Ayer salimos a dar una vuelta por el Parque Natural de El Hondo (Crevillente, Alicante) y, como de costumbre, nos ofreció una fabulosa demostración vida.
El agua estaba verde brillante, el paisaje luminoso y la banda sonora llena de voces conocidas: multitud de anfibios, golondrinas y vencejos nos acompañaban. El calamón irrumpía de cuando en cuando con sus peculiares sonidos, y más allá al principio, y acercándose ellas luego, las canasteras.
El calamón, despreocupado de nuestra presencia, y tras detenerse a cantar, volvía a su afanosa búsqueda de alimento, hurgando el fondo de la laguna bien con sus patas, bien con el pico, hasta dar con los fragmentos vegetales más sabrosos. Unos metros por delante de su campo de visión, un congénere tenía sus más y sus menos con una pareja de fochas. Fochas y gallinetas que también aportaban su melodía al humedal.
Para nuestro recuerdo, una preciosa garcilla cangrejera se dejó ver varias veces; y avanzado el día, en otro punto del parque, una más encontró su zona de caza casi a nuestros pies, dejándonos escenas de documental.
Susana Noguera, gran aficionada a la naturaleza, tuvo la suerte de ojear con su telescopio a una lejana garza real en el momento preciso en el que cazó una gran culebra. Cuando la tuvo bien sujeta con el pico buscó un lugar más estable en la orilla, y allí, con el cuello erguido, la cabeza del largo ofidio tocaba el agua. Le costó tres o cuatro intentos tragar al animal, que salió de su boca repetidas veces. El cuello se le engrosaba a la garza a medida que su presa se deslizaba por su interior, y tuvo que hacer visibles gestos para ayudar al tránsito. Hasta que, finalmente, dio varios tragos de agua a la laguna y todo acabó.
Las libélulas estaban en todo lo suyo, emparejándose sobre la vegetación semihundida. Decenas de parejas revoloteaban a ambos lados del sendero entablado.
El Parque (conocido como El Fondo en valenciano) cuenta con varios observatorios sencillos y acogedores. En algún caso, con carteles informativos de las aves que se ven mayoritariamente desde esa zona. Uno de ellos se asoma a una isleta, donde dimos con un nutrido grupo de canasteras, descansando antes de alcanzar sus zonas de nidada. Esquivas en otros lugares y en otras épocas, y aquí tranquilamente al alcance de la cámara. Casi un centenar. Quizá más. Se supone que una parte de ellas se acercará a la Marina del Carmolí, pero quién sabe...
La zona sur del enclave también es muy recomendable. A lo largo de un camino de tierra, que avanza rectilíneo entre una acequia y una frondosa banda de carrizo, se esconden cuatro miradores, refugios de tranquilidad y de bellas vistas. El día se despidió en uno de ellos con la visión, no por mi parte, sino de Susana y de nuevo a través del telescopio, de una garza imperial aterrizando entre los carrizos, los tarays y la salicornia.
Tarro blanco, aguiluchos laguneros, charranes comunes, correlimos menudos arrimados a las canasteras, andarríos chico, somormujo lavanco, avoceta, decenas de gaviotas mezcladas con moritos, flamencos, ánades, una esquiva malvasía con su pico azul, porrón común, garceta común y garcilla bueyera y pajarillos diversos por las orillas... Eso, y más, en una sola jornada. Y sin olvidar que en otro momento del año, la visita puede aportar otros avistamientos. Al Hondo hay que ir con calma. El paisaje invita. La visita será, seguro, tan furctífera como ésta. Al menos, hasta ahora, a eso nos tiene acostumbrados este paraje.
2017-04-09