Es época de golondrinas, aviones y vencejos. Da gusto verlos sobre nuestras cabezas en sus revoloteos acrobáticos, veloces y muy escandalosos, y cruzar fugaces y alborozados delante de la ventana. Esta alegría de pueblos y ciudades, sobre todo en los amaneceres y en el cálido anochecer, es cada vez más compartida por los ciudadanos que, poco a poco, van conociendo su importante labor insecticida.

Pero, aunque lo parezca, ahí arriba no todo es júbilo y diversión. El otro día, detenida ante unos nidos de avión común, tratando de aprender bien la diferencia con los de golondrina, observé cómo unos vencejos comunes estaban atacando insistentemente los suburbios de una breve colonia (sólo había tres nidos, y el del medio estaba abandonado).

Se acercaban, muy a menudo en parejas, y rozaban amenazantes el nido, o se lanzaban contra el adulto que se había acercado a alimentar a las crías que, hambrientas, reclamaban a dulces grititos su porción de invertebrado; en ocasiones esgrimían sus fuertes garras o incluso llegaban a asomarse a la reducida abertura del nido para picar a su ocupante.

El trasiego duró una buena parte de la mañana, al menos el rato que pude estar ahí, bajo el alero, contemplando el incansable ataque. Los vencejos chillaban al cruzar frente a los nidos, y los padres de avión común no les quitaban ojo. (Tomo nota: dejar de relacionar el bullicio de estas aves con jolgorio y alegría).

Se sabe que los vencejos comunes -cuyo nombre en inglés significa raudo, repentino, mientras que en eslovaco viene a decir algo así como que huye de la lluvia- tienen un comportamiento de ‘golpeo’ (‘banging’) con sus congéneres, que se está estudiando si puede ser una herramienta que los proteja frente a sus depredadores. Entre ellos, y como más habitual, el cernícalo común, que los ataca en su mayor momento de debilidad: cuando tratan de acceder a su nido, adecentado en una abertura de la pared. Baraja un investigador (Grzegorz Olos, 2017) que mediante este comportamiento avisan al vencejo más expuesto (cuando tiene la cabeza dentro del nido pero medio cuerpo fuera) de manera que le da tiempo a saltar al aire donde tiene más posibilidades de no ser cazado. El ‘golpeo’ también podría valer para que el cernícalo no llegue a identificar el hueco exacto en el que está el nido, ya que varias aves revoloteando por la pared pueden llegar a confundirlo.

También se ha visto, según leo en un libro en inglés que me facilita el naturalista y responsable del Anuario Ornitológico de la Región de Murcia Ángel Guardiola, que los vencejos comunes exhiben una marcada agresividad territorial en época reproductora y que atacan asimismo a gorriones comunes, con bastante éxito, y, con más dificultad, a estorninos comunes.

Y, que no se nos olvide, que al vencejo, además de aberturas de ventilación, orificios de la capa de aislamiento y cualquier hueco en el edificio, para anidar también le gustan los antiguos nidos de avión común (por cierto, que tiene bastante apego al nido). Y que estos acogedores huecos están desapareciendo, toda vez que los viejos edificios están siendo reformados o sustituidos por construcciones modernas, que no ofrecen apenas resquicios utilizables. De hecho, en el chaflán frente a los tres nidos de avión hay un nido mayor, bastante destrozado, al que se le ha derrumbado la entrada ofreciendo un cómodo acceso, y que era constantemente visitado por los vencejos, llegando uno de ellos a permanecer recostado en el interior durante unos instantes.

La cosa es que la lucha no me parecía equilibrada. Un montón de vencejos (Apus apus), poderosos, velocísimos, exhibiendo señorío, 17 cm de longitud, 45 de envergadura, frente a los pequeños aviones comunes (Delichon urbicum), de 14 cm de longitud, y una envergadura de 28 cm) en dos menguados nidos, uno de ellos remozado, y con sus exigentes crías.

Y, sin embargo, parecen bien entrenados. Los aviones evitaban el cuerpo a cuerpo una y otra vez, lograban alimentar a las crías con asiduidad, mantenían el nido limpio, e incluso cuando uno de ellos recibió la visita de un agresivo vencejo que, con aviesas intenciones, introdujo su cabeza en el nido, no dudó en sujetar el pico del invasor con el propio hasta hacerlo chillar y batirse en retirada.

Después, miró un poco para aquí, un poco para allá, y finalmente, volvió a salir, como de costumbre, como hacen los aviones comunes por la angosta abertura que dejan en sus nidos: escurriéndose poco a poco con esfuerzo y con pericia, como si fuera el trabajoso parto de una cría de orca, a la que recuerda por el límpido patrón blanco y negro de su librea, saliendo libre al mar, en este caso a su medio: el aire.

Y recuerda: estas aves están protegidas (ver abajo cartel de Grefa). Hay que respetar a los ejemplares, pollos, huevos y nidos. Bastante tienen con la dureza habitual de la vida silvestre.

Dejo el vídeo que grabé aquella mañana, donde se ve lo conflictivo que puede resultar este escandaloso vecindario.

monica_rubio_foto_blog_bn.jpg

 

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga
2018-06-28