Comentaba el gran Joaquín Araújo a principios de mes, en una charla organizada por la Asociación Ecotono, que la naturaleza estaba este año mejor que nunca, no sólo gracias a una magnífica y lluviosa primavera -el agua, fuente inconmensurable de vida-, sino porque había sido «probablemente la primavera más pacífica, la que tendrá una mayor productividad biológica de los últimos decenios».
Explicaba el naturalista que el confinamiento nos había permitido vernos a nosotros mismos, a la especie humana, y que «la imagen es que teníamos encadenados en el máximo terror, en el miedo, a las faunas, a las floras; porque nuestra presencia era invasiva, contaminante, agresiva y violenta para el resto de los vivientes. De pronto, se ha contraído hasta máximos y eso ha supuesto la recuperación de la libertad, y casi diríamos que del entusiasmo, por parte de las faunas».
Así somos y bueno es reconocernos como somos. Y ahora, que hemos estado encerrados 60 días, se nos abren las puertas de la casa y del campo, y vamos a querer salir en tromba a aspirar todo el aire en la primera bocanada, a recoger todo el sol de la primera mañana, a pisar todos los caminos, a alcanzar todas las cumbres, a alzar los brazos y a gritar que yo soy libre.
Y la fauna, ésa que se asombró primero y se alegró después de nuestra ausencia, la que se asomó a nuestros ojos tanteando a ver si había recuperado su espacio -en realidad, antes también estaba allí, éramos nosotros quienes no mirábamos-, la que se ha medio confiado pensando que, de nuevo, como en los viejos tiempos, como quizá esté aún escrito en sus genes, de nuevo ese terreno era otra vez suyo... esa fauna se va a ver de pronto sorprendida por la vuelta de los humanos, por la algarabía, el ruido, el destroce de los caminos, la velocidad del automóvil y la basura... Y les va a pillar a contrapié, en medio de la carretera, o sesteando una soleada tarde al borde del camino, o bañándose despreocupadamente a la hora del almuerzo. Y nosotros, de vuelta allí, con nuestra «presencia invasiva, contaminante, agresiva y violenta».
Pienso que ya no hay sitio para eso. Lo reclamo. Es hora de hacerlo distinto. No podemos volver a lo de antes. Es tiempo de otras conductas respetuosas, suaves, integradas en los ritmos naturales. Hay que volver despacio, des-pa-ci-to, sin prisas, sin que apenas se advierta que estamos allí -apenas, porque el cero absoluto es imposible-. Pensando en ellos, en la flora y en la fauna. En que es época de cría. Y aunque no lo sea. Sin ansias. Des-pa-ci-to, haciendo el menor ruido posible, dejando el rastro mínimo, sin alterar los paisajes, sin abrir nuevos caminos, sin hacer fuego, que no se note que hemos ido. Y algo que en este país no solemos hacer -Europa en esto es otro cantar-: con decisión para frenar a quien no se comporte con ese respeto por el medio.
A ver si podemos.
Por la naturaleza hay que pasearse. Gran parte de nuestro bienestar está ahí. Volver a la naturaleza (el fabuloso título de Richard Louv y libro personal de cabecera) ha de ser un objetivo esencial en los centros docentes. Así que sí, vuelve a la naturaleza, pero vuelve des-pa-ci-to.
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Mónica Rubio. Periodista y Bióloga
2020-05-17