Las casas en los pueblos altos de Navarra tienen los tejados empinados. Rojos y negros, la agudeza de su ángulo habla de largos inviernos nevados. Fachadas blancas, estrechas ventanas y macetas de encarnados geranios por todas partes confieren a estas villas una robusta elegancia. Unos anchos muros permiten apoyar todo el antebrazo, y sobre las manos, la barbilla, para contemplar la vida pasar serena y tranquila.

A las 6, el pequeño pueblo en el valle de Aezkoa ya está en marcha, una hora antes de que se le permita a la iglesia su primer repique de campanas. Un coche atraviesa la vía principal de esta localidad diseñada 'en calle'. El sonido intermitente de una furgoneta repartidora avisa de que sale marcha atrás. Un camión de heno que vimos anoche arranca ruidosamente e inicia su camino por una vereda estrecha, llena de baches que hacen crujir sus engranajes. Se oyen las pisadas de los primeros peregrinos que hoy alcanzarán territorios ultramontanos y que reposarán hacia las once en un almuerzo que más parecerá una comida; y se alzan en el aire un par de ladridos lejanos, advirtiendo de vete a saber qué.

El telón de niebla no se ha levantado aún, ocultando la corona de altos montes que rodean la aldea, haciendo que el paisaje parezca una llanura húmeda por el rocío de la mañana.

En verano, las calles se visten de peregrinos y de turistas atraídos por su rica naturaleza y gastronomía. Hongos, queso, chistorra y trucha. Yogures y verduras. Aquí hay dinero, no lo voy a expresar de manera más sutil. Se nota en la perfección de sus tejas, en la limpieza de sus paredes y en los jardines impecablemente segados. Y educación: no hay un papel en el suelo y ningún chicle mancha sus aceras.

Un hombre, desde su balcón en Ochagavía -un valle paralelo-, nos explicó amablemente el origen, los cuidados y las singularidades del eguzkilore, la flor sagrada que vela por los vecinos desde el dintel de sus moradas o directamente sobre las puertas de gruesa madera. En otro post hablaré de ella, pues curiosidades tiene. Las casas, en algunos rincones pegadas unas a otras, parecen susurrarse chismes y secretos ancestrales que nunca conoceremos y que se pierden, bosque adentro y río arriba, para siempre envueltos en la niebla.

De niña, qué cosas, me bañaba en el río -cerca de Isaba, esta vez, en un tercer valle- y cogía negros renacuajos entre las manos. Se escurrían rápidamente y tenías que salir tras ellos, y así se pasaba la mañana entera. Ahora estas aguas prepirenaicas se me antojan heladas y el conocimiento medioambiental nos impide tocar los anfibios con los dedos, con lo que he perdido el gozoso disfrute de su aterciopelado tacto.

Pero el rato hoy aquí, en Burguete, ha merecido la pena, como de costumbre. Hermosos caballitos del diablo de brillo azul metálico revoloteaban desde las plantas a los cantos rodados, y una rana bermeja del tamaño de un puño que remontaba la regata hacia la zona de baño ha visto puntualmente truncado su paseo por el ataque de una serpiente que, ágilmente pero sin éxito, se ha lanzado al agua desde la orilla. El chapoteo de una y otra ha llamado nuestra atención. La rana ha conseguido escapar corriente abajo, y la larga culebra verde azulada ha virado en el agua para volver a su orilla y emboscarse entre la alta hierba. Todos los habitantes del pueblo tienen, cada mañana, su afán.

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Mónica Rubio. Periodista y Bióloga
2023-08-24

 

  • Burguete
    Burguete.
  • Ochagavía
    Ochagavía.
  • Eguzkilore en una puerta
    Eguzkilore en una puerta.
  • Vista de tres localidades de la zona norte de Navarra
    Vista de tres localidades de la zona norte de Navarra.