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Hay una frase muy manida en el ámbito de la divulgación medioambiental que dice aquello de “se ama lo que se conoce, se respeta lo que se ama”, y que impulsa la mera difusión como valor por sí misma. Debo decirles, sin embargo, que yo escuché esta frase por primera vez, hace ya muchísimos años, insertada en una película policial y en relación a un asesino en serie. El delincuente iba recopilando pedazos del cuerpo de sus víctimas para construir uno nuevo, a modo de moderno doctor Frankenstein y, dedujo un agente, debía de conocer a sus víctimas para desear ese fragmento en concreto. Conocer-desear… En ese contexto, digo, cambia mucho el sentido de la frase.

La gente conoce, sí, su patrimonio natural, pero su “amor” se dirige a distintos fines, y no siempre es el de la conservación. Lo ama para hacerse ‘selfies’, para ganar una devastadora carrera de rallies, o con el fin de aumentar sus ventas gracias a un bonito fondo…

Cuando te inicias en esto de la defensa medioambiental sabes muy bien que hay personas a las que no les gusta la naturaleza, pero crees en tu fuero interno -necesitas creer- que, con el tiempo y gracias a la razón, podrán cambiar. No en vano, manejas decenas de datos de los beneficios ecosistémicos: aporte de materias primas, el aire que respiramos, históricas curas de salud, mejoras, intelectuales incluso, que brinda al ser humano el simple paseo por un bosque…

Pero no. A lo largo de todos estos años que llevo dedicada a la divulgación de nuestro patrimonio natural he podido comprobar que, sencillamente, no les gusta la naturaleza. Y nada les hará cambiar. Lo han probado, han repetido intentonas, la tienen a mano, y no hay manera. Simplemente, es así. A esas personas no les gusta el mundo natural con la misma tranquilidad con que a mí no me gusta el bullicioso centro neurálgico urbano. Es lo mismo.

Así que ya no pido a nadie que ame la naturaleza. No está en ellos. Pero eso sí, como todo patrimonio legalmente protegido, exijo que se cumpla la ley. En realidad, es aspirar a bien poco. Repito, me basta con que se respete la ley. ¿Hay que pedir esto en 2022? Pues la triste realidad se impone y parece que sí. Cuántos desastres ambientales se arreglarían con que solo se respetaran las leyes. Imagino que el lector estará haciendo ahora, espontáneamente, un listado de agravios medioambientales locales, de nuestra patria chica, pero sálgase fuera de nuestras fronteras. El mundo es ancho y las agresiones incontables. Cuántas  veces, hablando ‘en la trastienda’ con los activistas que se juegan el tipo, hemos repetido eso de “te despistas un momento y te dan por todos los lados”. Y así estamos.

El periodista ambiental, a diferencia de lo que ocurre en otras disciplinas de este ejercicio laboral, se conduce con un objetivo. Su trabajo es servir de mediador e interpretador de un conocimiento complejo, el del patrimonio natural. De ahí que siga siendo necesaria la transmisión de este saber. Pero, además, sirve para la comprensión del medioambiente y la relación del ser humano con el mundo natural. Y nuestra relación con él no puede ser pisotearlo saltándose la ley. Así que, ya no busco que ames la naturaleza, me basta con que la respetes. En este 2022 y en adelante. Ojalá.

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga
2021-12-31