Ecolavado... de cara
El greenwashing existe. El lector lo sabía ya -larga es su experiencia-, pero quizá no sabía que tenía un nombre. Podemos traducirlo por lo que aquí hemos llamado toda la vida un lavado de cara, pero ecológico. También se ha expresado como el engaño verde. Es aquello de decir que mi empresa es muy sostenible y responsable con el entorno y todas las maravillas medioambientales que se le ocurran, pero no importarme una pizca el tema. Porque no es lo eco -lo ecológico- lo que manda, sino la eco -la economía-. Como siempre. Las marcas quieren que se les asocie con lo eco porque así aumenta la eco. Basta encender el televisor para que el salón se nos inunde de empresas energéticas extractoras de combustibles fósiles que presumen de verdor por todos los lados, o de marcas de refrescos que agotan acuíferos remotos pero que transmiten una felicidad verde. Y hay más estrategias. Realizar, por ejemplo, una actividad realmente en favor del medio y comunicarlo tan poderosamente que aleja la mirada de todos los impactos que en realidad tiene la empresa, y como la mayoría de los ciudadanos somos, qué le voy a decir, buena gente con ganas de que las cosas se hagan bien, pues nos felicitamos por la buena acción. O apuntarse al patrocinio de una potente ONG, que también nos seda las neuronas y nos inunda de serotonina... Por no hablar de las autodefiniciones como producto natural -natural como la Amanita phalloides-, inventarse logos bonitos en esta jungla de etiquetas, vestir de verde las webs de la marca, o mentir directamente. Éste es el caso de Volkswagen, ya habrán supuesto que íbamos a acabar con ellos. Mintió y su mentira le permitió, a través de SEAT, recibir ayudas económicas -la eco- por ser un vehículo eficiente. Hay casos, además, realmente sutiles. Así ocurre con esos cigarrillos ampliamente difundidos, que guardan una semilla en la colilla, de forma que puedes tirarla al campo con la tranquilidad emocional de que estás haciendo bien. Pero entonces esta redactora se pregunta, ¿no estará esta idea fomentando que se tiren colillas al monte, hecho ya de por sí malo, y que pude ser calamitoso si encima la colilla está mal apagada? ¿Y no será mejor idear mecanismos para que la gente fume menos? Sin embargo, la ocurrencia se difundió con alegría incluso por webs especializadas con la coletilla de ser 'una iniciativa para ayudar al planeta'. En nuestro trabajo, sin ir más lejos, nos encontramos en ocasiones con actividades que se proyectan al lector como respetuosas con el entorno pero que luego están vacías de contenido y son todo fachada. Por eso, una de los grandes retos a los que se enfrenta un periodista ambiental es siempre distinguir bien qué hay detrás de determinados comportamientos o hechos que comunican las grandes empresas. Y para ello, es fundamental la labor de los especialistas que hilan fino para identificar este tipo de actitudes, así como de los investigadores que pueden acudir a las fuentes, discutir con ellas y hasta desplazarse a los rincones del mundo donde, generalmente, estas empresas imponen sus leyes a las comunidades minoritarias y desfavorecidas, para luego contárnoslo. Me temo que una de las consecuencias de este greenwashing sea el agotamiento del lector, el ahondamiento de su desconfianza hacia lo realmente sostenible, olvidando que hay ecologistas que se juegan -se han jugado- la vida. Seguimos cavilando.