El agua efímera es también un tesoro. Minusvalorada frente a las charcas permanentes, desatendida y, en ocasiones, restaurada a su sequedad, la a menudo escueta agua remansada que oportunamente surge en el paisaje es acogida con satisfacción por la fauna circundante. Fauna que, aglutinada por la presencia de este bienhechor minioasis, se deja ver con menos reticencia y mayor cercanía que en su ausencia, principalmente en la España más seca.

En la proximidades del pico de Revolcadores (Región de Murcia), a la sombra de una elevación parcheada por un denso bosque de pinos, la huella de una rodada varias veces transitada en las últimas horas ha conformado una hendidura lo suficientemente profunda para que, durante algunas jornadas, aparezca una humilde charca. Pequeña, somera y embarrada, su color marrón oscuro y su notable opacidad no la hace desmerecer a los ojos de los habitantes de la zona, y a su derredor se acumulan, a primera hora del día, varias bandadas jolgoriosas de lúganos, currucas cabecinegras, jilguerillos, algún petirrojo de voz potente, los ubicuos mirlos y, al menos, un pinzón algo más receloso que no perdona su baño matutino en un recodo de la charca todavía a la sombra de los setos preñados de frutos otoñales que se interponen a la luz del sol naciente.

Si bien varios de los lúganos no han sentido temor en beber a apenas un metro y medio de nuestro costado, proporcionándonos su confianza honda satisfacción, los anfibios son otra cosa. Tras un paso demasiado cercano a la orilla, algo se mueve, dejando un sonido acuoso y las características ondas en el agua. Pero una breve espera nos revela el misterio, al asomarse los curiosos ojos de una rana común. El animal, al poco, termina por refugiarse en la orilla, donde se embosca y desaparece.

La humilde balsa reivindica así su importancia, aun cuando los álamos que, dibujando una cinta, ya viene amarilleando desde las alturas y advierten de la trayectoria de una corriente de agua en las inmediaciones. Aun cuando el rocío de la mañana, que perdura tras la salida del sol, pueda servir de reservorio contra la sed. Aun cuando ellos y otros -como un trepador azul que pasea arriba y abajo por una pared semiderruida, o un pito real que grita insolente a nuestras espaldas- ya estaban allí antes de que el charco apareciera, silencioso, una mañana.

Una poza que, sin duda, desaparecerá con la misma discreción, alejando de nuevo unos de otros a sus inquilinos temporales. Algunos vecinos de la zona, otros de paso...

Pero mientras existe, está llena de color y trinos, de aleteos vibrantes, de miradas curiosas. Porque mientras brilla bajo el sol, una humilde charca en una rodada es toda vida.

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Mónica Rubio. Periodista y Bióloga
2023-11-07

 

  • Aspecto de la breve charca en la rodada, que en breve desaparecerá
    Aspecto de la breve charca en la rodada, que en breve desaparecerá.
  • La rana común, asomándose tras hundirse previamente ante nuestra presencia
    La rana común, asomándose tras hundirse previamente ante nuestra presencia.
  • Seis lúganos bebiendo en la escorrentía que da lugar a la charca
    Seis lúganos bebiendo en la escorrentía que da lugar a la charca.
  • Una pinzón, a punto del segundo baño del fin de semana
    Una pinzón, a punto del segundo baño del fin de semana.