Investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) han desarrollado envases biodegradables y sostenibles elaborados a partir de cáscaras de almendras y suero de queso, cuya tecnología está lista para su comercialización, según informa el centro investigador en una nota de prensa.

Se trata de una bandeja alimentaria capaz de desintegrarse en un plazo máximo de 90 días y de alargar la vida útil de algunos productos frescos hasta 48 días.

Este nuevo envase compostable es el resultado de tres años de investigación y siete millones de euros en inversión, en el marco del proyecto europeo Ypack -que además de la bandeja alimentaria ha analizado dos películas de contacto alimentario-, en el que ha trabajado un equipo liderado por el Instituto de Agroquímica y tecnología de los Alimentos (IATA), logrando crear un recipiente activo y biodegradable.

Para producir los envases ideados se optó por poliésteres producidos en la naturaleza por microorganismos -los polihidroxialcanoatos (PHAs)-. Así, los nuevos recipientes serían compostables. Esto quiere decir que la degradación biológica del envase se produce en un tiempo controlado que, en este caso, es de un plazo máximo de 90 días tras desecharse. Todo ello es posible debido a que los investigadores decidieron incorporar a la fórmula el material sostenible poli (3-hidroxibutirato-co-3hidroxivalerato), un polímero conocido como PHBV que se produce a partir de suero de queso -un subproducto tóxico de la fabricación de este alimento- y se abarata con cáscaras de almendras.

Con ello se daba un gran paso en la investigación y, al mismo tiempo, un gran salto en uno de los principales objetivos marcados por la Comisión Europea (CE): reducir la dependencia de envases no renovables. El principal motivo es que más del 80% de los residuos hallados en el mar son plásticos. Dentro de esta cifra, ocupan un papel clave los productos relacionados con la alimentación, como las bolsas de plástico, que tardan 20 años en descomponerse, o como las botellas que, en algunos casos, no llegan a desintegrarse nunca. El resultado es que cada persona podría ingerir de media entre 0,1 y 5 gramos de microplásticos cada semana a través de alimentos y bebidas.

Esta tendencia no sólo se aleja del Plan de Acción de Economía Circular de la Unión Europea, cuya Directiva de julio de 2021 ya prohibía la venta de artículos de plástico de un solo uso (SUP, en inglés), sino que afecta a la salud. “Dada la posible exposición crónica a los microplásticos, los resultados plantean que su ingesta continuada podría alterar el equilibrio intestinal y, por tanto, el estado de salud”, recalca Victoria Moreno, investigadora del Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CIAL, CSIC-UAM).

Protección activa del alimento, minimizar el desperdicio

La idea del proyecto no se limitaba a crear un envase pasivo que protegiera el alimento del medio exterior, sino que buscaban un recipiente activo que participara en su conservación. Dos ingredientes son responsables de que se lograra este objetivo: óxido de zinc y aceite esencial de orégano. Su incorporación al polímero PHBV mostró efectos antimicrobianos a corto (15 días) y a medio plazo (hasta 48 días), frente a dos bacterias que pueden causar intoxicación alimentaria: Staphylococcus aureus (estafilococo dorado) y Escherichia coli. La primera contribuye a infecciones que van desde abscesos en la piel hasta el síndrome de shock tóxico, y la segunda causa cólicos abdominales, diarrea y vómitos.

Se conseguía así alargar la vida útil de alimentos como pepinos, carne y pasta fresca. Además, “la fórmula para combatir los microorganismos perjudiciales puede usarse para productos en los que el paquete se abre y cierra varias veces, por ejemplo, en el caso de las rebanadas de pan o lonchas de jamón”, detalla José María Lagarón, investigador del IATA-CSIC y coordinador del proyecto.

“El envase ideal implica huellas de carbono e hídricas más bajas, es biodegradable, está diseñado ecológicamente, es seguro y tiene propiedades de conservación adecuadas para minimizar el desperdicio de alimentos”, explica Lagarón, cuyo equipo también ha analizado cómo respondería el consumidor final y si es posible producir los envases a escala industrial

En un estudio de mercado en el que participaron 7.000 consumidores de siete países (Dinamarca, Francia, Hungría, Países Bajos, Portugal, España y Turquía) el nuevo envase gustó: los usuarios valoraron muy positivamente las nuevas tecnologías y ninguno rechazó el uso de subproductos provenientes de frutos secos o queso. Su color terrizo y tacto microgranulado recuerda a los primeros papeles reciclados: renovables, biodegradables y funcionales. Como apunta el investigador, “los envases transmiten una idea de procedencia natural que agrada al consumidor”.

A la segunda cuestión, Lagarón señala que “tras gestionar 5 toneladas de biopolímeros, se logró escalar la producción industrial". Sin embargo, actualmente “no existe una estructura armonizada a nivel europeo de compostaje para envases hechos con biopolímeros”. A pesar de ello, dos de los tres productos desarrollados en este proyecto - la bandeja alimentaria y una película de contacto alimentario- están preparados para llegar al mercado, “ahora faltaría el interés industrial en la comercialización de la tecnología”, deja caer el investigador.

2022-08-03

  • Una bandeja de plástico (blanca) junto a una bandeja biodegradable desarrollada en el Proyecto Ypack (marrón). Foto: César Hernández / CSIC
    Una bandeja de plástico (blanca) junto a una bandeja biodegradable desarrollada en el Proyecto Ypack (marrón). Foto: César Hernández / CSIC.