«Una pareja de golondrinas anida en mi salón desde hace cinco años»

La casa de Chúss Fernández es blanca, de una sola altura y de planta casi cuadrada. El fresco porche se adorna con dos arcos frontales y, en medio de la fachada, una puerta. Chúss trabaja de traductora en el salón, de cara a la ventana, a la derecha de la entrada. Y le gusta dejar puertas y ventanas bien abiertas. Por esa puerta central, hace cinco años entró una golondrina. Husmeó la casa, la cruzó varias veces y se encariñó con una lámpara de papel a rayas blancas y negras, pasillo adentro, para hacer su nido. Aladino había llegado y Chúss ni se había enterado. El macho encontró pareja -Aladina, claro- y empezaron a hacer un nido. Chúss seguía trabajado con su ordenador, mirando por los cristales el hermoso terreno exterior. Un día recibió a unos amigos allí en Chiclana: «¿Te estás dando cuenta de que están entrando unos pájaros en tu casa?», le advirtieron. Y fue cuando las vio. Las siguió por las dependencias para ver a dónde iban y se me encontró, sobre la lámpara redonda y acebrada, un hermoso nido de golondrinas ya medio terminado.

«Me hizo muchísima ilusión. Como vivo sola y aquí hay silencio, supe que estaban tranquilas. Mi preocupación era, al ver que entraban y salían por la puerta, qué les iba a pasar cuando yo no estuviera en casa. Puesto que la única ventana que no tiene mosquitera es la de la cocina, que está en la misma pared que la puerta de entrada, les dejé esa ventana abierta y han aprendido a entrar y salir por allí cuando yo no estoy. Pero si estoy, prefieren la puerta», relata.

Esta primera pareja tuvo tres puestas de cinco pollitos que salieron adelante. Chúss fue testigo de todo: la incubación, la salida del cascarón, la petición de comida, cómo crecían… «fue emocionante», recuerda.

Cuando ya saltan del nido, los jóvenes al principio se quedan volando por la casa, sin atreverse a salir. Permanecen subidos por encima de las estanterías, se posan aquí y allá… Sobre un colorido sombrero ha visto a la madre animando a volar a su cría menor -«siempre hay una que es más pequeñita, que tarda un poco más en salir», detalla-. Cuando por fin abandonan el edificio, van saliendo de uno en uno porque los padres les van achuchando. Pero se quedan cerca, esperando en las ramas de la higuera que hay delante de la casa, donde los progenitores, aún estando las crías fuera del nido, les siguen alimentando. En esta etapa, de noche vuelven a dormir al interior del inmueble, pero no suben al nido sino que se quedan en otra lámpara. Así transcurren varios días hasta que el padre decide que deben comer solos y ya no los vuelve a dejar entrar. Ya son competencia. Esta fase se prolonga cerca de una semana en la que los pollitos tienen que aprender a buscarse la vida.

La traductora observa el ajetreo sin interaccionar en nada. «Ellas son insectívoras y se procuran todo», explica. Y ya lleva recibiendo a estos preciosos inquilinos cinco años.

Por su salón, que ocupa todo el ancho de la casa, han ido sucediendo muchas cosas. Tantas, que el macho actual es Aladino 2. «Hace tres años yo tenía gato, y a pesar de eso las golondrinas hicieron el nido y el gato las respetaba. Pero se ve que un día alcanzó a aquel macho. Los huevos acababan de eclosionar, los pollitos tenían solo dos días. Aunque no le hizo nada, porque me lo trajo en la boca y no le había hincado los dientes, el animalito se estresó tanto que lo dejé en una maceta y para cuando se espabiló ya había entrado otro macho. Esto ocurre bastante: otros competidores intentan usurpar el territorio. Hay veces que he tenido hasta cuatro y cinco golondrinas luchando dentro de mi casa. Ese año, el recién llegado se quedó y mi macho se tuvo que marchar. El nuevo tiró del nido a los cinco pollitos recién nacidos. Yo lo pasé fatal, poniendo las crías de nuevo dentro del nido, pero el macho me las volvía a tirar… Al final no solamente las empujaba fuera del nido, sino que se las llevaba en el pico y me las tiraba en el suelo de la cocina. Todas murieron, y durante un tiempo la hembra no quiso saber nada del nuevo macho. De hecho, se venía a posarse en la cortina a mi lado para que el macho no se atreviera a acercarse estando yo en medio», puntualiza. Pero al final acabaron copulando y teniendo pollitos. Y éste va a ser el tercer año criando. Aunque, por lo que se ve, no tiene tanta fortaleza como el anterior padre porque la hembra sigue poniendo cinco huevos pero sólo cuatro tienen éxito: hay uno que no sale o el pollito muere enseguida.

Aladino 2 fue durante un tiempo muy fácil de distinguir gracias a una pluma desigual que presentaba en la cola tras una pelea, que hacía que fuera asimétrica, siendo un poco más larga una mitad que la otra. Sin embargo, meses más tarde, al volver a crecerle, la cola ya era normal.

En 2019 hubo otro momento en que lo pasó muy mal porque entró otro macho y los dos miembros de la pareja empezaron a picotearle encima de la lámpara, y el pobre acabó boca abajo y sangrando. Las golondrinas son muy violentas cuando luchan por el territorio. Por aquella época, Chúss ya no era capaz de reconocer a Aladino 2. «Un experto me recomendó no intervenir para no favorecer al macho que no era y perder la puesta. Finalmente ganó mi macho. La naturaleza es así y estoy aprendiendo muchísimo. El concepto de justicia es humano y no podemos extrapolarlo a la vida silvestre».

El año pasado tuvo lugar otra incidencia. En la última puesta, la lámpara de papel rayado del pasillo cedió. Era tan vieja que ya no resistió el trajín de tanto subirse adultos y pollos una y otra vez. Y cuando ya estaban las crías casi volantonas, se desprendió y cayó rompiéndose el nido. Afortunadamente los pollitos saltaron y se salvaron, pero cuando la dueña volvió a poner la lámpara en su sito, ya no la quisieron. «Se ve que la han sentido insegura», sopesa. Así que al final, cuando ya se iban, escogieron otra lámpara, más moderna y de plástico rojo, en mitad del salón, e iniciaron la construcción de un nuevo nido. Y al volver este año, lo han terminado. Y ahí están, instalados por primera vez en la lámpara central.

Chúss no modifica sus costumbres por sus inquilinos alados. La luz encendida les da igual, su ir y venir por la casa, las visitas… Con la anochecida, cierra puerta y ventana y listo. Por la mañana, suele levantarse antes que ellas, el macho a veces la saluda, no sabe si contento o enfadado, desde lo alto de una figura larguirucha de un africano de pelo pajizo. Al marcharse deja el hueco de la ventana. Los días que hace malo o pega el viento fuerte, hay veces que al volver aún se las encuentra dentro. Tenía algo de temor por la chimenea, que ahora queda cerca del nuevo nido, y no sabía si el fuego podría asustarlas. Pero tampoco. Tan solo tiene que ocuparse ligeramente de la suciedad. Cuando el nido estaba en el pasillo tenía debajo un cartón que iba cambiando periódicamente. La nueva ubicación queda justo encima del sofá, así que el cartón descansa sobre el cheslonge. «A mí no me molesta», se encoge de hombros la traductora.

Eso sí, a pesar de su idea de no interaccionar -«valoro mucho su libertad», defiende-, estos dos últimos años ha habido tanta sequía que ha decidido dejar la manguera levemente abierta en el jardín para que puedan recoger barro, «porque cuando llegan, todos los años lo primero que hacen es retocar el nido».

Cuando Chúss sabe que la migración ha arrancado, con sus cientos de ejemplares agitando sus alas para cruzar el Mediterráneo, piensa: «una de ésas es la mía». Este año, «todos estamos muy sorprendidos porque llegaron el 8 de enero, cuando lo habitual es en febrero». Además, normalmente aparece primero el macho y diez o doce días después, la hembra, pero en esta ocasión arribaron los dos a la vez, el mismo día. Y avanza: «va todo muy temprano, ya terminaron el nido, ya he visto varias cópulas y a la hembra ya se la ve sentándose algunos ratitos en el nido, así que creo que la primera puesta va a ser súper rápida».

En todo caso, no se ha producido aún el gran aluvión de la migración, parece que los Aladino han llegado a Chiclana con una primera avanzadilla. Unos 60 kilómetros más arriba, en Chipiona, aún no han llegado. Fuera de la casa, en el barrio de Chúss, tampoco hay muchos ejemplares. Ni en la leñera que hay de detrás del edificio, un refugio habitual. Estos días han estado viendo paso en grupos de sólo cuatro o cinco. Parece que pueda deberse a que han pasado unos días de tiempo raramente bueno, con hasta 24 ºC, sin nada de frío… Chúss, que es una asidua voluntaria ambiental -está en proyectos con espátulas, con cernícalo primilla, un hacking en verano de aguilucho cenizo que consiste en alimentar a los pollitos, un seguimiento de águila pescadora…- sabe que el fenómeno puede adelantarse por una bonanza temporal, las temperaturas altas a mediodía pueden haberlas animado a subir. Esto tiene el peligro de que de pronto llegue febrero con un frío horroroso y muchas mueran. En Marruecos, a donde ha acudido este enero para hacer un censo de esteparias y de donde parten, precisamente, estas aves en su migración, ha visto también mucha sequía, y sin humedad, piensa, no habrá tantos mosquitos… quizá sean ambos posibles motivos para su temprana llegada.

El campo de Chiclana es tranquilo. El edificio, a un kilómetro del centro, tiene huerta detrás y a la derecha. Por delante, a la izquierda, queda un primer vecino, y otros se arremolinan un poco más allá. La salida del terreno se cierra con una cancela de hierro situada a unos cien metros. «No sé si reconocen el sonido -cuenta Chúss ¡- pero cuando llego con el automóvil y me bajo, las tengo en los cables que cruzan justo por arriba. Esperan a que abra, me meta con el coche, cierro y al abrir la puerta entran conmigo, a pesar de tener la ventana disponible». Las aves le hacen mucha compañía, y cuando vienen visitas se asoman a ver quiénes son. Cerca le queda el pinar del Hierro, y dentro del terreno tiene una casuarina muy alta en la que se posan dos cárabos, pinos, varios olivos y la higuera. «Acaba de cruzar una lechuza», cuenta, para añadir que a los cárabos les ha puesto una caja nido en la azotea, pero no la han ocupado.

Para esta amante de las aves, la llegada de sus golondrinas fue algo muy especial. «Lo recibí como una señal. Mi hermano falleció hace cinco años y esto ocurrió al poco tiempo; me pareció un mensaje suyo, porque él siempre decía que yo tenía algo especial con los pájaros. Para mí, son una forma de tener a mi hermano presente en casa», medita.

En su casa ya han nacido casi medio centenar de pollitos. Habrá que ver si vuelven a tener tres puestas, como al principio, o dos, como en los últimos años, y ver cuántas crías sobreviven.

Después, lo normal sería que partiesen a finales de agosto, aunque en este año anómalo no se sabe. Siempre se va uno primero, normalmente la hembra, y el macho tarda algo más. Chúss las despedirá como todos los veranos, y también como siempre, mantendrá la ilusión de que el año próximo vuelvan a escoger su casa blanca de Chiclana, rodeada de terreno y de paz, para renovar el nido en la lámpara roja y estrellada de su salón.

Imágenes Chúss Fernández.

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.