Cueva Victoria, un viaje fascinante al corazón del Pleistoceno

Con más de 40ºC en el exterior, la oscura boca de la Cueva Victoria exhala generosa el frescor que el visitante anhela y le invita a cobijarse respetuosamente bajo una imponente masa de roca caliza de unos 300 millones de años de antigüedad. Es la magnética puerta a un viaje fascinante al corazón del Pleistoceno, en concreto, a hace un millón de años, cuando la cavidad logró congregar a un clan de hienas, un primate único en Europa, y un incipiente grupo de seres que ya se estaban extendiendo por todo el mundo: el género Homo.

Las cifras pueden dar un poco de vértigo en esta caverna de importancia minera y paleontológica, situada en la ladera este del cartagenero cabezo de San Ginés de la Jara (Región de Murcia). Con cerca de cuatro kilómetros bajo tierra y un lago aún no visitable, los científicos -geólogos y paleontólogos- examinan cuidadosamente el suelo que tan valiosos hallazgos les ha brindado ya.

Por ejemplo, es de los escasos yacimientos en los que se pueden contar cerca de cien especies animales diferentes, algo que hace de él un referente europeo del Cuaternario. Algunos de estos vertebrados cayeron por las aberturas del techo, como los anfibios; otros vivirían allí, como erizos, murciélagos, lagartos o aves; y otros más fueron traídos por las hienas, que en aquella época podían pesar más de 100 kilos y ser unas activas cazadoras, amén de su instinto carroñero. En este grupo se encuadran los restos de delfines y focas -la línea de costa no estaba lejos para un animal de su tamaño y corpulencia- cánidos, rinocerontes, hipopótamos de la época, los mamuts lampiños, tigres dientes de sable, linces, ciervos o équidos… La presencia de huesos dispersos, y no manteniendo la forma del esqueleto, así como las marcas de su dentadura, desvela el trabajo de estas hienas transportando el animal desde lejos para alimentar a su prole, que les esperaba en el cubil que entonces era Cueva Victoria.

Entre los fósiles encontrados, dos hacen de este lugar un enclave privilegiado. Dos hallazgos que, aparte de las futuras alegrías que pueda dispensar la cavidad, llevan a considerar a esta cueva como algo especial. Una, es la presencia de un primate que no se ha encontrado en ningún otro yacimiento de Europa, pero que sí es habitual en África. Es el Theropithecus oswaldi, que viene a ser un pariente cercano del gelada actual y del también extinto babuino gigante. Su presencia resulta intrigante, pues podría esconder las claves de la migración de esta fauna, y del hombre, desde el continente vecino.

Y junto a ellos, un pequeño fósil, un hueso, un dedo… un dedo humano. Un único y solitario fragmento de dedo humano, datado en 1.200.000 años (según su descubridor, el profesor Gibert). Esto hace de Cueva Victoria uno de los pocos yacimientos europeos con restos humanos de esta edad -sin ser un yacimiento arqueológico, ya que no hay restos de industria lítica-. Según las investigaciones, se trata de la falange de la mano izquierda de un niño de apenas unos siete años acercada a la cavidad, de nuevo, por las hienas, pero que habla de la existencia del hombre, probablemente Homo erectus, en las cercanías. Un niño perteneciente, quizá, a uno de los primeros grupos humanos que se atrevieron a cruzar el estrecho de Gibraltar, alcanzar Europa y dispersarse. Una mínima fracción de un ser humano que puede encerrar un momento cumbre de nuestro pasado.

PLEISTOCENO

Perteneciente al período Cuaternario, el Pleistoceno es el lapso de tiempo en la escala geológica que comienza hace 2,59 millones de años y finaliza aproximadamente en el 10.000 a. C.

    Este periodo abarca las últimas glaciaciones y tuvo una fauna muy diversa, con la consolidación del predominio de los mamíferos. Típicos y emblemáticos son el mamut o el rinoceronte lanudo, mientras que en las etapas interglaciares cálidas había rinocerontes y caballos esteparios, hipopótamos y felinos de grandes colmillos.

    El Pleistoceno, que es justo anterior al Holoceno, se corresponde con el Paleolítico arqueológico. Los primeros restos fósiles humanos datan del Pleistoceno, cuando tenían un sencillo modo de vida cazador-recolector.

Así que, sólo por eso, Cueva Victoria merece mucha atención científica. Afortunadamente, este año, tras ocho ejercicios sin presupuesto -otra cifra de vértigo-, este importantísimo yacimiento ha vuelto a ser excavado este verano. La financiación de 2019 alcanza los 36.000 euros, de los cuales 26.000 euros los aporta la Comunidad Autónoma, a los que se suman 9.000 del Consistorio y 1.000 de la Fundación Cidaris, responsable de la investigación. Con Ignacio Fierro al frente de los geólogos y Ainara Aberasturi liderando a los paleontólogos, un total de diez estudiantes o recién graduados de Geología y Biología se afanan en sus tareas de búsqueda arrodillados, tumbados o en cuclillas, apuntando sus frontales entre la oscuridad y el polvo. Una alumna erguida, en un recodo al pie del pasillo elevado, consolida los huesos fosilizados del esqueleto de un ciervo. El animal está incrustado en un gran bloque caído aún no se sabe de dónde. Tras asegurar los huesos y extraerlos, habrá que determinar de dónde se desprendió la roca, para poder datar al herbívoro. Otros compañeros, sentados con las piernas cruzadas, menean atentamente los cedazos. Allí, envueltos en el frescor y el silencio apenas quebrado por el intermitente ruido metálico de la herramienta chocando contra el sustrato que reverbera tímidamente en la amplitud de la cueva, allí, en la penumbra, cada día se descubren decenas de ínfimos pedazos de fósiles, trocitos de mínimos microvertebrados dormidos durante miles de años.

En la ‘oficina’ de la cueva, una mesa bien iluminada equipada con lupa, bolsitas, cajas, rotuladores, adhesivo y otros materiales de trabajo, se termina la tarea de identificación y descripción del tamizado de cada día, que puede contener entre cien a 300 diminutas piezas tipo mandíbulas, costillas, vértebras… Así se podrá completar el exhaustivo dosier de cada fósil, que después se introduce con cariño y delicadeza en bolsas de plástico codificadas para su posterior análisis, antes de que vaya a parar a un museo.

La campaña termina este sábado, y las visitas guiadas, mañana.

La visita guiada es un pequeño estímulo para el interesado. El coqueto guión recuerda que el lugar fue explotado para la minería dada la relevante presencia de hierro y manganeso. Eso hizo que parte de los fósiles fueran removidos, pero otra parte aún permanecen ahí. Las actuales entrada y salida son, de hecho, accesos mineros. Fierro, José ‘el minero’ y Aberasturi se van turnando para desgranar la naturaleza de la cueva, el esfuerzo minero y la prospección. “Lo más normal en un yacimiento es encontrar 30 ó 40 especies de animales, pero aquí hay una riqueza excepcional, con unas cien especies diferentes, y de ellas cuatro han sido definidas como nuevas para la ciencia: un conejo, un cánido, un pequeño roedor y un gran ciervo”, apunta por ejemplo Aberasturi, quien también destaca que la cavidad ya ha rendido miles de fósiles.

El yacimiento es merecedor de ambas actividades: las puertas abiertas y la investigación. De hecho, Cueva Victoria se merece más: más mimo, más divulgación, más financiación... Prueba de ello, como resalta Fierro, es que se trata de los pocos enclaves que aglutina dos figuras de protección de relevancia: está declarado como Lugar de Interés Geológico Español de Relevancia Internacional (Proyecto Global Geosite) por la Unesco, y es Bien de Interés Cultural de naturaleza paleontológica por la Región de Murcia, lo que le confiere una protección legal al más alto nivel nacional e internacional.

Ahora, desde la Fundación Cidaris, “con este campo de trabajo estamos intentando reactivar las campañas de investigación abandonadas en el año 2011, con el objetivo de poder montar un proyecto que pueda ser financiado, ya sea a nivel nacional o europeo, y volver a que un equipo de investigación pueda estar trabajando en esta cueva de manera permanente”, reivindica Fierro. Y Cueva Victoria, con su fascinante viaje al corazón del Pleistoceno, sin duda, se lo merece.

  
A la izquierda, Ainara Aberasturui, paleontóloga. A la derecha, el geólogo Ignacio Fierro iniciando la visita guiada. Ambos son miembros de la Fundación Cidaris.

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.