Cinco años tras el nido del cárabo, el búho rechoncho de ojos negro aceituna

El cárabo es un búho mediano, regordete, de cabeza rechoncha, confeccionado de noche, plumas y ojos negro aceituna. Habita profusamente gran parte de los bosques de Europa y Asia y, a pesar de ello, no es un ave bien conocida. Es sigilosa, críptica, esquiva «y muy lista; para su estudio hacen falta muchas horas y mucha paciencia», cuenta Domingo Gómez, uno de los responsables del Proyecto Cárabo, liderado por la Asociación Caramucel naturaleza e historia, que trata de descubrir los muchos secretos que aún guarda esta rapaz en la Región de Murcia. Dónde están sus nidos, cuál es su dieta, cuánto y dónde campea son algunas de las cuestiones en las que indaga su trabajo, que está en marcha desde hace ya un lustro y que este año ha experimentado un gran avance gracias al marcaje de los animales.

En este tiempo, han instalado aparatosas cajas nido -tienen ya más de 20-, analizado egagrópilas -esos restos que las rapaces no han digerido y expulsan por la boca, y que tanta información aportan-, han efectuado escuchas crepusculares, capturado aves para colocarles un dispositivo de seguimiento y realizado largas salidas nocturnas para rastrear los emisores y también recuperar GPS. Mochila al hombro, se han pateado una y otra vez las intrincadas y abruptas Sierras de Ricote, del Oro y de la Pila, su área de estudio salpicada de constantes desniveles. Toda una odisea de la que no sólo se muestran muy satisfechos, sino que les renueva el propósito de continuar.

Descubrir un nido de cárabo puede parecer sencillo pero no lo es. No ocurre como con los búhos reales. «Un búho real marca mucho en las ramblas, delimita los territorios, los nidos suelen ser visibles… digamos que es bastante más fácil de localizar porque deja más señales para ello». Por la escasa literatura que han podido manejar -«apenas hay textos escritos sobre la especie en la Región, estamos siendo un poco autodidactas y abriendo la puerta», se explica Gómez- saben que nuestros cárabos anidan en paredes rocosas. No disponen aquí de aquellos troncos viejos del norte, esos ejemplares de hoja caduca engrosados por el paso del tiempo, tapizados de musgos y líquenes, que les ofrecen las cálidas oquedades que tanto les gustan; ni de antiguos cortijos. Aquí hay pino y roca, y las paredes de roquedo se han convertido en su lugar preferente de anidamiento. Salvo excepciones, es ahí donde cría, en frentes verticales, escarolados, con escollos y salientes que ocultan decenas de huecos y hendiduras. Y en cualquiera de ellas, algunas visibles solo mediante rapel, puede haberse instalado una familia. Por eso es tan difícil dar con los nidos naturales. Por eso, en el proyecto todavía no han hallado ninguno. «Pero estamos a punto, lo vamos a localizar seguro», promete el naturalista.

Con este fin han marcado varias aves con un dispositivo combinado compuesto por un GPS y un emisor. Los datos obtenidos sitúan a dos de los ejemplares en el interior de un par de territorios, en los que están concentrando sus esfuerzos. Gracias a ello, y a rastrear el emisor muchas muchas noches hasta altas horas, al final han dado con el paraje concreto y el roquedo seleccionado, confirmado después por la fortuna de poder observar la cercana presencia de los pollos. Pero el lugar exacto aún se les niega. «Hacerle un seguimiento a este animal entraña una gran dificultad», recuerda Gómez.

El marcaje ha sido un gran adelanto. Comenzaron el diciembre pasado, asesorados por la Asociación Ulula, y han continuado a primeros de año. En total, reutilizando los dispositivos, han conseguido marcar cinco adultos -en realidad, al último ejemplar, una hembra, le pusieron solo el emisor para detectar dónde cría-. El objetivo es conocer los horarios y zonas de reposo y campeo y, gracias a las hembras, que son las que incuban, localizar el nido. Las aves llevan el artilugio hasta que se les cae, y entonces se puede hacer la lectura de los datos. Aquí han echado mano de inventiva y, forzados por la economía, han acoplado un GPS -que archiva los datos en el propio aparato pero que no emite señal- a un emisor -que lanza señales sonoras que se detectan en un receptor-. Todo ello, en una sola pieza, puede costar dos o tres veces más, y las arcas del proyecto no alcanzan para tanto. La dinámica implica colocar el arnés rápidamente y sin daños, aprovechar la captura para determinar la edad y el sexo -gracias a una guía de pesos y longitudes de ala- y tomar medidas biométricas, como la abertura de la boca, y, lo más diligentemente posible, dejarlo marchar. Varias noches después, el  equipo, conformado por cuatro personas, saldrá a escuchar al emisor. Y habrá que repetir la salida cada dos tres noches, ahí les den las 2 o las 5 de la mañana.

LOCALIZACIÓN EN LA REGIÓN

En la Región, el cárabo se extiende tradicionalmente por Sierra Espuña, el Valle de Ricote, el Noroeste, los dos macizos grandes del Altiplano, la Sierra de Salinas y El Carche; en Carrascoy se está escuchando desde hace un año o dos. De los textos antiguos, de Sánchez Zapata y otros autores que hablaban de los modelos de vegetación, se sabía que estaba ligado a la roca, pero la estimación de parejas de entonces «casi con toda seguridad está por encima de la realidad», apunta Domingo Gómez, de Caramucel naturaleza e historia- Ulula.

El emisor se puede configurar según las necesidades del proyecto. En este caso tiene dos sensores, uno para cuando el ave está horizontal -es decir, en vuelo, o aplastado contra la roca acostado en el nido-, y otro para cuando está vertical, en una percha o posadero. Al caer la noche y durante varias horas según el caso, el equipo de Caramucel-Ulula y colaboradores que siempre se apuntan, hace un barrido por la zona escuchando los sonidos en el receptor y anotando los datos -zona de reposo, zona de campeo…-. Si reciben una misma señal durante varios días que no cambia de localización es porque la pieza se ha caído y es hora de ir a buscarla. El dispositivo, de hecho, se instala con un hilo hidrosoluble, de manera que en los episodios de lluvia o con la humedad se les desprende sin secuelas. Una vez recuperado el GPS y descargado en el ordenador, se conocen los puntos exactos por donde ha pasado el ave. Estos GPS están preparados para dar una única ubicación durante el día, pero por la noche, cuando el ave más se mueve, cuando campea y se alimenta, rinden una lectura por hora desde las 10 de la noche a 6 de la mañana en esta época, y alguna hora más en invierno. El GPS tiene una autonomía de unos 30-35 días. Lo configuran in situ con un programa en el ordenador al ponerles el arnés. Con él han descrito zonas de caza, la superficie del territorio o dónde tienen preferencias.

Ahora mismo solo hay un macho que lleve el marcaje puesto y hay que recuperarlo para encarar la nueva temporada. La intención es seguir marcando individuos «porque es la forma de poder conseguir información». Por ejemplo, han comprobado que en muchos casos el territorio abarca en torno a las 200 hectáreas o más -unos dos kilómetros cuadrados-, pero durante la época no reproductora ocupan solo una pequeña parte suficiente para mantenerse. Sin embargo, uno de los machos, cuando tuvo pollos, se alejó a 1.200 metros de la zona del nido. Así que «nos falta establecer si sus comportamientos son los mismos en un mes de diciembre, cuando posiblemente se mueva mucho menos, que en épocas reproductoras, o en primavera-verano, con la obligación de cazar mucho más para alimentar a las crías», sopesa el naturalista.

BIEN AVENIDOS Y DÓCILES

Parece ser que los cárabos de la zona de estudio, en la zona forestal alta -donde no sobrepasan los 800 metros de altitud- conviven sin mayores problemas con el búho real, un animal con el que suelen tener desencuentros; y en la zona baja interacciona con mochuelo y, en esta época, también con autillo. Esta convivencia no es algo común y es un dato interesante, según detalla Gómez. El técnico añade, además, que a pesar de su fama de agresivos se ha mostrado siempre «súper dócil a la hora de manipularlo: se aploma y se queda tranquilo». Sí admite que son muy territoriales, sobre todo en la época de celo, a partir de diciembre, cuando sus cantos y reclamos aumentan la frecuencia y sonoridad para fortalecer la unión de la propia pareja macho-hembra y alejar a otros individuos.

En todo caso, esta técnica tiene sus contratiempos: a un individuo el GPS le duró apenas unos pocos días y otro lo perdieron porque se rompió el emisor, y al desprenderse y no dar señal no saben dónde está. El tiempo dedicado a la recuperación de aparatos es imprescindible porque «la probabilidad de recapturar a un ave de éstas es mínima. Aprenden muchísimo, son bichos muy listos. Frecuentas los territorios y percibes que cada vez se dejan escuchar menos, así que no sirve acudir con mucha asiduidad porque no vas a conseguir nada. Es cierto que depende del individuo, pero los hay que se hacen cada vez más esquivos. Por eso también hay que usar otros métodos que no sea la escucha».

A la escucha también le han dedicado mucho tiempo en el proyecto. Estas aves tienen varios cantos. Uno de ellos evoca a los invisibles y peligrosos apaches de las películas americanas del Oeste. Ése es un cárabo. Los expertos diferencian sin dificultad las voces del macho, la hembra y las crías. «Ahora estamos descubriendo muchas vocalizaciones que antes no conocíamos», revela. Por ejemplo, han visto que los pollos no reclaman espontáneamente hasta pasados los 40 días; antes de esa edad se esperan callados en el nido o posados en las ramas de los pinos hasta que detectan la llegada de un adulto para hacerles entrega de alguna presa, que es cuando se lanzan a cantar -esto aumenta la dificultad de hallar el nido; pero después comienzan a salir del refugio y, ya volantones y posados en una percha, reclaman en cuanto tienen hambre, esté el adulto o no. De hecho, Gómez considera que es fácil detectar a la especie por el sonido, y muy cómodo para identificar el territorio «aunque hay que hacer varias salidas y distintas escuchas para saber exactamente por dónde se mueve». Toca, de nuevo, acudir por la noche a las estaciones escogidas -varias en una misma salida-, con los frontales, los equipos y la ropa de abrigo, poner el reclamo, escuchar cinco minutos, volver a poner el reclamo y volver a escuchar otros cinco minutos en cada parada. Así, han llegado a determinar cerca de una veintena de territorios.

En realidad, todo este tinglado comenzó poniendo unas cajas nido. Desde Caramucel conocían la existencia del ave en la zona de toda la vida, desde cuando eran críos y hacían acampadas; y en 2015 pensaron que a través de la ocupación de estas cajas podrían saber más de esa especie que les acompañaba, y en concreto determinar su dieta, «porque encontrar un posadero en el monte es una tarea casi imposible. Las egagrópilas se deshacen muy rápidamente y hay una gran densidad de arruí y jabalíes que remueven el suelo», argumenta el técnico. Las primeras las ocuparon al poco tiempo y eso les animó a instalar más. Colocar las cajas nido de cárabo es costoso: miden 80 cm de altura simulando una oquedad, son voluminosas y pesan lo suyo, así que mínimo hacen falta dos personas. Hay que trasladarlas hasta la zona escogida, lo que suele exigir un trayecto a pie con la caja a cuestas; se elige un árbol bien ramificado y mínimo de un par de metros de altura para evitar que puedan acceder con facilidad posibles depredadores, y se sube una persona amarrada con una cuerda y equipada con casco; después, bien con una escalera de unos cinco metros, o bien tirando de la cuerda, se eleva la caja y, por fin, se coloca.

Han instalado cerca de 20, y ahora resta esperar un poco para comprobar la ocupación de las más recientes. En las más antiguas han recogido una variedad amplia de presas: muchas aves pequeñas, salamanquesas, escolopendras… y, en zonas de cultivo con olivos, más micromamíferos. Este último año no han criado en ninguna, y a algunas de las nuevas les está costando más. De hecho, creen que va a ser difícil por su localización: las pusieron en una zona de roca en los territorios ya identificados y, ahí, el cárabo va a preferir una grieta natural. Eso ha sido un aprendizaje. Así que, si finalmente no se ocupan en un porcentaje que merezca la pena, la idea es reubicarlas en una zona forestal que presente una densidad de pinar buena y madura pero que no posea exceso de roquedos. Además, buscarán zonas limítrofes de otros territorios donde se puedan establecer otras parejas y generar nuevos dominios.

En los últimos tres años llevan practicando también un nuevo seguimiento de reproducción con el resultado de que en ninguno de estos territorios se han encontrado puestas con más de dos pollos. Uno o dos, ésa es la tasa reproductiva. Es una cifra baja en relación con otros lugares. «Creemos que uno de los factores puede ser que aquí el cárabo tiene una tasa de mortalidad baja. Es una rapaz forestal que sale a cazar en el extrarradio de las sierras, por zonas de cultivo, principalmente de secano, pero que también caza mucho en el propio territorio porque su época reproductora coincide con la reproducción de muchísimas aves: mirlos, tórtolas, oropéndolas, abubillas. De esta manera, estas piezas ocupan un importante porcentaje en su dieta y no sale tanto del arbolado. Y al permanecer mucho tiempo en el bosque, donde no hay tendidos eléctricos, atropellos ni venenos, puede vivir más. Otra causa puede ser que exista una limitación en cuanto a sitios óptimos para nidificar, porque precisan una buena densidad de pinar», agrega.

También han aprendido algo de su fenología, de cuándo empieza la hembra a incubar o de cómo se comportan los pollos, y «cuanto más lo conoces, más te gusta», reconoce el naturalista, pero admite que aún queda mucho por averiguar. La nueva temporada de estudio empezará después del verano. «Queremos centrar el esfuerzo en el marcaje y captura, porque es como verdaderamente se conoce más a la especie y se avanza», señala, remarcando que su prioridad es conocer la especie lo mejor posible y establecer un protocolo de seguimiento que acorte el camino para su estudio o mejor conocimiento. Y, a partir de ahí, marcar los polluelos y establecer la dieta. Van paso a paso, porque aunque han avanzado mucho, «por cada respuesta que hallas, el cárabo te plantea decenas de nuevas preguntas», suspira Domingo Gómez.

 
Arriba, dos jóvenes en una rama. A la derecha: adulto ante una cavidad, un cárabo marcado y un adulto en el bosque. Abajo: una caja nido instalada, el interior de otra caja nido, y un pollito. Todas las imágenes: Caramucel Naturaleza e Historia.

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.