Recientemente publicábamos un reportaje sobre la importancia que tiene el lecho de los ríos para la vida que luego se instala a su alrededor. A veces, uno no sabe qué circunstancia le pone sobre la pista de un artículo. En este caso, fue una conversación con un amigo artista y una visita al río. (Hay que decir que, al poco, un comentario despreciativo de un paseante sobre los fangos del río también ayudó). Aquí tenéis la crónica de cómo transcurrió todo, y de las sorpresas que descubrimos:
Descansando este verano en San Sebastián coincidimos con un querido amigo y artista. Entre unas cosas y otras, el pintor Juan Carlos Cardesín (Juankar) comenzó a hablar de su afición a la pesca sin muerte, de la belleza de las truchas saltando, de la relación que se establece con la naturaleza y, de costado, se refirió a la pérdida de vida que se produce al retirarse los fangos del lecho del río. Allí se esconden, nos contaba, las moscas y otros macroinvertebrados que necesitan los grandes peces que luego nadan río arriba y río abajo y que tanto le hacen disfrutar.
Nos enzarzamos en la conversación y, de pronto, nos vimos invitados por Juankar a acompañarle a un recodo del río Urumea donde ha pasado grandes momentos de pesca, para extraer insectos del lecho del río y comprobar la incesante y casi infinita vida que reúne. Y vida necesaria para el ecosistema.
Camino del río comprobamos que las moscas (señuelos) de pesca conforman un universo propio. Y que genera grandes apasionados. En su caso, con su sensibilidad de artista, Juankar ha elaborado artesanamente una colección de moscas, imitaciones exactas de los animales reales, que utiliza para pescar. Y no solo una por especie, sino varias, que recrean los distintos estadíos por los que atraviesan estos invertebrados. "En cada época del año tienes que utilizar la que sea propia de ese momento concreto. Si usas una mosca en un estadío más atrasado o más avanzado que la que está apareciendo en el río en ese momento, las truchas no se lo comen. Quizá la miren, la estudien..., pero no se la comen. Si usas una especie que no está en ese río, por supuesto, no la quieren". Las moscas manufacturadas reproducen con precisión el tamaño, el color, la textura... probablemente todo, menos el sabor del invertebrado. Y Juankar las tiene recogidas en un estuche a modo de libro que nos entusiasmó.
Ha podido trabajarlas gracias a su dedicación al río. Han sido muchas horas yendo y viniendo, extrayendo muestras con su salabre, y realizando pruebas de ensayo - error, hasta dar con la pieza buena. Así que estos pescadores se convierten, a la fuerza, o quizá eran ya previamente, en unos grandes observadores del ciclo de la vida. Por eso, le chispean los ojos azules cuando revela que "los insectos son muy parecidos en ríos de distintas zonas, están prácticamente las mismas familias, pero, por ejemplo, pueden cambiar de color, al tomar la coloración del lecho, y en unos sitios son más rojizos, en otros más agrisados...".
Y, una vez que tiene todo el repertorio, ya puede ir al río a disfrutar, capturando la pieza que luego devuelve al curso del agua. "Aunque algunos todavía te miren mal porque no te lleves la trucha", lamenta.
Porque para Juankar, la pesca no es llevarse la pieza a casa. Es respirar aire limpio, sentir el entorno. Durante toda la mañana nos hablaba de las hayas trasmochadas (una tala singular que no se sabe a ciencia cierta a qué responde), de los montes, de los cromlech, de los caminos que ha visitado... "¡Eso es un imago!, ¡eso es la puesta!", nos iba describiendo; "¿ves como da un golpe en el agua?, está haciendo la puesta y luego cae al agua para morir. Las truchas comen eso. Eso, o cuando está emergiendo, porque estos nacen debajo de las piedras... Mira", seguía señalando. Y luego introducía el vareador en la corriente: "Oh, todo dípteros, ningún pérlido...", y otra vez abajo. Esta vez hay más variedad: "¡Aquí todos son distintos!", exclama, aquí sí hay pérlidos: tienen dos colas y ahora son ápteros, pero luego echarán dos alas grandes. "A éste lo hemos pillado en el estadío de emergencia: salen las alas, se secan, y echa a volar. Pero para ello tiene que haber humedad en el ambiente, cuanto más seco, peor; no emergen muchos insectos en los días secos. Después de echar a volar están un día por ahí, en las plantas de las riberas, luego vuelve al río a poner los huevos, y muere; por eso se llaman efímeras. Viven mucho más dentro del agua que fuera. Viven apenas un día en el aire, pero en el agua igual pueden estar un año...", explica entregado. Y vuelta al cauce. Entonces cae "una recofilia verde, un tricóptero, éstas no hacen casa, pero otras sí que las hacen juntando piedrecillas...", cosa que luego pudimos comprobar en otro barrido del río. "Esto se llama canutillo", nos aclaró cuando encontramos una de estas viviendas, pero añadió que otros tricópteros -"de los que hay un montón de clases"- las hacen con palos u otros recursos, y de diversas formas "y suele ser distinto según el río". Curiosidad tras curiosidad y explicación tras explicación. Y así hasta que, ¡suerte!, aparece una larva de libélula, una de las más grandes y llamativas, de las que más despiertan el interés.
A última hora de la tarde, las truchas comenzaron a saltar río arriba. "Cada día es distinto, no sabes cómo te va a salir, pero sí suelen aparecer a esta hora", nos aclaraba, para detallar que "les gustan las zonas remansadas. Si escogen una, saltarán varias veces. Si tienen hambre, se quedarán", auguraba, con la vista fija en una zona tranquila bajo un aliso.