Vidas plastificadas
A estas alturas ya se habrán dado cuenta. Cuando, cada varios días, cerramos la bolsa de los residuos de plástico, una y otra vez nos asombramos de su desproporcionado tamaño. ¿Será posible -se pregunta esta narradora- que no haciendo un gasto especial ni superfluo, produzca un ciudadano de a pie tanto y tanto plástico? Y no, no creo que sea posible. Porque no lo generamos nosotros, nos viene dado. Tratamos de reducirlo en su día al impedir que los supermercados nos regalaran alegremente sus bolsas de plástico para la compra. Y lo conseguimos. Ahora no nos las regalan. Ahora las pagamos. Y con su publicidad. Al menos, deberían estar libres de todo tinte. Pero no. Servidora tiene en casa como seis bolsas alternativas de los más diversos materiales, pero a servidora no siempre le funciona la memoria. Y cuando eso ocurre, crean que se llena de rabia e impotencia. No será la primera vez que me vean saliendo del súper con el bolso lleno de productos y haciendo equilibrios con los que no caben. En la tienda del todo a cien, la dependienta, del barrio de toda la vida, regalaba las bolsas de plástico. Quizá por eso el todo a cien cerró y el súper continúa. Esta semana ha sido mala en cuestiones de plásticos. He tenido ocasión de recordar al delfín con plástico atascado en su boca, fotografiado por la asociación ecologista ANSE. En mayo, los voluntarios de Promar, en Almería, encontraban a otro en circunstancias parecidas. Y ayer, sin ir más lejos, compartimos en Facebook un tremendo vídeo en el que unos navegantes trataban de retirar un objeto introducido en la nariz de una tortuga marina. A tirones, amarrando con unas tenazas el extremo que sobresalía por el orificio nasal, iban sacando el objeto mientras el pobre animal se quejaba y sangraba. Al final, era una pajita de plástico, que lo mismo da que haya sido tirada por la borda desde un barco que abandonada a su suerte a la orilla de una heladería. La basura olvidada acaba en el mar, y de aquí, al interior de la fauna. Hace no mucho saltó la noticia de que un joven ha inventado un sistema para retirar plástico flotante de nuestros mares. Esta narradora se alegra mucho, pero recuerda que la inmensa mayoría del plástico está justo debajo, hacia las profundidades. Ése es y ha sido el problema: ojos que no ven, plástico que acaba en el mar. Ahora habrá que pensar cómo hacer para dejar en el comercio todo ese plástico que nos venden de más y que nosotros pagamos religiosamente, y traernos a casa solo lo estrictamente necesario. Tiene que haber alguna forma. Seguimos cavilando.