La Sociedad Ibérica de Rastreo, a punto de ver la luz
El rastreo, una disciplina en auge en España, aporta valiosa información sobre la fauna que puebla nuestros ecosistemas y permite como ninguna otra, silenciosa y respetuosamente, adentrarse en el diario secreto de la vida silvestre
Luisa Abenza, mostrando huellas en el suelo en una sesión de formación sobre rastreo. (Imagen: Alberto Remacha).
A veces, la vida hecha fauna se asoma a un paraje, husmea el terreno, revolotea, escarba, se nutre, se asea, descansa, se despierta y se va. Y tal como vino, desaparece. El silencio del monte parece no retener la querida escena. Queda la quietud. Pero la hierba, el barro tras la lluvia, los troncos, las hojas y el aire conocen lo que ha pasado. Y, para quien sabe verlo, no permanecen callados. Es el momento de los rastreadores. Cuando la fauna se ha ido, ellos indagan en la vegetación y en el sustrato, que les cuentan historias que nadie ha visto, pero que han ocurrido y pertenecen al corazón de la vida silvestre. Es la magia del rastreo. Y para darla a conocer y difundir las bondades, cualidades y necesidades de esta disciplina, acaba de surgir en España la Sociedad Ibérica de Rastreo (SIRA), una de las primeras a nivel mundial. Con cinco promotores y a punto de formalizar todos los trámites, cuenta ya con cerca de cien ‘presocios’ que coincidieron en el I Simposio Ibérico de Rastreo de Fauna, celebrado a finales de enero en Barcelona.
Javier Vázquez y Luisa Abenza son dos de sus miembros fundadores. Ambos son rastreadores, él de Huelva y ella, aunque murciana, reside en la provincia de Soria, y ambos se cruzan la Península sin problemas para seguir impartiendo cursos, formándose y descubrir, como también lo hace la mayoría de sus colegas. El rastreo y la naturaleza son su pasión.
“Durante las últimas décadas, el rastreo ha visto incrementado el número de interesados y de actividades sobre esta temática. Por ello, desde hace años somos muchos los que pensábamos que en algún momento habría que dar este paso” cuenta Vázquez, corroborado por Abenza, quien añade que “está claro que estamos viviendo un momento de gran actividad en el campo del rastreo de fauna; de un tiempo a esta parte ha crecido notablemente tanto la cantidad de aficionados como los servicios prestados en cuanto a formación y ocio necesarios para satisfacer la creciente demanda”.
Aclara la naturalista que la asociación tiene carácter ibérico porque “el rastreo no entiende ciertas fronteras. La Península parece un lugar ideal para integrar todo el territorio y trabajar con un criterio mucho más realista en cuanto al medio natural se refiere”. Con esta medida, detalla Vázquez, además de abarcar todos los hábitats de esta área, se incluye a los rastreadores portugueses.
El nacimiento de SIRA coloca a España “entre los primeros puestos a nivel asociativo, si no el primero”, se alegra el doctor en Veterinaria, pero matiza que “en cuanto a conocimiento y experiencia quizá estemos en el top 5 de Europa, aunque nada comparable con otros países sudafricanos o americanos”.
El rastreo está intrincado con la mayoría de disciplinas de campo relacionadas con la vida silvestre, por lo que de manera inherente participa en la conservación de la naturaleza. No se trata únicamente de distinguir unas huellas de otras o identificar un mechón de pelo sobre una corteza, es también la escucha, seguir una pista, entender qué ha ocurrido, saber hace cuánto tiempo que ocurrió…
“A mi criterio, defiende Abenza, el rastreo debería ser básico para conocer la vida silvestre. La cantidad de información que obtenemos de ello es absolutamente increíble; no sólo podemos tener la confirmación de la existencia de una especie, sino que podemos conocer mucho mejor sus costumbres, sus querencias... La magia del rastreo es esa manera de disfrutar al descubrir pequeños detalles de la vida silvestre. Es como entrar en un diario secreto”. Al respecto, el investigador apunta que “a medida que se aprende a rastrear, se va ganando capacidad para recrear casi visualmente la escena que se interpreta a través de los indicios. Esa imagen, que sólo aparece en la mente del rastreador, se hace realidad cuando se puede comprobar mediante la observación directa del animal en compañía de otras personas”.
En España aún es difícil encontrar puestos de trabajo cuya financiación provenga íntegramente del rastreo, como sí ocurre en otros países. “Sin embargo, no descartamos que al darle cada vez más peso, algún día en algún espacio natural o empresa se establezca la necesidad de tener un rastreador profesional a tiempo completo”, desea el experto. Abenza, que es también educadora ambiental, opina que “todavía nos queda mucho por andar en ese sentido, aunque claramente va cogiendo fuerza. De momento, creo que los que nos dedicamos a ello a nivel profesional lo hacemos principalmente en formación y divulgación”.
Unas labores de concienciación y difusión que, reivindica Vázquez, también juegan a favor de la conservación por parte de generaciones futuras.
En todo caso, esta actividad resulta muy atractiva para cualquier persona que sienta el deseo de conocer los animales de una zona, y aporta interesantes beneficios. “Al incluir el rastreo en la vida diaria, aumenta la capacidad de percepción del mundo que nos rodea y la habilidad para relacionar conceptos aparentemente no relacionados. Por otro lado, al ser una actividad que se desarrolla en su mayor parte en la naturaleza, favorece la integración y conexión del rastreador con el resto de seres, sonidos, movimientos del ecosistema”, reflexiona Vázquez. Y Abenza ahonda en esa misma línea al agregar que “creo que estamos tan alejados de nuestros orígenes, de ese ser salvaje que llevamos dentro, que al entrar de nuevo en contacto con el medio del que procedemos e interactuar con los otros seres vivos que permanecen allí se puede sentir un placer sencillamente inexplicable. Quiero decir que cuando rastreas, te sientes parte de esto tan grande que llamamos Tierra. Además, el rastreo sube la autoestima -se lo he escuchado a varias personas-: tener la capacidad de entender lo que ha ocurrido a tu alrededor hace que las personas se sientan bien, hábiles, inteligentes y válidas”.
¿Qué hace falta para ser un buen rastreador? Habitualmente tiempo activo que se le pueda dedicar a la formación y experiencia, y Abenza sugiere asimismo estar alerta a la posible interferencia de “pequeños bloqueos que impiden en algunas ocasiones relajar y percibir", porque, "en realidad, siempre he pensado que todos lo llevamos puesto, de manera natural”. Y envolviendo todo ello, dos recomendaciones. La de Vázquez, que recuerda que “priorizando a la capacidad de observación y la base de conocimientos que se tenga, siempre debe estar el respeto al medioambiente y formar parte del medio que le rodea”, y la de Abenza, quien ve igualmente necesario “ser humilde hasta consigo mismo para no querer ver donde no hay; ser sereno, coherente”.
Del largo inventario de huellas y vestigios animales, ninguno de ellos se decanta por un favorito. El rastreo y el pisteo -seguimiento de ese rastro hasta dar con el ejemplar o su refugio- es otra cosa. Lo que sí te deja son “momentos inolvidables, frecuentemente relacionados con hallazgos sorprendentes, la recreación de una escena compleja o la observación directa del animal pisteado durante horas. En esos momentos, es cuando el rastreador obtiene una recompensa incomparable al haber descubierto algo que sin la formación adecuada no hubiera sido posible percibir”. Igualmente, la también técnico forestal medita que “en realidad, lo que me gusta es estar, sentir que soy consciente de lo que ocurre a mi alrededor”, aunque la autora del bello volumen ‘Aves que dejan huella’ (Editorial MadBird, 2018) reconoce que “sí es cierto que me encantan las huellas de las aves, especialmente las de algunas rapaces como el azor, ese gran fantasma del bosque que de repente te sorprende en cualquier charco en un camino para darse un gustoso baño”, y, curiosamente, deja caer “a mí, personalmente, me encanta seguir sapos”.
Sapos, turones, liebres, ciervos, garzas, insectos mínimos, culebras, jabalíes, nutrias… todos dejan una muesca de su paso por la Tierra. Son pisadas sobre el sustrato, fracturas en los tallos, el olor, ese característico olor a zorro que, de pronto, penetra inequívocamente por los sentidos, un quejido a lo lejos, o un reclamo buscando pareja, una puesta reciente, una piel vieja, un sendero, una hoja ramoneada… Todo, en conjunto, es un gran libro escrito con infinidad de indicios. Unos más evidentes, unos más sutiles. “Hay huellas fáciles de encontrar como la del zorro, equivalente a las de gorriones y palomas en ornitología; y otras escasas, como las de zampullín, urogallos o quebrantahuesos”, recuerda Vázquez. El seguimiento o pisteo, por ejemplo, que suele requerir horas y es necesaria bastante experiencia para finalizarlo con éxito, suele hacerse con especies grandes, como los ungulados, o aquellas especialmente reconocibles, como el tejón o el lince.
Y de todo ello, y de mucho más se tratará en el seno de la nueva asociación. Pero SIRA es muy joven, apenas está dando sus primeros pasos. Por ahora, aspira a reunir a los profesionales de sector y a obtener de la Administración principalmente un reconocimiento equiparable al de otros profesionales como ornitólogos o ilustradores, así como la necesidad de que se empiece a fomentar la creación de puestos de trabajo relacionados con el rastreo, y que se tengan en cuenta las categorizaciones y conocimientos del colectivo de rastreadores a la hora de tomar decisiones y elaborar estrategias.
Y con el tiempo, sumar más seguidores. “Esperamos seguir aumentando el número de socios a medida que avance nuestra trayectoria”, desea Vázquez, algo en lo que Abenza también confía: “creo que irá a más, es mucha la gente interesada y francamente, era de esperar que hubiera acogida". Ya tienen su página web y su logotipo. Y en tanto que se formalizan y van creciendo, abren sus brazos a todos los interesados en el rastreo, tengan la edad que tengan. En la SIRA, dicen, hay un hueco para todo aquél que quiera compartir el deseo de unirse para trabajar por una pasión: la posibilidad de adentrarse en el diario secreto de la vida.
Luisa Abenza, buscando rastros en las laderas de la Boquera de Tabala, en Murcia. En la base halló la huella de gineta que se ve en la segunda imagen, por arriba.
Luisa Abenza, a la izquierda, y Javier Vázquez, a la derecha (imagen de José María Galán), observando huellas en distintos sustratos.
Resto de fotografías, de arriba a abajo: Javier Vázquez, sentado (imagen: Laina Herrero Morales); Abenza y otro rastreador intercambian un rastro (imagen: Javier Milia), y restos de una calavera (imagen: Néstor Mira).