Buitres: marcados para la ciencia
Entre 60 y 70 buitres leonados trazan amplios círculos sobre las montañas alicantinas. Tienen su cuartel general en la buitrera de Alcoy, donde los miembros del Proyecto Canyet (muladar, en valenciano) les dejan habitualmente el alimento. Y donde también, al menos una vez al año, son sometidos a marcaje y extracción de muestras biológicas para hacer un seguimiento de su estado de salud. Hemos pasado una mañana con ellos, precisamente ésa en la que han recibido la valiosa marca para la ciencia, que llevarán de ahora en adelante.
A los buitres, que días antes han sido encerrados en una jaula en lo alto de la loma, hay que cazarlos con un salabre. Es lo primero que tienen que hacer, en esta ocasión, los alumnos del Máster Universitario en Gestión de Fauna Salvaje de la Universidad de Murcia (UMU). Y no es fácil si no estás acostumbrado. 'Fíjate en un ejemplar, sólo en uno, y vete por ése. Si no lo haces así, no hay manera', explica Pedro J. Jiménez Montalbán, profesor asociado del departamento de Toxicología de la Facultad de Veterinaria de la UMU. Y un lance por aquí, un lance por allá, una pequeña carrera y un revuelo en el gallinero después, el buitre ha pasado de la red a los brazos de los alumnos.
Ahora toca trasladar al animal hasta la mesa de marcaje. "Cógelo por la cabeza", "alerta al pico", "sujeta las patas, no son prensiles, pero te pueden hacer daño", son las órdenes que van dejando caer los profesores cuesta abajo; y con ellas, los alumnos llegan hasta la primera parada, después de haber comprobado cómo el corpulento animal, si se ve un poco suelto, se revuelve en los brazos de su captor para liberarse del todo.
En la mesa, un técnico les recibe, posiciona al buitre sobre la superficie horizontal y comienza a tomar medidas. Porque el marcaje no es solo colgar de la rapaz una señal que la identifique: es ver su edad, su vitalidad, su plumaje y con él la muda y otros datos... Y, finalmente, las marcas. La decoloración, nos cuentan, ha caído en desuso. En su lugar, se les ensartan dos tipos de anillas en las patas, una metálica, más fina y que resiste al peor de los casos -los incendios-; y una de plástico amarillo -el color para España y para esta especie-, más grande y visible a distancia. Del mismo color es la marca alar, a modo de una ancha lengueta de plástico flexible, con la misma numeración que la anilla. El técnico pone una en cada ala con una remachadora, en una zona de la extremidad donde menos le molesta al buitre. Esta banda de plástico lleva, además, un radioemisor que permitirá localizar al animal y conocer sus movimientos.
El segundo puesto es la extracción de sangre y otras muestras para la asignatura de Toxicología, con las que se podrá conocer la salud de cada individuo; pero también para el CSIC, lo que da una idea de la importancia de este apartado. Así que, ahora, a los nervios del manejo -por primera vez en la mayoría de los alumnos-, se unen los de encontrar la vena e introducirle la aguja. Pero se supera bien. Un mililitro en el botecito de tapón rojo, otro en el de tapón morado, y otros en un tercer recipiente. Se limpian los orificios nasales si el animal ha expulsado materia y se toman muestras fecales. Y todo eso, bien identificado con el rotulador indeleble y a su recipiente de conservación en frío, hasta que llegue a los laboratorios de la Facultad. Allí se analizarán metales pesados, como plomo o cadmio, para ver si hay concentraciones peligrosas, y medicamentos como los antiinflamatorios o el diclofenaco. La Universidad de Murcia lleva ya un lustro almacenando estos resultados.
Queda aún una anotación más, la del peso, si no se ha tomado antes. Para ello, se envuelve al buitre en un papel tipo celofán resistente, se ata y se introduce boca abajo en un saco que se cuelga de un árbol. Anotado el peso, solo falta la liberación. Así que se saca al animal del saco, se libera del envoltorio blanco y se acerca a un área óptima donde pueda echar a volar... si quiere, porque algún ejemplar prefiere localizar un recodo en una plataforma de piedra, extender las alas y dejar que la sangre le vuelva a circular por sus músculos. Y así, al sol y ajeno a los estudiantes que siguen trajinando a pocos metros, permanece más de una hora, cerrando los ojos bajo la cálida mañana:
Supervisando todo el movimiento, todo el subir y bajar de estudiantes, las explicaciones de los profesores y el traslado de animales de puesto a puesto, está Alvar Llopis, el coordinador del Proyecto Canyet -para la recuperación del buitre leonado en la comarca- y uno de los que, hace ya más de diez años, tuvo la idea de ponerlo en marcha. "Aquí hace 100 años que desaparecieron los buitres, como de otros muchos lugares. Pero sabíamos que habían existido por los topónimos. En otoño, con la dispersión de norte a sur, veíamos muchos buitres en esta zona, y además, al ser agentes forestales, teníamos que recogerlos medio muertos de hambre", recuerda Llopis (a la derecha de la imagen; a su lado, sosteniendo el buitre, Pablo Perales, de la web Ecosistemas del Sureste), y relata que "comprendimos entonces que el único eslabón que les faltaba para atarse al territorio era el alimento. Así que nos pusimos a buscar la manera de que tuvieran comida, y vimos que los productores de carne de Alcoy y comarca tenían la obligación de deshacerse de sus residuos llevándolos a la incineradora. Es decir, les costaba un dinero, cuando a nosotros nos venía bien para los buitres. Nos movimos, hicimos un censo de granjas, mataderos, carnicerías... de todos los que generaban residuos cárnicos... para conseguir los permisos y lo logramos. Cercamos el territorio, y en el año 2000 soltamos los primeros animales traídos de Extremadura y Navarra principalmente, de donde había muchos buitres", detalla.
Uno de los primeros problemas fue, precisamente, ése: que los buitres vuelven al territorio donde nacieron -conducta que se llama filopatria-. "Tú sueltas un buitre de esos aquí, y a la mañana siguiente está en Navarra", bromea, pero reflejando la realidad. "Esto no lo sabíamos porque éramos todo corazón pero poco conocimiento. En la primera suelta, les pusimos anillas y marcas a los buitres, y al poco nos llamaron de Navarra porque habían aparecido allí. Entonces fuimos a conocer otros proyectos semejantes y, al final, lo que se hizo fue retener a los animales semiatados y dejándoles la comida cerca, acostumbrándolos al entorno, a estas montañas... porque así van asumiendo el territorio como propio, y mezclándolos además con animales sueltos. Durante cinco años hacíamos sueltas de 15 - 20 ejemplares traídos de los centros de recuperación, pollos jóvenes que tienen la opción de seguir a los que pasan por aquí en otoño, o de quedarse. En cualquier caso, como son reproductores en cinco años, en 2005 empezaron a criar, y ya esos se quedaban seguro, por la misma razón de la filopatria", aclara.
Llopis lleva además con orgullo aquello de ser pionero. "Cuando empezamos nosotros, nadie sabía lo que era una marca alar. Se ponían con pegamento en las alas primarias, y cuando venía la muda se les caía. Ahora le hacemos un piercing en una zona sin músculo, ni tendones, ni sangre..., y se acostumbran a ella. De hecho, verás que cuando se arreglan las plumas y llegan a la marca, se la arreglan igual que el resto. No les condiciona para nada. Ahora, nosotros vendemos las marcas alares", sonríe el técnico.
El proyecto ya ha alcanzado una madurez. "Es estable" asegura Llopis. Así que ahora continúan con el marcaje y el seguimiento de los ejemplares, con la divulgación del valor ambiental y ecológico de estos animales, "ya que son los basureros del monte, lo limpian todo ayudando a que no se contaminen acuíferos, a que no se propaguen enfermedades", defiende. Continúan también con el día de puertas abiertas, con la educación ambiental para asociaciones de vecinos y, más en particular, para los colegios: "Hay lista de espera", recalca. A los colegios, amplía Llopis, también los invitan a los anillamientos: "el niño que vive eso ya se hace ecologista", asegura. Pero, de entre todo lo que llevan a cabo, destaca una tarea: "Hacer el seguimiento todo el año para ver el éxito reproductor, ver los pollos, subir aquí cuando hace frío... eso es fatigoso", subraya quizá para que quede constancia de que no todo lo que rodea a la vida salvaje es bucólico.
Una de estas actividades también ha tenido lugar hoy, en medio de todo el ajetreo. Ha sido la suelta de cuatro ejemplares de buitres que se han traídos desde el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre Sta. Faz de Alicante, de la Consellería de Infraestructuras, Territorio y Medio Ambiente de la Generalitat Valenciana. No en vano, Pedro María Mojica es, a la vez, veterinario de este centro, profesor asociado de la Facultad de Veterniaria y profesor del citado Máster. Los cuatro ejemplares eran jóvenes y procedían de Denia, Vergel, Crevillente y alrededores de Alicante. "Todos estaban desnutridos, pero no excesivamente; en el centro de recuperación han estado unos 15 días", relata Mojica, quien no especifica cuántos eran machos y cuántos hembras porque "para sexarlos correctamente habría que hacerlo por técnicas de ADN". En otoño, cuenta, "es más o menos frecuente que ingresen algunos buitres, entre 5 y 12, generalmente jóvenes que están en dispersión y que, al no encontrar comida, están debilitados y desnutridos. Llega un momento que, por debilidad, no pueden volar y es cuando los ve la gente y nos llaman para recuperarlos. Si están muy delgados y llevan mucho tiempo sin comer, se les administra suero al principio y poco a poco se les va suministrando comida hasta alcanzar el peso adecuado. Una vez repuestos, se suben a la buitrera, donde terminan de recuperarse", explica el experto. Justo, como ha ocurrido hoy, con gran expectación, entre marcas, jeringuillas, guantes y ciencia, en esta buitrera de la Sierra de Mariola.
¡Puedes colaborar!
Alvar Llopis, coordinador del Proyecto Canyet, lamenta que "los buitres ya no pueden sobrevivir de manera natural en el campo, dependen de nosotros. Cada día tienen menos alimentos; aquí ya nadie quiere ser pastor, todo está estabulado y la agricultura, mecanizada... ha sido el cambio tan grande que estos animales, si no fuera por nosotros, se habrían extinguido del campo. Solo un 15-20 por ciento vive de lo natural, del arrui, el jabalí... al resto hay que ayudarlo", argumenta.
Por eso, invita a los aficionados a comunicar los avistamientos de buitres y a conocer más del Proyecto Canyet.
Sobre el proyecto, puedes profundizar AQUÍ. Es una entrada dentro de la página del Fondo para la Protección de los Animales Salvajes (Fapas), donde está inscrito.
Para comunicar avistamientos, puedes dirigir un correo a fapas@fapas.es. En tu comunicación, aporta la mayor cantidad de datos que puedas, tal y como nos aconseja Roberto Hartasánchez, director del Fapas. El experto detalla que, si se puede, está bien anotar no solo la marca, el lugar y la fecha en que se ha producido el avistamiento, sino que hay otros datos como la hora, si el animal estaba solo o acompañado, o si estaba volando o posado... que ayudan a conocer mejor a la especie.
En cualquier caso, Hartasánchez añade que "de Alcoy recibimos muy pocos avisos, sólo uno o dos por año". "Tampoco hay tanta gente mirando, y tienes que verlo muy de cerca para poder leer las letras...", refexiona.
El trabajo no ha acabado todavía...
Y después del monte, al laboratorio
En el laboratorio aún queda trabajo: centrifugar, separar el suero, obtener el plasma, anotar, almacenar... y después, todos los análisis que, dentro de unos días, revelarán el estado de salud de los animales.
La toma de muestras en campo resulta, de este modo, imprescindible para conocer, a lo largo de los años, la evolución de la salud de estas poblaciones de buitres leonados (Gyps fulvus).