Agosto es el mes de las nuevas salamanquesas. Tras el cortejo, las crías han nacido y ahí están, creciendo y correteando en nuestros muros.
Son uno de nuestros mejores aliados insectívoros pero, ¡cuidado!, que cuando les llega la hora del descanso, en ocasiones escogen los huecos de las persianas o los espacios de los toldos enrollables. Por eso, no sé si os habéis dado cuenta de que, sobre todo las pequeñitas e inexpertas, aparecen a menudo, ya sin vida, atrapadas entre las lamas de las persianas o en los hierros del toldo (por cierto, ojo a esos toldos plegables -no enrollables-, que también pueden ser refugio de murciélagos). Así que escribo estas líneas para pediros que, a la hora de abrir y cerrar las persianas o de bajar o subir el toldo, lo hagamos suavemente, dando tiempo a las pequeñas salamanquesas a notar el movimiento y huir. Es parecido a aquello de encender el motor del coche y esperar un poco por si hubiera algún gato u otro animal adormecido al calor del metal.
Así podremos disfrutar de ellas todo el año, asoléandose y cazando en carreras breves y explosivas. Inquietas y acorazadas, sus pupilas verticales están atentas a todo lo que se mueve, seas tú o sea una posible presa. Salen a hurtadillas de grietas de la tapia, de rendijas bajo las macetas, de detrás de las lavandas (en nuestro caso)... Y, ay, las pequeñas no dominan todavía su nuevo mundo. Una diminuta, hace unos años, cayó de una pared para dar con sus exiguas escamas sobre la mesa de nuestro almuerzo, entre el zumo y el minibocadillo. La recogimos con cuidado y la devolvimos a muro, por donde volvió a trepar.
En el campo es habitual que elijan piedras para dormitar de día -de ahí aquella recomendación de no remover los cantos del entorno silvestre, ¿recordáis: 'La moda de apilar piedras perjudica a la flora y a la fauna'?-. Pero en la ciudad, donde se sienten cómodas, van buscando todo tipo de fisuras y oquedades; y en ocasiones hasta entran en las viviendas, donde su aspecto prehistórico y 'aserpentado' no les favorece.
Descansan tanto de día como de noche, y aunque mucha gente cree que son netamente nocturnas lo cierto es que están activas en ambos horarios. De hecho, es normal verlas lo mismo a primeras horas del día que de la noche.
La salamanquesa común (Tarentola mauritanica) tuvo su época de cortejo de mayo a julio -más o menos-, y depositó sus huevos debajo piedras o tejas, enterrada en el suelo -¿quizá en uno de tus tiestos?-, bajo cortezas -también de ésas que se usan en jardinería- y si posees un buen terreno, en los troncos de los arboles de tu jardín. En algunas ciudades donde el frío se nota, desciende su actividad a partir de septiembre, en lugares cálidos pueden no llegar a invernar.
Nuestro aliado come arácnidos, escarabajos, mariposillas, que caza en muchas ocasiones cerca de los faroles de muros y paredes, o busca larvas de insectos...; y a su vez, puede ser comido por la hermosa lechuza y la asimismo interesante culebra de herradura, formando parte del ciclo de la vida.
Puede ser que hayáis visto, sin reconocer, los singulares excrementos de salamanquesa en el suelo, sobre las mesas de terraza o en las paredes, dueñas como son de estos ecosistemas verticales. Como curiosidad, os dejo como tarea esperar hasta poder escuchar los grititos que emiten, y que son de suma importancia para la comunicación entre ejemplares. Otra singularidad para dejarse seducir por estos preciosos geckos.
Mónica Rubio. Periodista y Bióloga
2020-08-20