Superior a un león
Hace unos días ha saltado a la prensa que un cazador, español por más señas, ha dado muerte a un león en Zimbabue. A esta comentarista, el hecho le parece censurable no solo porque resta una vida al planeta, tan necesaria o innecesaria como la de cualquiera de nosotros, sino que nos roba un patrimonio que es de todos, un hermoso ser salvaje, poderoso, libre en su acotado territorio -incomodidad necesaria para protegerlo, por ejemplo, de los furtivos-. Pero además no se trataba de un león cualquiera. Era Cecil, el emblema, el querido, el verdadero rey, el de la melena negra. El cazador ha tenido que dejar su casa, atravesar medio continente, desembolsarse una importante suma de dinero en un país sacudido por la crisis, y llegar a un territorio que no es el suyo, donde no se defendería si no es por su arma y por los nativos de la zona, que conocen bien los peligros. Y allí ha ido, a la casa del león emblemático, al más grande, a darle muerte. Qué más da que se pierda su camada. ¿Qué impulsa a un ciudadano acomodado del primer mundo a lanzar su furia contra un animal salvaje de otro continente? ¿Qué puede más, el ego o la furia? Seguramente el ego, o en su expresión más prolongada, el egoísmo. El hombre, como ser superior, dominante de todos los seres del plantea. El hombre, que puso nombre a los animales, y los elimina, no ya para comer, hecho ancestral y defendible, sino para sentirse -que no ser- superior. Un egoísmo acompañado, en casos, por ignorancia, porque esta necesidad de llevarse el trofeo a casa no reside solo en las grandes piezas, como las enormes fauces de Cecil, sino también en las pequeñas. El caballito de mar del Mar Menor está desapareciendo capturado por su mayor depredador, el hombre, el de aquí, el veraneante, que se lo lleva como botín estival. Porque somos superiores. Aunque la narradora no lo tiene claro. Si la narradora se pierde en el océano, probablemente sucumba por las quemaduras y la sed, y el diminuto caballito de mar le sobreviviría apaciblemente; si la dejan suelta en la selva, seguramente se la zampe un león. Lo que es, servidora, ha perdido toda soltura en ambos medios. Pero, aún asumiendo esa superioridad, ¿qué demuestra el acto de matar por placer a un ser, entonces, inferior? Seguramente, no lo mejor de nosotros mismos. Seguimos cavilando.