Los camaleones son unos de los protagonistas más seductores de la fauna ibérica. Ese avance indeciso en modo gif, esos ojos de ‘no te ajunto’ y su coloración mudable hace que sean aceptados con agrado por la mayoría de la población. Pero desde finales de julio a mediado septiembre, estos fabulosos reptiles atraviesan por dos de sus épocas más delicadas, en las que se ven apremiados a descender de la protección de su árbol y ponen su lento pie en el suelo… ¿Por qué?
Porque buscan pareja, y eso, en la naturaleza, es una fuerza mayor. Ocurre, además, que el cortejo viene a solaparse con la salida de las crías del año pasado de su nido, tras eclosionar dentro y pasar el invierno. ¿No os habías preguntado por qué se ven tantos ejemplares en estas fechas? Pues ésta es la razón.
Los ejemplares diminutos que ahora veis, mezclados con los adultos en su época de máximo movimiento, no son la puesta de este año, que aún está por originarse en forma de huevo. En el apretado ciclo vital de este reptil se encuentran cara a cara dos momentos cruciales de la especie, prácticamente los únicos en los que toca tierra largamente, a los que en la hembra se añade uno más: cuando tiene que bajar a excavar la galería para su descendencia. ¡Vaya estrés para una vida en cámara lenta! Os cuento.
La vida, en general, transcurre plácidamente para los camaleones del sureste ibérico. Aquí se aferran con gusto a los pinos, eucaliptos si hay y a algún que otro almendro, donde se sienten protegidos y tan tranquilos que apenas se mueven del entorno de su rama, e incluso ocasionalmente pueden compartir el pie arbóreo con otros ejemplares, aunque sin relacionarse, ya que son solitarios. Pero en la época de apareamiento todo cambia. Ahora, un solo macho reclamará el árbol, sus dominios, y los otros deberán irse. Todos buscarán pareja, y si la detectan, incluso el ejemplar dominante descenderá de su árbol si el cortejo así lo exige. Hollará cultivos, pisará arena, surcará barandillas, trepará vallas, se subirá a las piedras y hasta cruzará carreteras llevado por el ímpetu amoroso.
En la vida salvaje, esto puede suponer ser detectado por su depredadores, y bien está. Allí fuera, todos tienen derecho a sobrevivir explotando los dones otorgados por la naturaleza. Ah, pero nosotros… Nosotros, que vamos a toda velocidad en nuestros vehículos, bien sea automóvil, moto o bicicleta, o incluso estos modernos patinetes; nosotros que andamos senderos, o que los corremos, y los señalamos con el dedo cuando la fortuna tiene a bien poner uno ante nuestros ojos, delatando su presencia. Nosotros, debemos extremar los cuidados en esta época en que están mucho más expuestos.
Ahora, los machotes encendidos de pasión se visten de verde y negro (agradecemos aquí la imagen de Rafael Hortal, que ilustra este post), se quedan en zonas visibles y sus colores -la librea- son más manifiestos. Se acompañan, además, de notables movimientos -dentro de sus posibilidades- y suelen situarse tras una hembra. Vamos, que se dejan ver.
Como en la mayoría de las épocas de celo, el encuentro entre machos tiene altas probabilidades de terminar en pelea. La librea verdinegra se aviva aún más y se produce un intercambio de gruñidos, hasta acabar el combate, en el que el perdedor adquirirá un color marrón grisáceo y tirando a negro.
El macho emparejado con la hembra (como se ve en la imagen cedida por Guillermo Martínez Löpez) puede ser bien recibido, o no, de manera que ésta, en cualquier momento, puede decidir huir e incluso atacar. Así que si veis que dos camaleones andan a la gresca, puede tratarse de una pareja en un mal momento.
Pero si han compartido algún buen momento y se queda preñada, la hembra cambiará de color, avisando para que la dejen un poquito en paz. Su nuevo traje recuerda ahora más a una salamandra: negro con topos amarillos y azulados. Si la ves así, es que quiere estar sola. Mejor la respetamos.
Y es que no es para menos. Al cabo de un mes o poco más le tocará parir, uno de los momentos más arriesgados para la especie. La hembra de camaléon, además, es de las que más riesgo tiene de morir en este intento parturiento y, de hecho, muchas lo hacen. Grávida a tope -es el reptil español que pone mayor número de huevos, y al que su carga le supone el mayor porcentaje de su peso corporal- descenderá de nuevo del árbol para excavar un túnel que puede llegar a medir un metro de largo -¡un metro!-, y allí depositará los huevos. Se trata de un esfuerzo enorme, todavía preñada, que culmina ella sola. El asunto le puede demorar dos días y agotarla por completo. Esta época, desde mediados de septiembre hasta finales de octubre, es de máximo peligro para las aguerridas 'camaleonas'. De nuevo, si la ves, déjala tranquila, dale espacio, no la ilumines con ningún foco, y vete. Hay una nueva generación de camaleones que proteger. La hembra que supere el trance, al salir, tapará la galería, y volverá a su árbol.
Mientras tanto, los huevos descansarán en la oscuridad, la tranquilidad y en silencio casi un año. Llegado el verano siguiente, desde julio, y sobre todo finales de agosto a septiembre, es hora de emerger del huevo y excavar hacia allá arriba, hacia la luz. Pequeñas como un llaverito, como un pulgar, parece mentira que las crías lo logren. Y nada más nacer tienen que enfrentar el primer momento crítico de sus vidas: asomarse a la superficie y recorrer no saben cuánto terreno, hasta alcanzar la seguridad de su primer árbol. Ocuparán las ramas más bajas y se dedicarán a crecer, adquirirán fuerza y podrán entregarse a la placidez del resto del año. Ya llegará el verano con su ajetreo, y le encontrará en condiciones de reproducirse. No les queda otra, en la naturaleza, un camaléon vive, como mucho, tres años, y la especie debe continuar.
Mónica Rubio. Periodista y Bióloga
2020-08-28