Entre col y col... plástico
Hay que ver cómo está el patio agrícola. Lo tenemos hecho un Adán. No hay más que darse una vuelta por nuestros campos para observarlos completamente enmarranados de plástico. Está todo hecho un asco. Los girones del derivado petrolífero se enredan en los tormos del terreno, sobresalen a medias como la mano del enterrado que busca el oxígeno, y resplandecen en la llanura sembrada, desde la punta de tus pies de senderista hasta más allá del horizonte. Todo, todo lleno. Les da el sol y brillan sin poder esconderse, como vergüenzas plateadas entre las incipientes hortalizas. ¿Qué estarán dejando en la tierra? ¿Qué micropedazos fagocitarán, pongamos, los melones que luego consumimos con la alegría de una dulce fiesta? ¿Cuánto se irá al mar y permanecerá en el estómago de los peces que ingerimos? ¿Cuánto respiramos, cuánto nos toca la piel? Está este plástico nuestro por todas partes. En los envases del agua que bebemos, en las latas de los alimentos, en los biberones, en la chaqueta que vestimos, en el móvil que nos llevamos a la oreja... Cada pieza llevará poco plástico, pero entre todas hacen granero. Los expertos dicen que puede provocarnos esterilidad, alzheimer, diabetes... pero ahí sigue, como si no fuera con nosotros. Y vale el que no vemos, porque no nos enteramos hasta que los científicos (benditos, ellos, y expatriados) nos lo cuentan, ¿pero el que vemos, como este de los campos de cultivo que les cuento? ¿No se pueden limpiar estos surcos antes de la próxima siembra, no se puede cambiar la gestión de esos mares de plástico sobre nuestras verduras para que no haya entre col y col... plástico? ¿Lo vamos a dejar estar así como así? Y fíjense que es tan triste la cosa que la clave está ya en descubrir qué organismo acabará con el plástico, porque parece que los humanos no podremos. Se han encontrado bacterias que degradan algunos de ellos, un hongo, y hace unos meses, un gusano harinero, que ahora algunos medios publican como un hallazgo de ayer mismo, pero no, porque el interés por explotarlos viene de lejos. Pues nada, quizá tengamos que cultivar los gusanos en nuestros hogares, debajo del lavabo, al ladico justo de las basuras; comernos el hongo o, quién sabe, vernos abocados a incorporar simbiónticamente en nuestro organismo a las bacterias descomponedoras de plástico para que eliminen todo lo que nos tragamos, que nos tragamos mucho y más. Y así nos las llevamos puestas pa' los restos. Pues oiga, lo mismo el futuro va a ser eso. Seguimos cavilando.