemendia. O rendir hasta 100 kilos por persona al año, que es el valor estimado al alza desde la Diputación. Según cada caso…
En Murcia, imagina Ugartemendia, “lo ideal sería orientar la unidad al Norte porque la humedad que le hace falta vendría por ahí, y darle incluso un poco de riego”.
Al abrirlo para echar cada día los restos de la materia orgánica, lo suyo es remover la capa superior y observar cómo va el proceso. Que tenga cochinillas, alguna cucaracha o pequeños mosquitos es buena señal. “No salen, se quedan dentro porque es donde tienen la comida”, apunta el gerente, quien ha coincidido con todo tipo de usuarios.
Así, sabe de gente que le tiene medio a los ratones y no composta lo cocinado, “pero esto es sencillo de solucionar poniendo debajo una malla”; o que le cuentan que temen a los olores, y “ese miedo es complicado de quitar, pero cuando empiezas a compostar ves que solo hay algo en verano y no es significativo”. De hecho, el compost maduro tiene un evocador olor a bosque. “Yo no lo pondría pegado a la vivienda, pero no da problemas”, apunta al respecto. Y recuerda también a un señor fue a una fiesta popular en la que se sirvió paella en abundancia y sobró un montón “por lo que se llevó las sobras a su casa y lo tiró todo de golpe a su compostador, y aquello no se le compostaba ni para atrás”, bromea.
La piel de naranja y la cáscara de huevo cocido tardan mucho tiempo en compostar
Dentro del compostador hay que compensar la cantidad de materia seca y materia húmeda
La piel de naranja y la cáscara de huevo cocido tardan mucho en compostar: “si echas un porrón de naranjas le va a costar un montón, y como no las remuevas bien y no tengas mezcla de todo tipo, no va a haber quién lo composte”, dice Ugartemendia pensando en la Región. De nuevo, lo que hay que hacer aquí es conseguir una variedad de productos. Compensar materia seca, que tiene alto contenido en carbono (hojas y restos de poda -quítele los pinchos a sus rosales-, la paja y la hierba seca, las virutas y el serrín, las cáscaras de nueces...) con la materia húmeda rica en nitrógeno (restos de alimentos, el césped fresco y las partes tiernas de las plantas), por ejemplo. “Pero al final esto es probar. Cuando sacas la parte de abajo te salen las pegatinas de los kiwis, una fruta a medio compostar... y vas viendo y aprendiendo. Y lo que no vaya bien, al contenedor de resto”, anima el experto.
De su experiencia y de cara a la implantación de un sistema similar en otro lugar, Ugartemendia cree que durante una prueba piloto sería bueno contar con un laboratorio que pudiera hacer análisis del material extraído de los compostadores instalados en las viviendas, “y con los resultados, adaptas el sistema y marcas una pauta de lo que le puedes decir a la ciudadanía, porque la ciudadanía es muy concienzuda cuando le dices algo, y si le dices que naranjas no, pues naranjas no, y si les dices que sí, pues te la echan”, recalca.
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En Guipuzcoa, la mayoría de los asistentes a los distintos cursillos que se programan de cuando en cuando exhiben edades más bien altas, entre otras razones porque los propietarios de viviendas con terreno suelen tener más edad y normalmente no tienen “el lío familiar”, explica el gerente, por lo que disponen de un poco de tiempo para ocuparse del compostador, de ir a buscarlo, asistir a la formación... Y eso sí, los adeptos al sistema, se alegra, “son gente muy sensible y muy concienciados con el medioambiente y cualquier cosa que les ofreces y propones, pues allí van”.
En la provincia vasca la adhesión al sistema es completamente gratuita -regalan hasta los compostadores, un taller de formación, un manual para el compostaje doméstico y un servicio de asesoramiento- y no hay ningún tipo de seguimiento ni compromiso. Durante al menos tres ediciones se convocó un concurso al mejor compostador, y con esa excusa se analizaba el compost de los participantes. La iniciativa conlleva “muchísimo coste pero desde el punto de vista de publicidad y comunicación tiene alcance, además de que te permite comprobar qué calidad de compost se está consiguiendo en general”, apunta el técnico.
Hay varios modelos de compostadores, con distintas capacidades para adapatarse a las necesidades del usuario. Los hay modulares, de manera que una unidad es apropiada para una familia de cuatro miembros, pero para un caserío se pueden combinar entre sí hasta cuatro piezas para conformar una macrocompostadora.
Dentro de estos contenedores, fabricados en plástico 100% reciclado y reciclable, se depositan grandes cantidades de materiales. Con un esfuerzo menor que el que exige cuidar el césped, los adscritos al compostaje doméstico perciben que generan un producto útil y que alivian al sistema de recogida urbana, al tiempo que sienten que están contribuyendo a la mejora del medioambiente.
Una acción a tener en cuenta de cara a la idea de Europa de recuperar el 50% de los residuos domésticos para el año, muy cercano ya, de 2020, y que apoyaría la previsible implantación del contenedor urbano de recogida de materia orgánica.