Un equipo de investigadores ha publicado recientemente el hallazgo de grandes cantidades de mercurio en las plumas de tres especies de pingüinos antárticos, según informan tanto el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) como la Universidad de Murcia (UMU), entidades ambas que han participado en el trabajo.
Las regiones polares como la Antártida actúan como sumideros del mercurio procedente del medio natural y de las actividades humanas, un metal tóxico para la salud de los ecosistemas y de los seres vivos que produce alteraciones neurológicas, inmunológicas y fisiológicas, entre otras. Este hallazgo es un indicador directo de que este elemento está cada vez más presente en el continente
Además, las regiones remotas como la Antártida pueden generar emisiones de mercurio por la actividad volcánica, y asimismo reciben a través de la atmósfera el que se libera en otras partes del planeta de forma natural y mediante actividades como la industria o la quema de combustibles fósiles, poniendo en riesgo sus ecosistemas acuáticos y terrestres y la biodiversidad que albergan.
“Al estar en la parte alta de la cadena trófica, aves como los pingüinos son el modelo de estudio perfecto para medir la concentración de mercurio presente en la Antártida”, comenta Andrés Barbosa, investigador del MNCN. “En nuestro trabajo analizamos la cantidad acumulada en las plumas de tres especies, el pingüino papúa (Pygoscelis papua), el barbijo (Pygoscelis antarcticus) y el de Adelia (Pygoscelis adeliae), en un área geográfica amplia a lo largo de la península Antártica; obteniendo altas concentraciones de este metal, especialmente en el pingüino barbijo de la isla Rey Jorge. Estos niveles coinciden con las estimaciones obtenidas previamente”, señala Barbosa.
Por su parte, el investigador de la Universidad de Murcia (UMU), Miguel Motas, detalla que la intrusión de mercurio en la red alimentaria antártica está dando lugar a “niveles de mercurio elevados pero no tóxicos en los pingüinos” y explica que los altos niveles de los pingüinos barbijo se deben a su situación geográfica, más cerca de América y por tanto en mayor contacto con “fuentes antropogénicas”.
Los cambios en la cobertura de hielo que se están produciendo actualmente en algunas zonas, fruto de la crisis climática, “podrían potenciar estos fenómenos y sus impactos en la flora y fauna local”, explica Motas en la nota de prensa de la UMU.
Las aves marinas, como especies longevas que se encuentran en la cima de las cadenas alimentarias, son especialmente sensibles a este metal altamente tóxico con capacidad de biomagnificación: “Esta cualidad hace que los metales aumenten sus niveles de manera exponencial según se avanza en la cadena alimentaria”, puntualiza el investigador de la UMU. La forma que tiene el mercurio de entrar en la cadena alimentaria empieza en el krill, un pequeño crustáceo, ya que es el elemento fundamental de la cadena trófica de estos ecosistemas antárticos. Motas recuerda que, “al depender tanto este frágil ecosistema del krill, cualquier factor estresante que sufra el mismo afecta al resto de la cadena trófica antártica”.
Se trata de uno de los primeros estudios en analizar el mercurio en los pingüinos de esta zona de la Antártida, en una investigación que comenzó con la toma de muestras en la campaña antártica 2005/2006 y continuó hasta la campaña 2006/2007. Los participantes de la Estación Experimental de Zonas Áridas, del Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC y de la Universidad de Murcia, fueron de los primeros en medir el mercurio en un área geográfica amplia de la península Antártica en estos seres vivos y descubrieron que “en los citados años, los niveles de mercurio ya eran muy altos”, señala Motas, que va a volver a la Antártica el próximo 13 de diciembre, donde permanecerá unos meses para realizar nuevas investigaciones.
Hace apenas un mes se celebraba el 30 aniversario de la firma del Protocolo de Madrid, acuerdo complementario al Tratado Antártico cuyo objetivo es la protección de la Antártida de, entre otras amenazas, la explotación minera. Hoy, a pesar de que más de 50 países se han sumado al protocolo, la salud de uno de los rincones más prístinos del planeta, clave en aspectos como la regulación de las corrientes oceánicas, sigue estando amenazada. “La conservación de este lugar único en el mundo se está viendo comprometida por fenómenos como el cambio climático o el creciente turismo. Por ello, dados los efectos dañinos del mercurio en los ecosistemas, es esencial continuar analizando su presencia en el continente”, concluye Andrés Barbosa.
En el trabajo, publicado recientemente en la revista International Journal of Environmental Research and Public Health, participa el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) además de la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA-CSIC), el Instituto de Salud Carlos III y la Universidad de Murcia.
2021-11-24